Apenas estamos estrenando el 2018 y en el ambiente se respira el fin del sexenio de Enrique Peña Nieto; las precampañas políticas que, más bien, parecen una campaña extendida en el tiempo –por la ausencia de competencia al interior de los partidos políticos–, dejan la sensación de que falta poco para el relevo pero no es así, todavía podemos esperar sorpresas.
En este ambiente electoral tan lleno de buenas intenciones, promesas y trato afable de los aspirantes hacia los ciudadanos, sus posibles votantes, no hemos dejado de conocer noticias que nos muestran los excesos de los exgobernadores y otras autoridades de alto rango que, rápidamente, nos devuelven a una cruda realidad que, a algunos, nos deja con ganas de que algunos sexenios fueran más cortos.
Al Presidente Peña Nieto aún le quedan varios meses de ejercicio del poder y podría decirse que su sexenio se ha caracterizado por una serie de reformas e iniciativas que, quizá, Hannah Arendt consideraría que son consecuencia de esa búsqueda del ser humano de ser inmortal, de dejar una huella imborrable y que, a su vez, ejemplifican esa potencial grandeza de los mortales radicada, justamente, en su habilidad de producir trabajo, actos y palabras.
En este sexenio, sin duda, han abundado las palabras y los actos. Algunas expresiones son dignas de que Ponchito publique otro libro como aquel que compiló con frases dichas por Vicente Fox. Los actos en este sexenio también son muchos pero han dejado una profunda huella los que se han instituido a través de iniciativas y reformas de ley, ¿qué puede haber más perdurable, en el ámbito político que una legislación?
Hacia el final de un sexenio, las palabras y los actos continúan, en esa búsqueda de trascendencia del ser. Hace unas semanas, tocó el turno al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), al menos así lo anunció su director, a los medios de comunicación; la intención explícita es hacer un plan transexenal y la manera de lograrlo es a través de una iniciativa de ley de ciencia y tecnología que se planea que entre a discusión al Congreso de la Unión, durante este mes.
En los pasillos de los recintos científicos, hay opiniones encontradas al respecto. Para algunos, la nueva ley dará una gran autonomía al Conacyt; para otros es una manera de perpetuar a quienes ostentan los principales cargos, más allá del sexenio; no falta quienes consideran que la ley propuesta es un sueño que no cuajará porque ya se ha intentado en el pasado sin éxito; los más desconfiados dicen que es importante seguir la pista a esa ley porque la propuesta de homologación de un estatuto de personal académico –ya en los Centros Públicos de Investigación dependientes del Conacyt y con intenciones de aprobarlo de manera unilateral e inmediata– ha generado gran descontento en la comunidad científica pues, a todas luces, viola derechos laborales.
Ante tanta incertidumbre lo único que puede darse por cierto es que los actos y las palabras que tengan lugar en el ámbito de dominio del Conacyt, si se materializan en leyes, reglamentos o estatutos, tendrán consecuencia directa en la labor científica que desarrollamos, cotidianamente, quienes nos dedicamos a generar conocimiento.
Estamos cerrando el sexenio y se hace evidente que dejar huella imborrable es una necesidad apremiante para quienes han ejercido cargos públicos; pero también hay muestras importantes de que hay recursos para contrarrestar esas acciones de cierre de sexenio que se materializan en leyes; al menos eso parece indicar el revés que ha sufrido la ley de seguridad interior que ha sido impugnada y que puede declararse inconstitucional, en cualquier momento.
Apenas está iniciando el 2018 pero, sin duda, en el aire se respira el cierre del sexenio y el afán por trascender.
Dra. Artemisa López León
Investigadora de El Colegio de la Frontera Norte