El proceso electoral 2014-2015, que culmina el 7 de junio próximo, transcurre en un escenario sumamente complejo. Nunca como hoy la brecha entre ciudadanía y clase política se había ensanchado en tales proporciones. Son múltiples las razones para que ello ocurra: una sociedad más demandante de acciones claras y contundentes frente a los problemas que nos aquejan, mayor información horizontal a partir del crecimiento de las redes sociales que vino a cuestionar el control de la información (sobre todo por parte de los medios electrónicos), un sistema que parece cimentarse en la corrupción y el cinismo, una ciudadanía que no percibe que la clase política la representa, partidos políticos inmersos en los escándalos, y un largo etcétera.
En ese escenario turbio la pregunta obligada parecería ser: ¿tiene sentido votar? La respuesta escueta es sí, sí es necesario votar, más en un país como el nuestro, aunque parezca paradójico. En México la democracia precaria se ha construido con votos; al parecer es la única certeza con la que contamos: votar y ser votado es un derecho político -y humano- fundamental del que no puede prescindir ninguna democracia. Incluso bajo sistemas autoritarios se mantienen los procesos electorales pues se busca legitimar al régimen.
En el enfoque de políticas públicas la premisa básica señala que para resolver un problema se debe partir de un diagnóstico objetivo. Se debe empezar por reconocer la existencia del mismo. En México la sociedad civil no confía en la representación política tradicional: los partidos políticos y los gobernantes. En gran parte el origen se encuentra en la corrupción que se ha convertido en el cimiento del sistema. Además la cultura del “sospechosismo”, de la desconfianza, es parte de nuestra historia nacional.
Esa brecha entre ciudadanos y clase política sintetizado en la palabra desconfianza es el escollo principal al que nos enfrentamos durante el presente proceso electoral. Pero pese a ello, todos los estudios sobre procesos de democratización señalan que la democracia se basa en un sistema de representación política: hasta donde sabemos los partidos políticos son imprescindibles. Desde luego que existen otros requisitos para hablar de democracias consolidadas o de calidad, pero la democracia mínima se sustenta en la elección de representantes y éstos se eligen entre candidatos postulados por partidos políticos, sin menospreciar a los candidatos independientes. Pero éstos no son ni pueden ser la base de la representación.
En México las elecciones han sido el vehículo primordial, y a veces casi único, del proceso de liberalización política que culminó con las alternancias. Ante las promesas incumplidas de transformación, primero las reformas electorales y luego las elecciones regulares fueron conduciendo nuestro tan peculiar proceso de transición política. Por eso fue fundamental la creación de un sistema electoral profesional, por eso en las entidades se tiene que caminar en esa dirección. El primer paso se ha dado con las reformas electorales que transforman a los órganos locales en las 17 entidades donde hay concurrencia electoral el 7 de junio próximo.
Tenemos la enorme responsabilidad de no dinamitar el único asidero democrático con que contamos: votar y contar bien los votos. Los partidos políticos deben asumir su responsabilidad frente a la ciudadanía y escoger a sus mejores candidatos. El INE de vigilar que se cumplan cabalmente las normas. La disyuntiva no puede ser entre votar o no votar. Quien gane lo hará así sea con un sufragio de diferencia. Los ciudadanos deben acudir a las urnas para después exigirles a los gobernantes que rindan cuentas. La crítica ciudadana es imprescindible en democracia.
– Dr. Víctor Alejandro Espinoza Valle, profesor-investigador del Departamento de Estudios de Administración Pública.