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Espero equivocarme y se haga realidad un programa de gobierno responsable socialmente impulsado por el nuevo gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón, mejor conocido como “El Bronco”. Apenas este pasado domingo 4 de octubre tomó posesión en medio de una gran expectativa y múltiples reflectores pues se trata del primer gobernador que gana como “candidato independiente” en México.
Lo que ha prometido el nuevo mandatario es enfrentar el problema de la corrupción galopante y un nuevo estilo de gobierno derivado de su “naturaleza independiente”. En otro artículo he hecho el parangón entre Vicente Fox y “El Bronco”: rancheros mal hablados, incultos, demagogos, que tratan de hacer de su ignorancia virtud, y que van por la vida “hablando como la gente”. No en vano, Porfirio Muñoz Ledo en acertada y ácida definición le llamó a Fox “El alto vacío”. Espero equivocarme y la forma no se convierta en fondo.
He leído inteligentes análisis sobre el “El Bronco” y algunos concluyen que no importa el personaje que sus estrategas de marketing han creado, es decir, que no importa que siga con sus desplantes pueblerinos y se suba al caballo a la menor provocación, lo importante es que enfrente exitosamente los problemas de los habitantes de Nuevo León. En realidad ese es el problema, pasar de la forma al fondo, tener una idea clara de cómo enfrentar los retos de una sociedad desigual económicamente: con ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres. Lo que sabemos es que sus denuncias de la corrupción del gobernador saliente, Rodrigo Medina de la Cruz y su promesa de enjuiciarlo, fueron en gran medida el eje sobre el cual giró su campaña. La honestidad como bandera política e ideológica. Eso ya lo vivimos en Baja California en el año de 1989 cuando triunfó el primer candidato de oposición a la gubernatura, Ernesto Ruffo Appel. Muy pronto se demostró que eso no bastaba; que la sociedad era mucho más compleja que la que se imaginaban los estrategas y mercadólogos de aquellos años.
“El Bronco” además tendrá que aprender muy rápido a negociar con sus adversarios (y enemigos) a muchos de los cuales denostó en campaña. Con un agravante: no tiene formalmente aliados en el Congreso; será el primer gobierno dividido en el que el Ejecutivo no cuenta con legisladores de su mismo partido, salvo que los 3 diputados de Movimiento Ciudadano actúen como tales, dado el antecedente de que el candidato a gobernador por ese partido, Fernando Elizondo Barragán, declinó para apoyarlo en el último tercio de la campaña. La composición de la LXXIV Legislatura quedó de la siguiente manera: 17 diputados del PAN, 16 del PRI, 3 de MC, 2 del PVEM, 1 NA y 2 Independientes (mismos que podrían eventualmente sumarse). De todas maneras PAN, PRI y sus aliados (PVEM, NA) tienen el control del Congreso y con ellos deberá negociar y llegar a acuerdos si realmente quiere gobernar. Además, de las 51 alcaldías, el PAN obtuvo 18 y el PRI y sus aliados 22, el resto se reparten entre los otros partidos que contendieron. El panorama luce sombrío si “El Bronco” insiste en gobernar sustituyendo el fondo por la forma.
Creo que a estas alturas hay coincidencia en demandar que los requisitos para acceder a una “candidatura independiente” sean más laxos y menos rigurosos que los que se requieren para formar un partido político. El asunto central en la discusión sobre los “independientes” está en otra parte, como bien lo señala Jacqueline Peschard en su artículo “La personalización de la política” (www.eluniversal.com.mx. Consultado el 5/10/2015). “El problema de la reflexión actual sobre las candidaturas independientes es que parte de un esquema maniqueo de partidos corruptos vs. independientes probos, incapaz de abrir una argumentación sólida que supere la pulsión antipartidos” (…) “Los independientes pueden ayudar a impulsar la democratización interna en los partidos políticos para que tengan mejores candidatos, pero esa exigencia no les aplica porque los independientes no surgen de una deliberación abierta, sino de un cálculo personal. Además, los independientes alientan la fragmentación de la representación política, dificultando acuerdos parlamentarios y coaliciones de gobierno, que en un esquema pluralizado como el que ya vivimos, estimula bloqueos entre los poderes públicos, más que colaboración”. El problema no es sencillo como muchos creen.
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