Transiciones: ¿Y quién tiene la razón?

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Opinión de Victor Alejandro Espinoza Valle Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

miércoles 30 de noviembre de 2016

En diciembre de 1984 visité Cuba; era la primera ocasión en que viajaba a la Isla y tenía grandes expectativas de lo que encontraría acerca de la vida cotidiana y los grandes logros de la Revolución. Había muchas noticias encontradas que recibíamos en México, las mismas que han acompañado a Cuba durante las últimas décadas y qué decir a su líder máximo, Fidel Castro.

El avión que nos transportó desde el Distrito Federal llevaba a muchos jóvenes; varios eran reincidentes y contaban sus anécdotas y sus magníficas tretas de comerciantes. Hubo uno que se ufanaba de que el viaje le saldría gratis pues llevaba varios pantalones de mezclilla que vendería a muy buen precio. Como disfruté cuando aterrizamos y en el aeropuerto José Martí de La Habana le requisaron su lote de pantalones. Le dieron un recibo y le indicaron que al regreso los podría recoger.

Nuestra generación vivió la Revolución Cubana desde lejos; es decir, abrevamos más en el 68 o en el 71 que en el triunfo de los guerrilleros barbudos. Acabábamos de nacer cuando el Ejército Rebelde entró a La Habana el 1 de enero de 1959. Para los que accedimos a la universidad a mediados o finales de los años ochenta, como referente libertario, como imagen de revolucionario, fue más importante el Che Guevara que Fidel. Siempre mantuvimos una distancia con la fascinación que para otras generaciones más viejas constituyó el cambio político a través de la vía armada. Estábamos ubicados entre los que idolatraban a Fidel y quienes lo denostaban. Crecimos con la idea de que una vez que se solucionaran los problemas más ingentes de los cubanos sería el momento de la democracia.

Me sorprendió que los cubanos que se dedicaban al mercado negro de dólares y pesos cubanos buscaran a los paisanos y al pasar a su lado preguntaran: “¿México?”. Tuve la oportunidad de conocer a uno de estos jóvenes quien me invitó a su casa, lo cual era una magnífica oportunidad para saber como vivían. Le dije que me sorprendía su pregunta acerca de la identidad de los turistas. Y me contestó, “es que los mexicanos son los más transas –no recuerdo bien si empleó esta palabra- y son los que quieren cambiar dólares por pesos cubanos”. Me dijo que a veces los transeaban: les daban el fajo de billetes envueltos, pero sólo los primeros eran dinero, el resto era papel.

Estos jóvenes que vivían en la ilegalidad del mercado negro manifestaban un doble rasero para evaluar al gobierno de la Isla. Por un lado, renegaban de la escasez de mercancías y de la ausencia de oportunidades para tener mayores ingresos, pero eran incapaces de criticar a su máximo líder. Querían una Cuba donde se pudieran hacer negocios y comprar, pero gobernada por Fidel. De Fidel Castro se escuchaban todo tipo de historias, pero la referencia más constante era que nadie sabía donde vivía: por cuestiones de seguridad no había una residencia oficial y se contaban las anécdotas de los atentados contra su vida. Concluían diciendo que tenía un bunker bajo tierra; lo mismo era el tema de su familia, de sus hijos y de sus mujeres. Todo era misterio en torno al líder cubano.

Vivimos esa suerte de contradicción que es tan común acerca de Cuba: no había democracia pero se señalaban los logros inmejorables de la Revolución: los sistemas de salud y de educación, aunque compraran con cartillas y a cuentagotas. Lo más común era pedir a los turistas que adquirieran alguna mercancía a su nombre. Me pareció terrible que algunos estaban dispuestos a prostituirse por unos jeans o por un cinto.

A finales de los años noventa, la Universidad de California en San Diego nos invitó a un seminario sobre la democracia en México y Cuba (nunca entendí por qué escogieron a esos países). Pero lo que más recuerdo eran los malabarismos de los profesores cubanos tratando de explicar que en su país había democracia con un sistema de partido único. Decían que la democracia se vivía al interior del Partido Comunista. Cuba se hubiera transformado hace años sin el brutal bloqueo al que fue sometida. Pese a todo resistieron. Hoy todo es incertidumbre: lo único que sabemos es que los cubanos no se rajaron, como se leía en las paredes de la Habana.

Victor Alejandro Espinoza Valle
El Colegio de la Frontera Norte