Transiciones: Volver

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Opinión de Víctor Espinoza Valle Investigador del Departamento de Estudios de Administración Pública de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 25 de agosto de 2016

Entre lo que recuerdas e imaginas y la realidad puede haber una gran distancia. Estas son solo impresiones, no basadas en datos “duros”, sobre un reciente regreso a dos ciudades europeas. Desde luego que lo que pensaba antes de arribar era que la seguridad se habría incrementado exponencialmente a raíz de los atentados en París y Niza, en Francia. Mi sorpresa fue que en el aeropuerto Charles de Gaulle en Paris, la entrada es sumamente relajada. Salvo que se trate de una vigilancia a través de cámaras o del servicio de inteligencia, cuerpos uniformados brillan por su ausencia. Incluso cada quien puede recoger sus maletas y nadie revisa si la que uno se lleva corresponde realmente a su dueño. Creo que esto tiene que ver más con una cultura de respeto a la propiedad ajena y a una falta de desconfianza acerca de que alguien tome lo que no es suyo.

Todo lo contrario sucede en los aeropuertos de Nueva York. Por ejemplo en Newark los controles para quienes proceden de Europa se han triplicado. Hay que armarse de paciencia y atravesar diversas revisiones hasta llegar a las salas de abordaje y conexión. Las maletas son vueltas a revisar, así como los documentos de identidad. Nada comparable a lo vivido en el otro lado del mundo. Mis hijos me dicen que los controles están en función de los enemigos. En lugares sumamente concurridos de París y Londres, insisto, los uniformados brillan por su ausencia.

Tuve la oportunidad de experimentar un acto de honestidad que me ratificó que la cultura del respeto por el trabajo, la propiedad ajena y las buenas prácticas empresariales, si son posibles de encontrar. Nuestro problema es que siempre pensamos estos actos desde nuestra experiencia nacional, no podría ser de otra forma, y por eso nos asombran. En el tren que nos condujo de París a Londres, de la compañía Eurostar, tuvimos la mala fortuna de olvidar nuestra cámara fotográfica. Media hora después de abandonar el vagón y a punto de salir de la estación nos percatamos del olvido. Pretendimos regresar al tren pero por razones de seguridad no estaba permitido entrar a los andenes. Así, al ir investigando todos nos condujeron a una oficina especial de Eurostar, donde con gran amabilidad levantaron el reporte y nos dieron una dirección de internet donde nos informarían, o de lo contrario que regresáramos más tarde pues esperaban que los trabajadores de limpieza y seguridad terminaran de revisar todos los trenes. Cuatro horas después regresamos e incrédulos recibimos la cámara intacta. Mi hijo no dejaba de alabar ese acto de honestidad. Los trabajadores de la empresa se mostraban sumamente contentos con todos nuestros agradecimientos. Salimos de la oficina preguntándonos por el destino de nuestra cámara si el olvido hubiera sucedido en nuestro país. ¿Imagina usted la respuesta?

Lo que ha cambiado notablemente es el uso de las tecnologías. La posibilidad de ubicarte y de encontrar direcciones de lugares de interés, así como el transporte que se debe de tomar es infinitamente distinto de unos años para acá. Es raro observar a alguien en el metro buscando en un mapa su estación de destino. Los teléfonos inteligentes han desplazado incluso a los lectores de periódicos y libros que eran lo más común en el panorama del transporte público europeo. Ignoro si han descendido los índices de lectura pero hoy la mayoría se desplaza observando su teléfono. Eso sí, lo que no ha cambiado es la puntualidad de los sistemas de transporte. Sí, fue un regreso al primer mundo. Los viajes siempre nos permiten comparar y valorar lo que tenemos y de lo que carecemos.

Dr. Víctor Alejandro Espinoza Valle
Investigador del Departamento de Estudios de Administración Pública