Un sector minoritario pero importante de la sociedad mexicana parece haber perdido la razón. Se han desquiciado con los resultados de la consulta popular convocada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). No aceptan que el presidente electo se haya basado en dicha consulta para anunciar que cancelará el aeropuerto que se encuentra al 20 (o 30%) de su construcción sobre el Lago de Texcoco. Se rasgan las vestiduras y se tiran al suelo.
Una periodista solicita al empresario Carlos Slim que encabece la rebelión para evitar que AMLO tome posesión, algo así como un golpe de Estado empresarial. Una de las virtudes de la embestida contra AMLO es que obligó a muchos a quitarse la careta; a mostrarse en toda su dimensión o en toda su ruindad y mezquindad. Sufren, lloriquean y dicen que México ya no será nunca de primer mundo porque no se continuará con la obra faraónica del NAICM. Los expresidentes Felipe Calderón y Vicente Fox desesperados inundan las redes sociales anunciando que estamos en la antesala de la crisis nacional por la consulta “illegal” de AMLO. Académicos y comentócratas respiran por la herida. No soportan que cinco prominentes empresarios dejen de hacer el negocio de su vida. Todos se sienten Slim.
La rebelión empresarial ha servido para valorar el compromiso de cada uno con la construcción de la democracia. De los grandes empresarios, de la oligarquía que se formó al amparo del Estado mexicano y que se enriqueció como nunca durante los últimos sexenios, no teníamos ninguna duda. Los que sí se destaparon y evidenciaron han sido los comentócratas, todos esos periodistas y editorialistas que amasaron grandes cantidades de dinero desde el año 2000 cuando fueron contratados para atacar sistemáticamente a AMLO. O quizás me equivoco: muchos vienen desde los tiempos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari cuando su encargo era crearles legitimidad y ser voceros oficiosos del poder. Hoy se sienten en orfandad. No atinan a explicar lo que sucedió y que amenaza con quitarles el subsidio gubernamental que los llevó a ser una casta privilegiada.
Cierto, la consulta tuvo fallas técnicas, se circunscribió a pocos municipios (538) y fue hecha con premura. Pero nunca se pretendió que fuera “constitucional”, ni representativa a nivel de una encuesta. Se trataba de un ejercicio ciudadano que permitiera tomar la temperatura y que sirviera de insumo para una decisión. AMLO nunca negó que él estaba en contra de continuar la construcción del aeropuerto de Texcoco. Arriesgó mucho cuando se comprometió a acatar los resultados de la consulta. Hubiera tenido que aceptar la decisión de la mayoría que se fue a expresar. Se la jugó y le salió. Hoy los empresarios le piden que haga caso omiso de dichos resultados y apruebe que la obra continue.
¿A qué obedeció la premura de la consulta? Fue justamente una presión de tiempo. No se podía diferir pues cualquier decisión impactaría en el presupuesto de egresos de 2019. Las consultas populares prácticamente son imposibles de llevar a cabo hoy en día con los candados existentes. La otra posibilidad era hacerla en la elección de 2021. Demasiado tarde. Pero de ahí a que sea “ilegal” hay una diferencia. Algunos pidieron que AMLO tomara la decisión; pero querían que fuera a favor de continuar las obras. Si la toma de decisión fuera sin consulta y a favor de la opción de Santa Lucía, la respuesta empresarial y de la comentocracia sería la misma.
En las declaraciones de quienes apoyaban la continuidad del aeropuerto de Texcoco, escuché la reiteración de que si se suspendía la obra nos verían muy mal en el exterior, ya no seríamos de primer mundo, se generaría una crisis económica, etc. Nunca respondieron a los señalamientos de los especialistas sobre el daño ecológico que la obra causaría. Al parecer eso no es lo importante, solo acumular ganancias. Hoy el mensaje del presidente electo es que las cosas ya no se harán como antes. Esperamos que así sea por el bien de la democracia en ciernes.
Dr. Víctor Alejandro Espinoza, El Colegio de la Frontera Norte