Transiciones: Razones

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Opinión de Víctor Alejandro Espinoza Profesor e Investigador de El Colef de El Colegio de la Frontera Norte

miércoles 11 de mayo de 2016

Razones
Víctor Alejandro Espinoza

Al parecer el comportamiento frente a la boleta electoral y la decisión última de emitir un voto favorable a determinado candidato es impredecible para un amplio sector de la población. Incluyendo a aquellos que en las encuestas declaran su voto como definido, es muy probable que terminen cambiándolo; desde luego que los indecisos son los más proclives a definirse en el último minuto o a terminar anulando su voto.

La proliferación de candidatos está provocando que los potenciales electores se encuentren desconcertados y desorientados. Es perceptible en la forma en que preguntan “¿y tú cómo la ves?” “¿cuál es el bueno?”. No alcanzan a distinguir las opciones que en el actual proceso electoral se les multiplican. ¿Cómo definirse frente a 10 o 12 candidatos a las alcaldías o a la diputación? ¿Qué ofrecen? Pero quizás lo más importante sea: ¿Quiénes son? ¿Por qué decidieron participar como candidatos?

Las razones que nos llevan a aceptar una responsabilidad tan grande como ser candidatos no son unívocas. Hay interpretaciones de todo tipo, lo mismo que las respuestas. La mayoría afirma que lo hacen por un alto sentido de compromiso con las causas de la gente, por el simple deseo de ayudar, de trabajar por los demás, etc. Nadie acepta que lo hace porque aspiran a detentar el poder, por ser reconocidos por la población o porque les puede representar un magnífico negocio. Y no dudo que haya candidatos que participan por convicción, porque están convencidos de que tienen la capacidad para resolver los problemas de la gente y el conocimiento para enfrentar los desafíos del ejercicio del poder en favor de las mayorías.

En un sistema político presidencialista como el nuestro, la personalización de la política es mayor que en regímenes semipresidencialistas o parlamentarios. Quienes llegan a ocupar cargos en los poderes ejecutivos, sobre todo, concentran la capacidad casi unívoca de decisión sobre la mayoría de las preocupaciones de la comunidad. Es decir, concentran mucho poder y recursos y eso hace muy atractivo ocupar esos cargos. Pese a que el presidencialismo ha sido acotado durante las dos últimas décadas, ese poder fue asumido por los gobernadores y los alcaldes; finalmente todo el poder queda entre los ejecutivos.

Cuando observamos en campaña o debatiendo a los candidatos nos preguntamos sobre sus razones para aceptar las candidaturas. ¿Serán conscientes la mayoría de ellos que no tienen prácticamente ninguna posibilidad de ganar la elección? Muchos carecen de preparación para asumir un cargo de tal responsabilidad como alcaldes o diputados. Pero no sólo carecen de formación educativa, muchos tampoco tienen experiencia como funcionarios públicos. Con candidez aceptan competir contra partidos políticos con estructuras que les permiten imponerse en el proceso electoral.

Siempre he creído que tenemos la clase política que nos merecemos. En una democracia política como la nuestra cualquiera aspira a convertirse en candidato y gracias a algún golpe de suerte, ganar los comicios. Eso significaría ver resuelta su situación económica. La corrupción e impunidad permiten que ese sueño de movilidad social se haga realidad. Cualquiera puede ostentar un cargo de representación política. Y para ello se requiere la contraparte, una sociedad poco informada, manipulada, con una escasa formación cívica, dispuesta a aceptar discursos simplistas y de candidatos que prometen resolver los más graves problemas en “15 minutos”.

La novedad del actual proceso electoral reside en el número de candidatos que aspiran a cargos tan escasos; a ello se añade la participación de candidatos sin partido o independientes; lo cual abre el abanico y con ello las opciones para los atribulados ciudadanos que no atinan a entender lo que les prometen. Sólo 30 alcanzarán uno de los 25 asientos en el Congreso y las 5 alcaldías; aproximadamente 190 se quedarán en el camino. A la mayoría parece no importarles: habrán gozado de sus 15 minutos de fama.