Transcurrieron 18 años para que el PRI obtuviera una ventaja tan importante sobre el resto de partidos políticos en una elección presidencial. Nunca de la dimensión del triunfo logrado en el aciago año de 1994 por Ernesto Zedillo Ponce de León; sin embargo, desde entonces el tricolor no recibía un caudal de votos como el pasado primero de julio. En 1994 el triunfo fue inobjetable: se configuró el último gobierno unificado; efectivamente, el PRI obtuvo la mayoría absoluta en el Congreso. Los resultados se dieron merced al asesinato de su candidato Luis Donaldo Colosio Murrieta; el miedo resultó el mejor aliado de un candidato carente de carisma como Zedillo, cuya máxima aspiración era ser gobernador de Baja California. Posteriormente se han sucedido seis elecciones sin que ningún partido haya logrado la condición de ganar la elección presidencial y mayoría absoluta en el poder Legislativo; es decir, de gobierno unificado.
Parecen remotos los tiempos cuando un partido político lo ganaba todo: el sistema de partido hegemónico terminó en 1997; hoy ni siquiera podemos hablar de un sistema de partido dominante: el PAN perdió el apoyo ciudadano en tan sólo doce años y sucumbió de manera estrepitosa este primero de julio. (Entre paréntesis me llama mucho la atención que esta semana uno de sus voceros, Juan Molinar Horcasitas, haya declarado que el PAN “es la segunda fuerza electoral”. Reconocer las derrotas y llevar a cabo un análisis crítico es el primer paso para la reconstitución de un partido).
En 2006 el candidato del PRI a la presidencia de la República, Roberto Madrazo Pintado, obtuvo 9 millones, 301 mil 441 votos; un 22.26% del total, que lo situó en un lejano tercer lugar, mismo que hoy ocupó Josefina Vázquez Mota. Seis años después, Enrique Peña Nieto sumó 19 millones, 225 mil 745 votos, lo que se tradujo en un 38.21%. El primero de julio estuvieron en disputa seis gubernaturas, tres de las cuales fueron ganadas por el PRI: Chiapas, Jalisco y Yucatán; dos por el Movimiento Progresista: Morelos y Tabasco y tan sólo una, Guanajuato, por el PAN. Así, al final, aumentó el número de gubernaturas que estarán bajo gobiernos priistas: de 20 a 21.
En el caso del Congreso de la Unión, el salto en la Cámara Alta respecto a la anterior elección (2009) fue muy importante: los senadores de mayoría crecieron de 33 a 52, para un incremento de 19 asientos. Por su parte en la Cámara de Diputados, el triunfo fue menor respecto a lo logrado tres años antes pues pasará de 237 a 208 (158 de mayoría relativa y 50 de representación proporcional). De todos modos habría que sumar las 33 curules que obtuvo el PVEM con quien se presentó en alianza. Será la primera mayoría en ambas cámaras.
Pese a los resultados, la nueva configuración del gobierno obliga a un trabajo fino de negociación sobre todo al interior del Congreso. Las izquierdas son la segunda fuerza política nacional y eso exigirá mucha capacidad de diálogo y concertación. De ahí la importancia de quienes asuman la coordinación de las bancadas. Todo parece indicar que el coordinador de los diputados será Manlio Fabio Beltrones y de los senadores, Emilio Gamboa Patrón. Dos políticos habilidosos y con una amplia trayectoria: ambos fueron coordinadores de sus bancadas en la legislatura que concluye: Beltrones de los senadores y Gamboa de los diputados. Se trata de un enroque prácticamente consumado.
El próximo gobierno de la República tiene enormes retos por delante: no sabemos como vaya a concluir el actual proceso que deberá culminar con la decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a más tardar el próximo seis de septiembre. Pero si ratifica o anula la elección, la gobernabilidad requerirá un Congreso vigoroso sobre el que recaerá buena parte de la solución a la crisis postelectoral.
Hace unos días, Ricardo García Cervantes, reconocido panista y actual senador de la República, declaraba que después de 12 años los gobiernos panistas habían sido incapaces de combatir la corrupción. Ese será un reto para la próxima administración. Las instituciones están enfermas y la corrupción ayuda a entender la debacle panista. No hacer nada sería suicida. Los ciudadanos se muestran contrariados y desilusionados de funcionarios corruptos que convirtieron a muchas instituciones en patrimonio privado. Limpiar el cochinero le daría mucha legitimidad al nuevo inquilino de Los Pinos. Además eso prometieron.