Transiciones: Partidos políticos. Una paradoja

Regresar a Columnas de opinión

Opinión de Victor Alejandro Espinoza Valle Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 27 de octubre de 2016

La desilusión acerca del sistema tradicional de partidos políticos se extiende a muchos de los países del mundo occidental, es decir, no es una condición mexicana. Incluso en estos momentos cuando se vive la intensidad de las campañas electorales en Estados Unidos, la crítica a los institutos políticos es recurrente. Considero que la brecha entre ciudadanos y partidos políticos, así como la intensidad con la que se les critica, también se nutre de las particularidades históricas.

El sistema corporativo que se mantuvo vigente durante siete décadas en nuestro país, construyó una cultura política fincada en un sistema de partidos políticos donde uno era el hegemónico y el resto de los partidos reconocidos funcionaban como comparsas. La oposición de izquierda fue proscrita y la de derecha tolerada y reprimida según las necesidades de la estabilidad priista. Así, para los ciudadanos la democracia electoral no era uno de sus problemas fundamentales, ya que la movilidad social y el crecimiento del país, suplía la necesidad de libertades políticas. Claro, hasta que las clases medias se volvieron contestatarias y reclamaron la apertura en diferentes ámbitos de la vida social y cultural.

Con la crisis económica de los años ochenta y los reclamos estudiantiles de finales de los sesenta y setenta, así como las reformas electorales que iniciaron a partir de 1977, los partidos políticos de oposición comenzaron a demandar un papel activo y público que no habían tenido. Será sin duda con las alternancias políticas, visiblemente las de 1989 y 2000, cuando la lucha electoral cobró mayor centralidad para el proceso de cambio político. Los partidos políticos se fortalecieron a la vez que surgieron nuevos institutos políticos, muchos de ellos de carácter regional. Las alternancias a lo largo y ancho del país, los recursos públicos crecientes y el aliciente de un servicio público dispensador de dineros, alentó a la creación y crecimiento de los partidos políticos.

Las sucesivas reformas electorales abrieron los espacios para la participación partidista y esto llevó desde luego a la fragmentación política. La mayor oferta de candidatos pronto también cobró fractura en la ciudadanía. Transitamos de elecciones sin competencia y con candidatos cuasi únicos, a disputas por diputaciones o alcaldías con 10 o más contendientes. Ciudadanos poco informados, crecidos en la educación televisiva con poco interés por los asuntos públicos, dependientes de los gobiernos en turno, se sintieron abrumados con semejante oferta. Pronto el sistema que estaba fincado en la corrupción jugó su parte. Una mezcla negativa que brindó sus frutos: la creciente brecha entre ciudadanos y partidos. La idea generalizada de que “todos son lo mismo”, que la política es el ámbito de la transa, la vía para el enriquecimiento ilícito y que todos los políticos son corruptos, pronto se apoderó del imaginario social.

En ese escenario surgieron las candidaturas independientes; sabemos que mediante la reforma constitucional del 9 de agosto de 2012 y con la aprobación de la ley reglamentaria del 23 de mayo de 2014, se rompió el monopolio partidista para la postulación a diferentes cargos de elección. En 2015 fue la primera experiencia en una elección federal y comicios concurrentes; en 2016 la segunda para elecciones locales. El acicate para muchos fue que un candidato independiente ganara la gubernatura de Nuevo León, Jaime Rodríguez “El Bronco”, en 2015.

El hartazgo ciudadano, la alta competencia y la aparición de las candidaturas independientes obligaron a los partidos políticos a renovarse. No es posible que sigan cometiendo los mismos vicios del pasado: elegir a sus candidatos con métodos antidemocráticos. No sólo porque su militancia se desilusiona y aleja, sino porque contribuyen a la visión negativa de los ciudadanos de que los partidos políticos sólo sirven para el enriquecimiento de sus líderes; esa idea tan arraigada en nuestra cultura política que por momentos lleva a muchos a demandar la desaparición de los partidos. Sin embargo, la paradoja es que pese al descrédito no existe ningún sistema democrático que pueda prescindir de los partidos políticos.

Victor Alejandro Espinoza Valle
Investigador de El Colegio de la Frontera Norte