Una niña de dos años llora al ser separada de su madre, a la vez que mira a un agente de la Patrulla Fronteriza. John Moore, el autor de dicha imagen captada por su cámara, sacó a la luz el retrato desgarrador de una política migratoria que ya se veía venir, aunque no en el extremo de lo inhumano. Se supo enseguida que se trataba de “tolerancia cero”: la orden de Donald Trump de quitar la custodia a los padres de sus hijos o hijas por haber ingresado a Estados Unidos de forma indocumentada, para así poder juzgarlos.
De mediados de abril al último de mayo, ya se contabilizaban poco más de dos mil niños y niñas separados, remitidos en centros de detención allende el Bravo. La separación de sus padres sólo fue la cara de una moneda de lo inhumano, la otra, la que causó mayor indignación, fue su reclusión en jaulas de malla, como animales, rememorando los nichos de segregación y concentración de judíos. La moneda comenzó a oxidarse y de inmediato se supo que ello devendría en más problemas para los niños y niñas: los traumas, los efectos de la violencia por el encierro, la separación y las vejaciones.
Derechos humanos violentados. Adiós a la Convención de los Derechos del Niño, al cabo que Estados Unidos sólo la firmó en 1995, pero nunca la ratificó. Ni se diga de los derechos humanos de los migrantes; esos, en la tolerancia cero, continúan siendo los “ilegales”, los “espaldas mojada” o seca, los “criminales” que cruzan la frontera, por el río Bravo o río Grande, o por el desierto, pero sin documentos y por lo tanto representan un problema de seguridad nacional. Este último, el argumento central de Trump, el de la (in) tolerancia, la trumplerancia como síntesis discursiva de la criminalización migrante y del racismo operante en el gobierno de Estados Unidos.
Say goodbye a los derechos humanos en general. Nikki Haley, la Embajadora de Estados Unidos ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, lo dijo claramente: El Consejo no defiende lo que dice defender e incluye a los que abusan de los mismos, y por lo tanto mi gobierno se retira. Se trató de una postura política con berrinches de “no son dignos de nosotros”. Mike Pompeo, el Secretario de Estado, la respaldó. Pero la postura no fue en balde, pues se dio después de que el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, Zeid Ra´ad Al Hussein, señaló que la separación de los niños migrantes de sus padres era un acto inadmisible y cruel.
Las políticas migratorias de Trump no tienen nombre, pero sí tienen cantidad: 1.6 mil millones de dólares para construir el muro fronterizo. Es un chantaje, un juego político entre partidos: republicanos y demócratas, que están estira y afloja. Trumlerancia cero que llegó al extremo: de los discursos antiinmigrantes desde la campaña, las negociaciones con el Congreso, las políticas migratorias de lo inhumano. No obstante, la presión internacional no se hizo esperar: desde el Papa Francisco enfatizando que se trataba de una política inmoral y contraria a los valores católicos, hasta Melania Trump señalando respetar las leyes y gobernar con el corazón.
Aunque no sólo en las altas esferas se hizo evidente el disgusto, la crítica y la manifestación: cientos de activistas y padres de familia, justo aquí en el Valle de Texas, se dieron a la tarea de alzar la voz y hablar por los acallados. Los gobiernos centroamericanos se quejaron. El gobierno mexicano, aunque un poco lento, también criticó la trumplerancia, a pesar de que la frontera sur del país se está volviendo la otra frontera de Estados Unidos. Ante todo esto, y muy a su pesar, Trump firmó el miércoles pasado, una orden ejecutiva para detener la separación de familias inmigrantes, pero como dijo en un twit: “Estoy trabajando en algo, ¡pero nunca se acaba!” Palabras enigmáticas y arma de doble filo en materia de políticas migratorias internacionales.
Dr. Oscar Misael Hernández-Hernández
El Colegio de la Frontera Norte