[:es]Reproduzco un diálogo entre el presidente saliente, Alonso Prida y el tenista Sergio Franco, personajes centrales de la novela “Los usurpadores” de Jorge Zepeda Patterson (Planeta, 2016): “Cuando va a concluir tu mandato te das cuenta de que apenas te has puesto la camisa y que la historia te juzgará por tus calzones. –Aún queda un año, ¿no? Supongo que eso te da la posibilidad de acomodar muchas cosas.
-Es un año en el que uno tiene que nadar de muertito y hacerse pendejo. Cualquier cosa que intente la boicoteará la oposición porque no querrá otorgarle una carta de triunfo a mi partido en las próximas elecciones; todos los candidatos harán su campaña a partir de los errores reales o inventados que me atribuyan. Es el año en que el presidente se convierte en la piñata que todos apalean. Está de la chingada (…) En política no hay lealtades. En el momento en que designe a mi sucesor yo me convierto en un estorbo. Cuando él sienta que su campaña ya es irreversible y no me necesite, comenzará a deslindarse de mí. Si resulta agradecido simplemente tomará distancia, si resulta un cabrón terminará pisoteándome. Y lo peor es que todos los aduladores que comían de mi mano se volverán en contra mía pensando que así ganarán los favores del próximo presidente”.
Estamos ante el retrato preciso del momento de la caída en desgracia de los presidentes mexicanos. El sistema político en nuestro país es obsoleto, no sólo porque está afectado desde sus cimientos por la corrupción, sino porque los mecanismos informales de reproducción no corresponden con los cambios, así sean controlados, que se han venido dando a cuenta gotas durante los últimos años. Las facultades metaconstitucionales de los presidentes, que sirvieron durante décadas para llevar a cabo cambios de gobierno sin sobresaltos, por lo menos desde el año trágico de 1994 se convirtieron en una grave amenaza para la estabilidad política y económica.
La reflexión del “presidente Alonso Prida” sigue vigente e incluso alcanza a los gobernadores, verdaderos señores feudales en sus tierras. Al momento de designar al candidato de su partido (sea del partido que sea), empiezan a perder el poder y a quedarse solos. Es una caída brutal, dada la concentración del poder en una sola persona. En ningún otro régimen sucede lo mismo, ni bajo el parlamentarismo o el semipresidencialismo. Incluso comparado con el sistema norteamericano, origen de nuestro modelo. Bajo gobiernos democráticos hay una real división de poderes. Basta ver como el Congreso en Estados Unidos recientemente rechazó la iniciativa de Donald Trump para acabar con el sistema de salud de Barack Obama (“Obama Care”).
Hay otras novelas clásicas que han abordado el tema, menciono dos: “El gran solitario de Palacio” de René Avilés Fabila o “La víspera del trueno” de Luis Spota. Sin duda, el intento más acabado para conocer los entramados de lo que ha sido la sucesión presidencial en México es el libro del controversial Jorge G. Castañeda; “La herencia. Arqueología de la sucesión presidencial en México” (Alfaguara, 1999). Narra la historia de los destapes presidenciales de 1970 a 1994, de Luis Echeverría a Ernesto Zedillo. A decir del autor, habría dos métodos para el mismo fin: el de “destapes anticipados” y el de “destapes por descarte”. Lo que queda claro es que ambos son decididos por el presidente en turno.
Efectivamente, en el momento que “destapa” al sucesor termina informalmente su gobierno; declina su poder y se empieza a quedar sólo. Por ello, intentará por todos los medios retrasar ese momento: cuando decide quién será el ungido. Es el ocaso de su carrera política, cuando sabe que se le endilgarán todos los males del país, todas las desgracias acumuladas. Es la paradoja del sistema político mexicano: endiosar a un personaje y dejarlo caer desde lo más alto. Dos expresidentes han roto con la norma no escrita de continuar su vida pública con un bajo perfil: Vicente Fox y Felipe Calderón, los dos panistas que no entran al molde priista. Pero su activismo tiene otra naturaleza: Fox tuvo la fortuna de que su sucesor fuera blanquiazul y Calderón se ha beneficiado de los arreglos políticos y la corrupción que corroe al sistema y que, de imperar la ley, debería haber sido juzgado. Pero esas son otras historias. Lo que ya se vislumbra es la soledad en Palacio.
Victor Alejandro Espinoza Valle
El Colegio de la Frontera Norte [:]