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Víctor Alejandro Espinoza
En 2015 en los 16 procesos electorales locales y el federal (renovación de la Cámara de Diputados) participaron un total de 123 candidatos independientes, de los cuales triunfaron 6. En el actual proceso en el que habrá elecciones en 14 entidades, el número de candidatos sin partido prácticamente se ha duplicado: 251. Definitivamente los candidatos independientes llegaron para quedarse, ya son parte del panorama político nacional, sobre todo si el sistema presidencialista no cambia, el fenómeno se extenderá hasta que el discurso antipartidos deje de ser efectivo. En un régimen semipresidencialista o parlamentario dejarían de existir como vía para alcanzar el poder. Pero esa es otra historia.
En una sociedad que tiende a estigmatizar a los partidos políticos por considerarlos como la encarnación del mal, la mesa está puesta para que broten las posturas mesiánicas, hombres y mujeres con la capacidad de resolver los problemas de corrupción e impunidad de las cuales responsabilizan a los partidos políticos. Los buenos y los malos, así dividen a los bandos irreconciliables. Por un lado los políticos (malos) por el otro, la sociedad civil (buena).
Es muy preocupante que la simplificación de los problemas: “todos los partidos políticos son lo mismo”, “la sociedad civil es buena”, sean las premisas de las cuales partan los candidatos sin partido. Ni todos los partidos son lo mismo, ni la sociedad civil es homogénea: en ella conviven y sobreviven grupos de todo el espectro político e ideológico. Como bien afirma José Woldenberg en un reciente ensayo (“El partido de los independientes”, Nexos 460, abril de 2016, pp. 12-15): “La fama pública de los partidos y los políticos profesionales se encuentra por los suelos(…)
A partir de ello se ha desatado entre nosotros una ola que ha encontrado una solución prodigiosa y contundente: hacer a un lado a los políticos profesionales y los partidos y lanzar para ocupar los cargos de elección popular a candidatos independientes. Una fórmula –se proclama- eficaz, indolora y categórica. Yo diría más bien simplista, pero con una clara intencionalidad política”.
Los candidatos sin partido si bien son un buen acicate para la revisión del sistema de partidos, plantean un fuerte cuestionamiento al sistema de representación democrático: simplemente niegan la necesidad de partidos políticos; los consideran prescindibles. Hablan incluso de “jubilarlos” de mandarlos “de vacaciones”; para ello utilizan el concepto despectivo de partidocracia. José Woldenberg se pregunta: “¿A qué tipo de liderazgo lleva una arenga como la planteada? A uno necesariamente antipluralista y también personalista. Porque si el candidato va a resultar el representante de la sociedad civil (¡pretensión un poco abusiva!) ¿los demás (los partidos políticos) acabarán siendo representantes de quien?”
Esa propuesta en la que los candidatos independientes resumen todas las virtudes de la sociedad civil, es la que está detrás de la llamada candidatura única para la presidencia de la República en 2018. Diversos personajes se han ido “destapando” durante los últimos meses: el más activo Jorge G. Castañeda, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Pedro Ferriz de Con, Margarita Zavala, Denise Dresser, entre otros. ¿Qué tienen en común? Parece ser que su antipartidismo y la idea de que la corrupción se resuelve si alguno de ellos llega a ocupar la presidencia.
El espectro ideológico que abarcan estos personajes es variado, y va desde el liberalismo hasta el conservadurismo radical. ¿Cómo podría emerger una sola candidatura independiente capaz de ponerle freno a la “partidocracia” de ese grupo de estrellas rutilantes (más las que se acumulen)? Me parece misión imposible. Cada quien se siente con los méritos suficientes como para resolvernos de un plumazo todos nuestros problemas. Los egos son tan grandes que declinar en favor de uno sería tanto como reconocer que no se encarnan todas las virtudes; ¿Quién sería capaz del sacrificio?[:]