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La brecha
Víctor Alejandro Espinoza
Todas las encuestas y sondeos de opinión coinciden en señalar que la brecha entre ciudadanos y clase política se ha ensanchado. Los mexicanos no confían o evalúan negativamente tanto a partidos políticos como a quienes dicen representarlos: gobernantes, líderes, políticos electos, etc. Lo anterior es ya lugar común, pero no deja de ser una paradoja profunda sobre todo tomando en cuenta que la democracia política mexicana es de muy corta implantación. Sea cual fuere la fecha que se tome para referirse a la transición democrática, el deterioro en la percepción ciudadana acerca de las instituciones políticas públicas parece un contrasentido.
La responsabilidad por la corrupción y la impunidad se le endilga a los miembros de la clase política en general, pocas veces al sistema político que la reproduce. Los culpables son los individuos y no las estructuras. Es la forma como se nos han explicado históricamente las crisis y que es parte ya de nuestra cultura política. Por eso siempre el remedio ha sido el cambio de quienes gobiernan, nunca de régimen político.
En ese mundo criticado por la ciudadanía, quienes salen peor librados son los partidos políticos. En ellos se han focalizado las críticas de quienes los consideran instituciones parasitarias y por ello prescindibles para el funcionamiento democrático. Para esa visión, los partidos políticos deberían desaparecer y dar paso a formas de gobierno donde sean los ciudadanos quienes gobiernen dejando atrás los sistemas de representación tradicionales. Claro que esa visión tiene asideros reales: sobre todo por la actuación de partidos-franquicia de propiedad familiar o de personajes que se enriquecen al amparo de los recursos públicos que reciben las organizaciones políticas.
La permanencia del sistema político y la actuación de algunos miembros de la clase política sin duda es producto de la displicencia ciudadana. Por años el sistema corporativo inhibió la participación informada y crítica lo que permitió la corrupción y la impunidad. Hoy esto empieza a cambiar lentamente en gran medida gracias a la actividad de las redes sociales. Los ciudadanos no se inconformaban y el sistema funcionaba de manera autoritaria y opaca.
Teníamos una ciudadanía de “baja intensidad” desinformada gracias en buena parte al papel de los medios electrónicos de comunicación. Pero también, era una ciudadanía escasamente exigente que permitía una clase política con una formación bastante cuestionable y que se mantenía de la corrupción. Un círculo vicioso que impidió una verdadera transformación del sistema político.
Hoy cuando la brecha entre ciudadanía y clase política crece los partidos políticos han decidido postular como candidatos a personajes de la vida pública con el ánimo de ganar elecciones –la mayoría- y buscando acortar la brecha –los menos-. Cómicos –payasos-, actrices, deportistas, locutores, etc. aparecen ahora como candidatos primero y, lo que es peor, como gobernantes, después. La política vista como una actividad frívola. Ha cundido la idea de que cualquiera puede ser electo. La función pública rebajada a una actividad que no requiere ningún tipo de preparación o formación especializada.
La brecha ha servido también para que al margen de los partidos políticos se multipliquen los llamados “candidatos independientes” o sin partido, que bajo la bandera del “ciudadano”, que reniega de los políticos convencionales y hasta de la “política”, se anoten para llegar al gobierno. En esa cruzada ciudadana han coincidido partidos políticos e “independientes”: unos y otros postulando su apoliticismo y reivindicando que la tarea de gobernar es simple y que cualquiera la puede llevar a cabo.
La preparación no es necesaria, solo saberse rodear de un buen equipo. Sin embargo, la confección de políticas públicas exige liderazgos basados en la formación y en la especialización, así como en un proyecto político claro y definido. Las nuevas decepciones producto de malos gobernantes y de gobiernos basados en ocurrencias propician el distanciamiento entre clase política y ciudadanía. Abonan a la perpetuación del cinismo pseudo democrático.[:]