Transiciones: El muro

Regresar a Columnas de opinión

Opinión de Victor Alejandro Espinoza Valle Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

miércoles 19 de abril de 2017

Para los que crecimos en la frontera, la distancia entre México y Estados Unidos ha ido creciendo al paso de los años. En mi infancia, la línea divisoria era una formalidad. Se trataba de un débil cerco de púas que continuamente estaba en el suelo. El intenso tránsito de niños que cruzábamos a jugar iba haciendo mella sobre el cerquito de púas que terminaba por ceder. No recuerdo quien se encargaba de arreglarlo, pero no había una inspección frecuente por parte de las autoridades vecinas.

La primera calle del lado mexicano se llamaba Avenida México; pero entre ésta y el famélico alambrado había un terreno como de 200 metros de ancho. Ahí construimos nuestras instalaciones deportivas y hasta la sede de nuestro club, que no podía ser más fronterizo pues tenía entrada por México y salida por Estados Unidos.

Como la explanada era mayor del lado norte, ahí decidimos que sería nuestro parque de beisbol. No éramos los únicos; hacia el Oeste de la Avenida México, otros niños también se pasaban a jugar al “juego de pelota”. Buenas retas se armaban en un terreno que parecía no tener dueño y que servía para todo tipo de actividades, menos para perseguir a indocumentados.

Recuerdo que algunas familias aprovechaban la línea divisoria para poner a secar su ropa. El espectáculo era multicolor. El viento se encargaba de mover las prendas como si fueran banderitas de todos colores y nos recordaban que para algo servía el cerco de alambre de púas.

En 1976 me fui de Tecate y retorné a Baja California en 1986; para 1988 dejaba de nuevo la entidad y cuando regresé dos años después me encontré con un muro metálico pero que no fue construido en el lugar donde estuvo el alambrado que dividía a los dos países. Ignoro qué sucedió, pero la barda materialmente se comió los 200 metros de nuestro campo deportivo que quedaban dentro de territorio mexicano. ¿Será que por décadas los límites estaban mal trazados? ¿Supervisaron correctamente el recorrido de la línea divisoria?

Me llama la atención que mientras el “Pueblo Mágico” crece a un ritmo semilento, los controles y las dificultades para el cruce fronterizo se han multiplicado. De una vecindad donde era prácticamente imposible observar congestionamiento, en la que incluso los lugareños podíamos cruzar sin papeles o solo declarando ser “american citizens”; al día de hoy, cuando las largas filas son asunto cotidiano y se realizan severas revisiones tanto a los automóviles como a los peatones. La frontera porosa ha desaparecido.

Quienes trabajaban del otro lado en los pequeños comercios de Tecatito o Tecate, California hasta los mismos agentes fronterizos y/o los miembros del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) de entonces, eran personajes cercanos. Todas las familias se conocían; no era extraño pasar diario a realizar compras. La leche, la nieve y los panecillos eran adquiridos “del otro lado”. Amparito, famoso personaje de la ciudad que se sostenía de hacer mandados a los tecatenses, cruzaba directamente a las tiendas sin pasar por la revisión del agente de inmigración. Iba jalando su carrito y en lugar de papeles levantaba su mano para saludar a quien se le atravesaba. La veías pasar por el Callejón Madero, o en todos los velorios, conociera o no a los difuntos.

Ir al “otro lado” no era traumático para quienes crecimos en la frontera. Era lo más común el contacto para ir a hacer compras, trabajar o ir esporádicamente de paseo. Era normal también cruzar para que los hijos nacieran allá, pues en Tecate no existía ninguna clínica u hospital que garantizara a los clasemedieros una buena atención. Las revisiones o los requisitos eran igual de relajados.

Cuando regresé en 1990 me sorprendió el muro de metal instalado en la calle de mi infancia. Me sentí ofendido por la afrenta, sobre todo porque quedó clausurado el espacio en el que crecimos muchos niños que soñábamos con nuestras hazañas deportivas y que incursionamos en los primeros misterios de la vida, acurrucados en el Club, donde consumimos los primeros cigarrillos y nos imaginamos la vida más allá de nuestros callejones.

Victor Alejandro Espinoza Valle
El Colegio de la Frontera Norte