[:es]Meses atrás el presidente Enrique Peña Nieto definía el fenómeno de la corrupción en México como un problema cultural. Eso provocó un aluvión de críticas pues, se sostenía, el origen de la corrupción era estructural o consustancial al sistema político y económico. Efectivamente, la mayoría de las grandes fortunas de este país no se hubieran gestado sin el amparo de los gobiernos o ámbitos gubernamentales. Incluso una de las interpretaciones señala que la corrupción en México es una forma de acumulación de capital.
Lo cierto es que la corrupción en nuestro país también es cultural. La tenemos interiorizada ya que es parte de la forma cotidiana de accionar. Todavía más, cuando se tiene conciencia de ella, la conclusión es que no hay de otra si se quiere que funcionen las cosas, o se destrabe un asunto o se resuelva un problema legal o administrativo. “Así son las cosas”, se dice con toda tranquilidad.
La corrupción no es exclusiva de los ámbitos gubernamentales eso lo sabemos, pero por la forma como ha funcionado el sector público desde la postrevolución se generalizó. Me refiero a que se convirtió en un ámbito de transferencia de recursos hacia todos los sectores sociales, incluyendo al sector privado. Al amparo del gobierno se han amasado las grandes fortunas en nuestro país. Una pareja indisoluble de la corrupción ha sido la impunidad y a su lado la opacidad, la falta de transparencia. Todo es posible, los corruptos se salen siempre con la suya. Funcionarios que roban, ejercen los presupuestos de manera discrecional y no informan nada, esa es la práctica más común, a pesar de las leyes, instituciones que se crean para evitarlo, acciones y demandas de la sociedad civil. Nada importa.
Dos ejemplos recientes: el Sistema Nacional Anticorrupción contempló la formación de un Comité de Participación Ciudadana que justamente tiene por objeto el “diseño, promoción y evaluación de políticas públicas de combate a la corrupción”, integrado por 5 ciudadanos de reconocida trayectoria profesional y ética. Pues bien, reconocimos en la lista de candidatos a integrar dicho órgano colegiado a dos tipos con larga cola que les pisen; dos personajes siniestros de Baja California que hicieron de la discrecionalidad y la corrupción un “estilo personal de gobernar”. Está tan interiorizada la corrupción, que sin duda para ellos el “sacrificarse” por sus instituciones de educación les mereció el enriquecimiento y el uso de toda la infraestructura a su servicio. Tan natural para ellos debe ser la corrupción que en su atrevimiento por ser miembros del comité ciudadano no les quedó duda que eran candidatos idóneos.
Otro asunto relacionado con el Sistema Nacional Anticorrupción es el nombramiento del Fiscal Anticorrupción. Pues bien, dos de los aspirantes a ocupar el cargo tuvieron que declinar pues el Senado encontró ‘similitudes” en los ensayos presentados como requisitos. Se trata de Braulio Robles Zúñiga y Angélica Palacios Zárate; no se supo bien a bien quién plagió a quién, pero parece inconcebible que siendo aspirantes a fungir como fiscales se atrevieran a tamaño disparate. Pero lo dicho, para ellos sus actos ilegales no son actos de corrupción. Es parte de su forma de concebir el servicio público, también es un fenómeno cultural.
Y ante esto la pregunta es cómo desmontar un sistema político que funciona merced a la corrupción: o se transparenta el uso de los recursos públicos y se castiga a quienes hacen uso discrecional de los mismos, los funcionarios responden por sus actos, quienes son los encargados de nombrarlos asumen por eso mismo una corresponsabilidad, los contralores internos dejan de estar al servicio de los titulares de las dependencias y otras medidas urgentes como transparencia en licitaciones, uso de plazas, disminución de viáticos para mandos superiores, desaparición del seguro de separación individualizado, y un largo etcétera; las cosas comenzarían a cambiar. Pero en un sistema donde la mayoría de la clase política y empresarial están metidos en el negocio de medrar con los recursos públicos, ¿quién se atreverá a dar el primer paso?
Victor Alejandro Espinoza Valle
El Colegio de la Frontera Norte
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