Putin está utilizando en su insensata guerra, además de armamento convencional, armas no convencionales en lo que se considera una guerra híbrida, con la multiplicación de frentes de batalla y acciones relativamente inusuales. Junto con los tradicionales bombardeos o batallas terrestres, Rusia ha cortado el suministro de gas a la Unión Europea, afectando sobre todo a Alemania, Polonia o Austria que, en principio, no son enemigos directos, para desestabilizar a los países que apoyan a Ucrania. Esto anuncia ya un invierno con una calefacción carísima para la Europa occidental que se une a la aparición del general invierno (general mud, lodo, le dicen los anglosajones) en los campos de batalla terrestres, más la crisis económica.
En una guerra híbrida las sanciones económicas tienen el poder destructor del entramado socioeconómico y político-cultural; pueden ser más dañinas que una bomba nuclear. De la misma manera que amenazar con la utilización de armas nucleares tiene un poder sicológico e intimidador insondable. Por si fuera poco, todo apunta a que Putin saboteó el gasoducto Nord Stream 2 cerca de Suecia, con una serie de explosiones submarinas que descartan un accidente. Otro elemento inédito son la utilización de drones suicidas de fabricación iraní, que aúnan bajo coste de producción y una capacidad de dañar que ni la misma Rusia había imaginado y menos aún desarrollado.
Las ejecuciones masivas de población civil, la intoxicación informativa y fake news al interior de Rusia, pero también en redes sociales occidentales, la ejecución de empresarios y políticos rusos disidentes, en algunos casos familia incluida y, para sorpresa de todos, la retórica del chantaje nuclear aun en su versión de arma táctica de pocos megatones, acaban por conformar el escenario de esta desestabilizadora guerra híbrida.
Todas las partes coinciden en que la utilización de armas nucleares sería la transgresión de una peligrosa línea roja. Joe Biden, el mismísimo presidente de los Estados Unidos, ha hablado del riesgo de un Armagedón. Un escenario catastrófico porque en una guerra nuclear entre Rusia y la OTAN nadie ganaría; todos perderíamos. Existen simulaciones de cómo serían las réplicas y contrarréplicas del lanzamiento de misiles con cabezas nucleares en la primera hora del conflicto y llama la atención el riesgo que corre Tijuana por su vecindad con San Diego.
México no puede estar expectante ante esta amenaza de ataque nuclear, ya que San Diego, con todas sus bases aeronavales y del ejército de tierra, sería una de las primeras ciudades estadounidenses en ser borradas del mapa. Las bases aeronavales en la región son de las más importantes del mundo; solo basta ver que suele haber atracados 4 o 5 portaviones en la bahía de San Diego para calibrar su importancia militar. Y no hay que ser experto para saber que Tijuana, de producirse el ataque, sería afectada de lleno: el muro fronterizo de Trump no impide el paso de la radiación o de la onda expansiva. Tijuana con más de 2 millones de habitantes en la región sería una de las primeras víctimas colaterales. Aunque, claro, siempre nos podríamos encomendar a la efectividad del escudo o defensas antimisiles que, tanto terrestres como navales, “defienden” a la estratégica región de San Diego.
Ante este escenario, ciertamente catastrófico y extremo, en otros países se están repartiendo pastillas de yodo especiales o, al menos, fabricándolas para asegurar un stock. Estas pastillas aminorarían el impacto de la radiación sobre todo en la población menor de 40 años. ¿En Tijuana se tienen planes para afrontar este potencial riesgo? Sospecho que no.
Dr. Guillermo Alonso Meneses
El Colegio de la Frontera Norte