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Víctor Alejandro Espinoza
La Ciudad de México, el antiguo Distrito Federal, la capital del país, es una urbe congestionada y en proceso permanente de reinvención. La contaminación también es obra de las malas decisiones de sus autoridades. Ignoro si al jefe de gobierno se le ocurrió la peregrina idea de generar embotellamientos durante la madrugada.
Este lunes fui testigo de una absurda decisión, la de ordenar a tres patrullas que obstaculizaran el tránsito para “reducir” la velocidad de los azorados automovilistas que circulaban a las 2 de la madrugada por el Viaducto Miguel Alemán. En esa vía la velocidad permitida es de 80 kilómetros; pues bien las patrullas que obstruían el paso circulaban a 30 kilómetros por hora con lo cual lograron un embotellamiento y una contaminación incluso por el ruido de las bocinas de los autos que no paraban de recordarle a su “jefecita”, a esos policías que parecían disfrutar el momento.
Todas las horas son “horas pico” me dicen los taxistas. Un trayecto que de madrugada se puede cubrir en 20 minutos (claro sin las patrullas referidas), durante el día puede ser de 2 horas y media o 3 y media, si es “viernes de quincena”. Nada parece ayudar a resolver el problema estructural de una ciudad que se ha transformado para ponerse al servicio del automóvil.
Después que la semana pasada los vientos causaran destrozos mayúsculos (más de mil árboles se cayeron, informan) y que debido a esa condición la transparencia del aire hizo recordar a la ciudad recreada en la novela de Carlos Fuentes (“La región más transparente”, 1958); la contaminación regresó con más fuerza. El lunes 14 de marzo fue “el día más sucio de la Ciudad de México en los últimos 14 años” (Reforma, 15 de marzo de 2016, p. 1). Eso obligó a decretar contingencia ambiental este martes 16.
La Ciudad de México cambió de nombre recientemente. Antes Distrito Federal, en virtud de la reforma política promulgada apenas el pasado 29 de enero, se convirtió prácticamente en una ciudad-estado; que será a la vez la capital del país. La santísima Trinidad: tres cosas en una. El antiguo DF es el símbolo claro de la concentración y centralización que distingue a nuestro país. Todas las decisiones y cambios trascendentes han pasado y seguirán pasando por sus espacios. Apenas parece haber profesión o actividad que no se defina bajo este cielo contaminado.
Si decides ser artista o político o periodista o deportista, la Ciudad de México es el gran escaparate. No hay comparación por ejemplo con lo que sucede en Estados Unidos o en otros países. Washington, Nueva York o San Francisco son ciudades donde puedes hacer un currículum que te permita competir en condiciones favorables. En nuestro país sólo en la Ciudad de México. Lo podemos ver en el ámbito de la educación superior. La concentración de universidades y centros de investigación no parece tener comparación.
El periodismo es otra de esas evidencias. Si un periodista trabaja en un medio de comunicación de “la capital” y colabora en alguno de los “medios nacionales” (radio, televisión o prensa escrita) va a ser conocido a lo largo del territorio nacional. Serán los caros invitados de cuanto desayuno empresarial se organice en el “interior” del país. Centro mata periferia.
La Ciudad de México es ejemplo de luchas que han logrado una normatividad y reglamentación de avanzada. Aquí se han definido los grandes cambios que en los ámbitos de equidad, de derechos sociales, civiles y políticos, luego han ido siendo adaptados (no sin muchas resistencias) a lo largo de la geografía nacional. En 1997 se votó al primer jefe de gobierno de oposición (no panista), Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, de la historia política mexicana. Un hecho que abrió una opción tripartidista en nuestro país.
El antiguo DF es el centro de México, por eso sigue creciendo, por eso se sigue ahogando; por eso tiene gobernantes que dan órdenes de cerrar las calles de mayor circulación y sin conciencia contribuir al desastre ambiental que hoy padecemos.[:]