Así éramos estudiantes y maestros en los años setenta. Hijos de la generación del 68 llegamos a la Universidad en aquellos años maravillosos de disidencia festiva. Soñábamos con participar para transformar al país y hacer realidad nuestras utopias. Creíamos en que la lucha universitaria era una contribución a la trasformación del régimen autoritario y corrupto en el que vivíamos.
Una de las mejores decisiones de mi vida fue elegir estudiar la Licenciatura en Administración Pública y Ciencias Políticas. Mi proyecto era irme terminando la preparatoria a estudiar a la Ciudad de México, a la UNAM. Por esas circunstancias de la vida me fue imposible irme al centro del país y decidí postergarlo, al concluir el primer año de licenciatura en la ciudad de Mexicali. Así lo hice, y en el primer verano me dirigí a la Ciudad de México, pero al no poder revalidar materias, regresé a Mexicali. Fue una acertada decisión.
Fueron años fundamentales de formación junto a una generación de profesores y alumnos inigualables. En toda la UABC se vivía una gran efervescencia intelectual. Quizás la última generación comprometida social y políticamente con las mejores causas. Un ambiente propicio para la imaginación y la creación intelectual. Coincidí con grandes personajes que merecen nuestro reconocimiento. El haber sido parte de esa generación marcó nuestras biografías. Difícilmente podríamos explicar nuestras trayectorias al margen de ese lustro vivido en aquél Mexicali. Eramos los dueños de nuestro destino. Sin duda la novela señera para valorar a esa generación es “El dueño del secreto” de Antonio Muñoz Molina, el inmenso escritor andaluz que supo plasmar nuestra biografía compartida.
Este fin de semana nos enteramos del fallecimiento de uno de los compañeros más activos de dicha generación. Me refiero a José Fierro. “Fierrito”, así apodado de cariño por toda la raza. José se había formado políticamente en el movimiento trotskista participado en la formación del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Como un activo militante lo conocí a mi llegada a Mexicali. El grupo del PRT era amplio, y entre otro destacaba también Gerardo, “El Compita”. Era raza de Sonora que había llegado a estudiar a la UABC.
Recuerdo en particular a “Fierrito” con su greña larga (como casi todos en esa época), de caminar rápido, parecía que daba pequeños saltos y con su bloque de dibujo bajo el brazo. Era de los poco militantes de izquierda que no estudiaba Ciencias Sociales, sino Arquitectura. Se sumaba a otro compañeros de Ingeniería que estudiaban o impartían docencia en el Elefante Blanco (así se le conocía al edificio blanco de Arquitectura e Ingeniería). El movimiento de huelga de 1980 a 1981 nos hermanó a muchos estudiantes y maestros. Con Fierro compartí innumerables brigadas de boteo y volanteo y noches de pláticas edificantes en las guardias nocturnas de aquel invierno mexicalense.
Después de la huelga que marcó época en la UABC, yo me fui a la Ciudad de México y Fierro y otros que decidieron quedarse en la ciudad se involucraron en el movimiento urbano popular o en las luchas de los trabajadores de la industria maquiladora, desde donde siguieron cuestionando de manera impertinente al poder destructor del neoliberalismo y del autoritarismo. Fierro nunca dejó de ser el rebelde irredento que conocí. Su sonrisa de niño bueno era la misma que la del inolvidable Sergio Haro Cordero. Sonreían ambos con los ojos.
José Fierro junto con su hijo León, se habían convertido en dos de los principales dirigentes del movimiento Mexicali Resiste, que con su impertinencia ha cuestionado seriamente el poder depredador del capital en el Valle de Mexicali y que habrá de extenderse al resto de la entidad. Mostraron que la cervecera Constellation Brands causará daños hídricos a la región y que la lucha contra su instalación es la lucha de la razón contra la extracción sin freno de los recursos no renovables. Vive José Fierro, vive su legado. Vive una gran generación de luchadores dignos e impertinentes.
Víctor Alejandro Espinoza
El Colegio de la Frontera Norte