[:es]Sin proponérselo, Felipe Calderón sintetizó en ese dicho lo que ha sido una práctica recurrente en la vida pública (y privada) nacional. En efecto, para Calderón lo que importaba era el objetivo de haber sido declarado ganador en la elección presidencial de 2006 pero no los medios utilizados para conseguirlo. En una versión distorsionada de la máxima atribuida a Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios”, el novel ejecutivo mexicano daba cuenta del respeto que le merecía un proceso democrático de renovación de poderes. Era la versión autóctona, típica de la actitud calificada como“maquiavélica” de hacerse del poder a como diera lugar.
Esa breve reflexión me asalta cuando veo el comportamiento de la Selección de futbol en la recién finalizada Copa de Oro celebrada en Estados Unidos. Reflejo fiel de nuestra tragedia nacional. Es el resultado de una mezcla de corrupción, impunidad, tráfico de influencias, monopolios televisivos, negocios sin límite y un largo etcétera. Por mucho que el espectador quiera envolverse en la bandera nacional y celebrar las victorias pírricas de nuestros futbolistas, resulta imposible. Hemos sido testigos de la obtención de un torneo de dudosa calidad, donde los organizadores decidieron que al menos dos equipos deberían disputar la final: Estados Unidos o México. Con ello las ganancias económicas estarían garantizadas. Los estadios en el país vecino se llenarían de pletóricos paisanos, ávidos de sentirse triunfadores y dispuestos a pagar lo que fuera por una entrada. Gracias al pobrísimo arbitraje, el negocio se cumplió.
Nadie con tres dedos de frente pudiera tragarse la versión de que fue mera casualidad que la selección de fútbol ganara a Costa Rica y luego a Panamá con tres penales inexistentes. A lo mejor pudiéramos conceder el beneficio de la duda a la versión que sostiene que el árbitro se equivocó contra Costa Rica; pero en el siguiente juego, en la semifinal, se marcaron otro par de penales que sólo vieron los directivos de la CONCACAF y con ello dejaron fuera a Panamá; definitivamente ello es ofensivo. Hay unanimidad entre los conocedores que se trató de un verdadero atraco contra las dos selecciones.
Casualmente los tres penales fueron anotados por el capitán Andrés Guardado, quien sería premiado con el Balón de Oro como el mejor jugador del torneo. En la ejecución del escandaloso penal contra Panamá algunos ingenuos pensamos que podría pasar a la historia y reivindicar el “Fair Play” fallando a propósito la pena máxima; o que quizás el técnico Miguel Herrera le daría la instrucción en esa dirección; era pedir demasiado a un técnico que le viene bien su apodo: “Piojo”. ¿Qué se puede esperar de un tipo que reconoce que no era penal y que no hizo nada para remediar la injusticia? ¿De un personaje que es capaz de violar las leyes electorales y hacer proselitismo por un partido político en plena temporada de veda? ¿Qué puede esperarse de un delincuente electoral que le mienta la madre a los seguidores de la otra selección, que festeja las victorias pírricas como si hubiera obtenido un campeonato del mundo; que no sabe expresarse con ecuanimidad y que agrede a golpes de manera cobarde a un comentarista deportivo? “El Piojo” Herrera es el fiel reflejo de la mediocridad deportiva que antes que otra cosa es un negocio donde impera la corrupción y la falta de rendición de cuentas. Que triste espectáculo además la forma en que los jugadores “cierran filas” en torno a su entrenador después de haber agredido a Christian Martinoli: los hermanos Dos Santos, Jonathan y Giovani, escribieron sendos mensajes en sus cuentas de Twitter aludiendo a la “grandeza” de Herrera y menospreciando la reacción del gremio periodístico: “Que ladren los perros”. Una vergüenza de personajes.
El ganar la Copa de Oro “haiga sido como haiga sido”, deja muy mal parado a nuestro futbol y desnuda la corrupción que impera en la CONCACAF y desde luego, en la Federación Mexicana de Futbol. Es el momento de una reestructuración a fondo que tenga como corolario designar a un entrenador con conocimientos, con una actitud ética y profesional, mesurado en su actuar dentro y fuera de la cancha. De barbajanes ya estamos hartos. Claro, no creo en los milagros. Los corruptos apuestan al olvido, al pan y circo, a un pueblo empobrecido económica y culturalmente. Tenemos la selección que nos merecemos. País sin memoria, el sueño de los corruptos.
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