[:es]El viernes 20 de enero el magnate Donald Trump asumió el cargo como el presidente número 45 de los Estados Unidos. Trump llega a la presidencia con el nivel de aprobación más bajo que se recuerde (44%); su antecesor Barack Obama lo hizo con el 86%, hace ya 8 años y terminó con un 55%, que es muy alto para cualquier gobernante después de casi una década en el poder. El contraste es notable: eso se refleja en que Trump no obtuvo el voto mayoritario del electorado, sí del Colegio Electoral.
El discurso de Donald Trump no agregó nada nuevo a lo que habían sido sus pronunciamientos durante la campaña. Aunque a decir verdad había quien esperaba un tono más conciliador que restañara un poco las heridas que dejó una elección que polarizó a la sociedad norteamericana. Nada de eso, persistió en las interpelaciones nacionalistas y patrioteras. Sólo habló para quienes votaron por él; el resto son adversarios. Quien no está con él está contra él, esa es la única lógica que conoce.
Hubo elementos presentes en la ceremonia y durante el transcurso del día que llaman la atención: el National Mall, esa enorme extensión que se abre entre la sede del Congreso y el Lincoln Memorial en Washington, lució semivacío. Una gran diferencia respecto a la toma de protesta de Obama en enero de 2009. El gesto adusto de un Trump y su trato a la ahora primera dama, Melania, contrasta notablemente con Obama y Michelle. Quizás es lo de menos, pero es muy notorio el estado de ánimo descompuesto de la nueva pareja presidencial.
Evidentemente que durante los primeros días de la presidencia de Trump seremos testigos de una andanada de iniciativas tendientes a instrumentar sus promesas de campaña. El mismo viernes 20 por la tarde proponía terminar con el financiamiento a las Ciudades Santuario, mayores recursos para la vigilancia fronteriza o iniciar la deportación de indocumentados con antecedentes penales. Dos días después, el lunes 23, en reunión con empresarios los conminaba a no invertir fuera de Estados Unidos pues pretende cobrar altos aranceles a los capitales que abandonen el país, pero también anunció la salida del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TTP).
Cuando todo parecía cuesta abajo tuvimos conocimiento de una gran convocatoria: las mujeres en el mundo decidieron movilizarse por sus derechos y contra la política misógina del nuevo gobernante. Teniendo su epicentro en la capital, Washington, DC, la convocatoria se extendió a varias ciudades norteamericanas y a otras ciudades del mundo. Cientos de miles se manifestaron el sábado 21 de enero; no teníamos antecedentes de movilizaciones coincidentes de tal magnitud. Las mujeres hablaron por un mundo estupefacto, preocupado por una retórica arcaica nacionalista, patriotera, racista. Estamos ante una respuesta inesperada que nos indica cuál es el camino para neutralizar los ataques y políticas de un personaje como Donald Trump.
Ríos de mujeres que nos enseñaron que el mejor remedio para sobrevivir los próximos 4 años no es quedarse en casa a lamernos las heridas, sino salir a la arena pública y ganar los espacios, gritar que no todo está perdido. Recordarnos que la sociedad norteamericana está viva y que su capital social incluye a una diversidad de orígenes, actividades, capacidades, trayectorias educativas, laborales, etc. Y que todos y todas quieren una sociedad plural, progresista, liberal, democrática. Es el origen de la poliarquía y debemos defenderla.
Los contrapesos serán fundamentales: en el Congreso, en las universidades, en los parlamentos locales, en los gobiernos estatales y municipales, donde las minorías tienen representación. México debe apostarle a una política consular activa que asesore a todos nuestros paisanos para evitar la deportación y elevar las tasas de naturalización. La defensa es preferentemente en suelo norteamericano, ahí reside la diáspora mexicana con la que estamos en deuda. Hoy nadie puede quedarse en silencio: las mujeres lo saben bien.
Victor Alejandro Espinoza Valle
Investigador de El Colegio de la Frontera Norte [:]