Transiciones: La sana cercanía

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Opinión de Víctor Alejandro Espinoza Valle Investigador de El Colegio de la Frontera Norte de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 13 de marzo de 2014

El Partido Nacional Revolucionario, el abuelo del PRI, fue fundado el 4 de marzo de 1929 por el Jefe Máximo y presidente de México en el periodo 1924 a 1928, Plutarco Elías Calles. El pasado martes 4  el partido celebró sus 85 años de vida. El objetivo en 1929 fue evitar que las fracciones, caciques y caudillos de la Revolución siguieran luchando entre sí y el país se mantuviera convulsionado. Era una vía para regresar al centralismo histórico controlando la multiplicación de los poderes regionales.

El 30 de marzo de 1938, bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas, se transformó en Partido de la Revolución Mexicana (PRM), convirtiéndose en un partido corporativista, que se integraba a través de sectores y organizaciones, incluyendo a los militares y marinos. Las organizaciones se incluían en los sectores y eran quienes influían en la vida política nacional.

Finalmente, el 18 de enero de 1946 el PRM se transformó en el Partido Revolucionario Institucional, terminando la larga hegemonía militar; efectivamente, el 1 de diciembre de aquél año asume la presidencia de la República el primer presidente civil: Miguel Alemán Valdés. El pacto corporativista se modernizó pero la estructura esencial creada por Cárdenas nunca se perdió. A la cabeza del sistema político se ubicaba el presidente de la República y dependiendo de él su partido. Por debajo de éste los sectores y en la base las organizaciones.

Uno pensaría que esa estructura que funcionó como una maquinaria bien aceitada se resquebrajó en 2000 con la alternancia política y la llegada al poder del PAN. Creo que es un error de precisión, desde 1994 el esquema corporativo se fracturó cuando en plena campaña presidencial, Ernesto Zedillo Ponce de León postuló el famoso lema de la “Sana distancia” entre presidencia y el PRI; misma que reiteró ya como presidente en 1995 durante su discurso en el aniversario número 66 de su partido; justificándola como una necesidad para la democracia mexicana. Cinco años más tarde, el mismo Zedillo entregaba la banda presidencial a Vicente Fox Quesada.

Diecinueve años después, el martes 4 de marzo pasado, el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, regresó a un acto celebratorio por el 85 aniversario de su partido y postuló que la etapa de la “Sana distancia” había concluido. Haciéndose eco de su presidente, el líder del partido, César Camacho, la bautizó como la “Sana cercanía”. El PRI ha decidido reeditar el viejo esquema sobre el que basó su larga hegemonía de más de siete décadas. Y en el que destaca la recentralización del poder político en manos del presidente y de la estructura directiva. Ante el fracaso del federalismo político, se decide por un esquema centralizado que le permita continuar ganando elecciones y evitar la dispersión y el cacicazgo local y regional.

Es indudable que el Nuevo Federalismo, como fue bautizado también por Ernesto Zedillo, fracasó. El acotamiento al poder presidencial se lo apropiaron los gobernadores, independientemente de su origen partidista. Se trató de una verdadera “feudalización” de los poderes locales. La corrupción y la impunidad prosperaron de la mano de los nuevos caciques gubernamentales. La recentralización del poder apareció como una necesidad para evitar el colapso del vetusto sistema político mexicano.

La forma presidencialista de gobierno es la que no se corresponde con un sistema democrático moderno. Sobre todo porque la estructura piramidal se reproduce en las entidades, independientemente del partido que gobierne. Es un problema de diseño institucional; pero dos estructuras de poder presidencialistas paralelas no pueden sobrevivir porque conllevan a una dinámica despótica en las localidades. Así, mientras no se transite a un nuevo sistema semipresidencialista o semiparlamentario, no parece haber alternativas viables para el federalismo. En esa paradoja nos encontramos: o recentralización del poder o despotismo salvaje en las entidades. No parecen haber salidas intermedias.

Por ello al parecer lo que acontece en el PRI es una puesta al día de las razones que llevaron al nacimiento del Partido Nacional Revolucionario en 1929.