Si nos atuviéramos a la mayoría de las encuestas difundidas a través de los medios tradicionales, Enrique Peña Nieto estaría en camino de ganar la presidencia de la República el próximo 1 de julio. En esa dirección las propuestas que ha venido haciendo adquieren gran relevancia. De los varios pronunciamientos que Peña Nieto ha hecho en los últimos días, en esta ocasión me quiero centrar en sólo dos de ellos: uno sobre educación y otro más sobre reforma política.
El primero de ellos es el más afortunado: plantea que el punto de partida para llevar a cabo una mejora en la educación es una gran inversión en infraestructura: resulta que el estado en que se encuentran la mayoría de las escuelas del nivel básico en México es lamentable. He escuchado a candidatos de todo tipo demandando que los padres de familia no paguen cuotas. Pero resulta que sin esos recursos el desastre educativo sería mayor (si se puede emplear esa expresión redundante). Hay escuelas donde ni siquiera hay agua para que los niños beban o a sus salones les hacen falta ventanas o carecen de algún tipo de ventilación. Imaginemos esa situación en climas extremos como los de Mexicali. El único recurso con que se cuenta para hacer las reparaciones o el mínimo mantenimiento es el que aportan los padres. Exigir que no se paguen cuotas en esas circunstancias es demagogia.
Pero además, algunos otros pretenden que se implanten horarios extendidos con la misma infraestructura y sin contratar más maestros. Se debe empezar por lo primero. Recursos para dotar de la mínima infraestructura para aspirar a la calidad que de forma tan alegre se pregona. El Estado (con mayúsculas) abandonó a la educación pública y ante el grave deterioro se enderezan todo tipo de críticas. Independientemente del papel del sindicato, muchos maestros laboran en verdadera situación de penuria. Hay maestros en zonas rurales que caminan horas para llegar a las escuelas; obvio, los mismos recorridos que hacen los niños. ¿Horarios extendidos? ¿Por qué no empezar por lo primero?
La segunda propuesta de Enrique Peña Nieto es menos afortunada; o si se quiere, medianamente afortunada: pretende reducir el número de diputados en 100; al parecer piensa en eliminar a la mitad de los de representación proporcional (RP). El argumento apela a los costos y a la eficiencia. Creo que este es un argumento muy reiterado en un sector que valora negativamente el trabajo legislativo, y tiene la idea de que los perfiles de los diputados son muy bajos, que no hacen nada y cobran mucho. Considero que con esos elementos no sólo los pluris salen mal librados, sino toda la clase política. Pero el correctivo no debe ser acabar con la representación proporcional que surgió en 1977. Es decir, los plurinominales se instituyeron para dar voz a las minorías. Pensar en que el mejor sistema es el bipartidista; me parece un error. Esto merece mayor discusión.
México no es de los países que tenga el mayor número de legisladores. El problema no es de número, es de diseño institucional. La crítica ha crecido a partir de la existencia de gobiernos divididos (1997), cuando el partido del presidente no tuvo más la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. Eso abrió una etapa de arduas negociaciones que no conocíamos. Hoy se pide el regreso del gobierno unificado. Yo creo que la solución es de cambio de forma de gobierno: transitar hacia un sistema semipresidencialista que permita gobiernos de coalición verdaderos y no la simple inclusión de miembros de otros partidos al gabinete.
En lo que sí podría estar de acuerdo es en la eliminación de los 32 senadores de representación proporcional (RP) que se adicionaron en 1996. Por una sencilla razón, los senadores representan a los estados y los 32 de RP se integran de una lista nacional, pero con ello se rompe la paridad por entidad. Tendría que ser uno de RP por estado y esto no sucede así. En fin habré de seguir analizando otras propuestas que tienen que ver con la representación política.