Así rezaba una pancarta exhibida el pasado domingo 10 de marzo durante la manifestación convocada en la Ciudad de México y otras ciudades por los “Chalecos Amarillos” y “Primero México”, dos asociaciones civiles que cuestionan las políticas del presidente André Manuel López Obrador. La convocatoria en realidad era a realizar marchas “multudinarias” a lo largo del país. La más numerosa al parecer fue la de la Ciudad de México donde se calcula se reunieron unas mil personas.
Las redes sociales se han convertido en los medios principales para atacar al nuevo gobierno. Y hay una profunda disociación entre los contenidos de las redes y lo que sucede en la calle. Ese deberá ser un tema de estudio: conocer con mayor claridad a qué sector de la población representan las opiniones expresadas en las otrora “benditas redes sociales”. Ante el origen social de los tweeteros y facebookeros opositores, su labor se circunscribe a estos medios pues son incapaces de conectar con los sentimientos de la llamada sociedad civil, esa que realmente incluye al pueblo, a los ciudadanos, a todos aquellos que se hicieron presentes en las urnas el pasado 1 de julio.
Lo que vimos en las calles el domingo 10 de marzo fue en lugar de una exhibición de poder, de “músculo opositor”, una lamentable demostración de incapacidad de articularse con los sentimientos y deseos populares. O si se quiere, un berrinche, un iracundo griterío de los sectores más favorecidos por el desarrollo reciente del país, de esos que bajaron a Paseo de la Reforma desde Santa Fé, Tecamachalco, Las Lomas, Polanco y otras zonas de elevados ingresos y cortas miras. Y que aspiran a un país gobernado en inglés y tiemblan de miedo por lo que ven como una amenaza comunista: “We will never be communists. Lopez Obrador! Out! Stop your destruction !Enough!”
Esa es la oposición más estridente, la que se une a la llamada comentocracia y a algunos de los viudos(as) de la campaña presidencial reciente. Lo dice de manera clara y contundente Álvaro Delgado (https://heraldodemexico.com.mx/opinion/historia-de-lo-inmediato-la-pequena-oposicion/) “Pero también fracasó la movilización por el tono bilioso y apocalíptico de las consignas y de los promotores, que si bien están a tono con todos los partidos de oposición y opinócratas de medios de comunicación, éstos optaron por no sumarse al prever que habría un desenlace semejante al de la marcha fifí de la toma de posesión de López Obrador. Sí, en todo régimen democrático la oposición obviamente se opone, disiente y critica al poder de manera implacable, sobre todo la partidaria que piensa en la siguiente elección, pero la eficacia depende no sólo de la calidad del escrutinio y la creatividad para comunicarlo, sino de la autoridad política y moral de quienes se oponen. Por eso fracasó también #YoSíQuieroContrapesos, una iniciativa del gobernador Javier Corral, prematuro aspirante presidencial, porque sus más prominentes integrantes -como Enrique Alfaro, Jorge G. Castañeda y Héctor Aguilar Camín- en realidad no lo eran y porque la lista se redujo a prosélitos de Ricardo Anaya. Con tan inocua oposición, los contrapesos a López Obrador deben venir de quienes lo eligieron y que jamás solaparán abusos de poder”.
Para que haya contrapesos debe haber primero pesos. Y lo que tenemos son grupos amorfos que se disputan una utópica representatividad de la ‘sociedad civil”, pero lo hacen desde la comodidad de sus fortunas o desde el control de los medios de comunicación. Ni siquiera se atreven a construir partidos politicos opositores, salvo el patético caso de Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala. No saben como defender sus intereses, ahora amenazados por el nuevo gobierno, salvo a sombrerazos o a twitazos. Son reaccionarios porque todo les molesta de un escenario cambiante: lo único que aceptan es que todo se mantenga igual, claro y en primer lugar, sus riquezas, es decir, sus ingresos desde el poder.
Una democracia requiere ciudadanos informados, participativos, creativos. Los chalequitos amarillos, la comentocracia o los “contrapesos” son todo menos eso. Sobre todo si se requiere mancharse los zapatos, aflojarse en terracería y sin aire acondicionado; eso sí cala, que horror!