Este domingo 20 de mayo tuvo lugar el segundo debate presidencial, por primera ocasión se celebró fuera de la Ciudad de México. Tijuana, Baja California fue la sede y no sólo cambió el lugar, sino el formato. Por primera ocasión participaron ciudadanos previamente escogidos mediante un sorteo del listado nominal de la ciudad. Un total de 42 personas elaboraron cada uno dos preguntas y de ahí los moderadores, León Krauze y Yuriria Sierra, seleccionaron 6 preguntas que les formularon directamente a los candidatos. Además, éstos podían moverse en el escenario o permanecer de pie o sentados. Más al estilo de los debates que se celebran en Estados Unidos.
Interesante resultó también la cantidad de invitados que acudieron a la sede del evento (la Universidad Autónoma de Baja California, que como ordena la mexicana tradición fue decorada para la ocasión: pintaron los edificios, sembraron arbolitos, pusieron propaganda sobre la universidad y sus grandes logros por todos lados, etc.). Los invitados llegaron de diferentes latitudes para ver el debate desde las pantallas. Pero se trataba de estar ahí y codearse con las personalidades y los políticos del momento. Una especie de alfombra roja política. Digno de observación sociológica el comportamiento de la “sociedad civil” mexicana.
Lo que sí es que como en las fiestas, nadie terminó contento con lo que vio. Insisto, es como una boda donde se critica el vestuario de los novios, la cena, el discurso del padrino, la música, etc. Pocos hacen buenos comentarios, pero no falta quien se lleve los centros de mesa. Así los debates. Escucho críticas de todo tipo: que si no hicieron propuestas, o no dijeron los “comos”, que si el público asistente hizo malas preguntas o los moderadores se extralimitaron, etc. Creo que lo que sucede es que queremos evaluar los debates como si fuera cualquier otra cosa. Más específicamente, este tipo de eventos son para tratar de ganar votos, sobre todo entre los indecisos. Se actúa para el respetable.
La senadora Ana Gabriela Guevara nos lo dijo con toda claridad: “Se trata de un show”. No se busca actuar para el sector informado o para los académicos, sino para el graderío, para los que deben ir a votar para definir la elección. Pero eso no se entiende. Si los candidatos se ponen muy técnicos y a dar cifras, los televidentes o radioescuchas le cambian de canal.
Además ¿quién dijo que los candidatos deben ser todólogos o saber de cuantos asuntos les pregunten? Hay temas que dada su experiencia les resultan más conocidos que otros o están más relacionados con su especialidad, pero hay otros sobre los que saben de manera tangencial. Para eso son los asesores y quienes habrán de ser parte de su gabinete. Los equipos de los candidatos deberían de discutir entre ellos y defender las propuestas específicas. Se me dirá que sí hemos visto en varios programas discusiones, pero no por los que serán encargados de los diferentes despachos, que se supone son especialistas y responsables de diseñar los programas de gobierno.
Los ciudadanos exigen además las respuestas que ellos desean escuchar, de ahí que no alcanzan a valorar el propósito del debate Desde luego que esta percepción se deriva de la forma en que se construye la ciudadanía. La nuestra podemos calificarla como una ciudadanía de “baja intensidad”, es decir, aquella que está poco informada y que cuenta con una baja escolaridad, que no participa, que no se organiza y que no exige cuentas a los funcionarios y autoridades. La mayoría solo opina a partir de una visión muy reduccionista de la vida pública. Desde luego que la clase política y los candidatos son producto de esa ciudadanía, o si no ¿cómo es posible que Jaime Rodríguez, El Bronco, haya ganado las elecciones para gobernador en Nuevo León, o que el mismo Vicente Fox la presidencia de la República? Tenemos los políticos que nos merecemos.
Lo dicho, en los debates se busca que los espectadores observen el desempeño general de los candidatos: cómo reaccionan ante las críticas y señalamientos, el carácter, la fluidez verbal y hasta la forma de vestir. Todo tan subjetivo. Mientras no avancemos en la calidad de nuestra ciudadanía, de nuestra democracia, los asuntos torales del país seguirán siendo marginales en este tipo de eventos. Por hoy es el marketing político el que dicta el principal propósito del ejercicio.
Dr. Víctor Alejandro Espinoza
El Colegio de la Frontera Norte