Viacrucis de migrantes

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Opinión de Jorge A. Bustamante Fundador e investigador emérito de El Colegio de la Frontera Norte y Miembro del Consejo Consultivo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 12 de abril de 2012

Uno de los efectos positivos del retorno voluntario de los migrantes, señalado por este diario en su espléndido reportaje sobre el regreso de los zacatecanos desde diferentes partes de Estados Unidos para la celebración en su tierra del «sábado de gloria», es el de la revitalización de su economía, de sus tradiciones y de su sentido de pertenencia. La serie de fotografías de este reportaje ofrece un testimonio de ese efecto revitalizador que, siendo tan positivo, no nos debe cegar respecto de otros efectos de signo contrario que son también parte del mismo fenómeno migratorio. Yo he escrito acerca de la «vulnerabilidad» inherente a la migración. Todos somos más capaces de defender nuestros derechos cuando lo hacemos desde casa, que cuando nos alejamos de ella. Se puede decir que, conforme nos alejamos de casa, como ocurre con la migración, nos hacemos más vulnerables como sujetos de derechos humanos. Yo hablé de «vulnerabilidad extrema» cuando, desde las investigaciones del Colegio de la Frontera Norte (Colef), encontramos que los miles de migrantes que entrevistamos nos dijeron que el principal problema de su jornada migratoria hacia Estados Unidos no se ubicaba en Estados Unidos como se creía en México, sino en nuestro propio país. Este consistía en las extorsiones que les hacían los policías del lado mexicano a lo largo de todo su camino, desde sus lugares de origen, hasta la frontera norte, tanto de ida como de regreso al país. Principalmente los policías en las ciudades fronterizas, con Tijuana como el peor lugar, donde más de dos tercios del total de migrantes que llegaban a esa ciudad, de paso para su destino esperado en Estados Unidos, eran extorsionados por policías de todos los órdenes, con la policía judicial federal a la cabeza. Esto fue medido y documentado por el Colef para toda la década de los noventa. El problema de la extorsión policial ya no se ubica en Tijuana como el peor caso, sino en la frontera sur, en contra de los migrantes centroamericanos. Allá es donde ahora ocurren las mayores violaciones a los derechos humanos, tanto en número como en calidad, con los secuestros de migrantes como la forma más cruel y recurrente de esas violaciones, que ilustran los peores casos de «vulnerabilidad extrema», entendida como la condición de ausencia de poder de los migrantes frente al Estado y frente a la sociedad civil del país donde se encuentren.

Esa condición, que se les impone a los migrantes, tiene gradaciones. Va desde la indiferencia con la que la mayor parte de los mexicanos ve lo que les pasa a los centroamericanos que transmigran a través del territorio mexicano rumbo a Estados Unidos, hasta las prácticas más crueles de trata de las que son víctimas las niñas indígenas monolingües centroamericanas que son secuestradas para obligarlas a prácticas del mercado sexual. Esas niñas personifican el máximo grado de «vulnerabilidad extrema» como sujetos que son de derechos humanos. Entender cabalmente el espectro del respeto a los derechos humanos, que va desde el máximo respeto, al mínimo, es entender dónde se encuentra México en ese espectro y lo que nos falta por hacer para que el gobierno y la sociedad civil mexicanos rindan cuentas sobre cómo es que llegamos y cómo salir del lugar en que nos encontramos como país en el espectro global del respeto a los derechos humanos frente a la comunidad de naciones. Lo que podemos dilucidar con los datos publicados por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) es que nuestro país anda muy mal. Tanto, que permite afirmar que no hay otro país en el mundo del que se sepa que se hayan cometido números mayores de esas violaciones de las que se sabe que se cometieron en México. La cuenta es muy sencilla. Tómese el número de cadáveres que se presume son de migrantes centroamericanos que se han descubierto solo en los últimos 18 meses en nuestro país de acuerdo con los datos publicados por la CNDH y calcúlese que detrás de cada cadáver hubo un mínimo de dos violaciones de derechos humanos de quien fue en vida cada cadáver. Súmese el resultado y compárese con el número de violaciones a los derechos humanos cometidas en cualquier otro país del mundo. Aunque no hay cifras documentadas por país sobre este concepto, se puede decir que no se sabe de otro país en el que se hayan cometido un número mayor de esas violaciones de las que se sabe que se cometieron en México.