El pasado sábado 8 de junio el canciller Marcelo Ebrard escribió en su cuenta de twitter “Estamos alcanzando un acuerdo con EU, estoy en el departamento de estado…” Desde que Donald Trump anunció sanciones a México por “no hacer nada” para contener la inmigración centroamericana que se desplazaba hacia Estados Unidos, toda la atención se centraba en la amenaza de la entrada en vigor de aranceles de 5% a productos de importación mexicanos mismos que además se irían incrementando. La fecha fatídica era el lunes 10 de junio. Estábamos pues a las puertas de una crisis económica de grandes proporciones.
Para algunos solo se trataba de bravuconadas del presidente norteamericano que no pensaba llevar a cabo; el objetivo era enviar mensaje a sus potenciales votantes en la víspera del arranque de su campaña de reelección. Para otros, había evidencias de que pese a los costos para Estados Unidos, era más importante lucrar con el sentimiento antimigratorio que las pérdidas económicas.
Sea como fuera, a partir del anuncio de las probables sanciones a México, el peso inició una fuerte depreciación frente al dólar. Era evidente que la posición mexicana era de extrema vulnerabilidad económica. Estábamos en una situación de perder-perder. Las relaciones entre México y Estados Unidos históricamente se han caracterizado por la asimetría. Se trata de relaciones desiguales en las que el poder económico y politico lo tiene la potencia del norte.
Andrés Manuel López Obrador ordenó a una comitiva encabezada por Marcelo Ebrard trasladarse de inmediato a Washington para llevar a cabo pláticas conciliatorias con sus homólogos de aquél país. El viernes 31 de mayo la delegación mexicana arribaba a la capital estadounidense. Una de los principios de toda negociación es que para ser exitosa debe hacerse desde una posición de fuerza. Era evidente que México iniciaba las pláticas prácticamente sin capacidad de lograr nada en defensa de nuestros intereses. La nueva administración encabezada por López Obrador fue sorprendida tratando de resolver los problemas internos.
Lo cierto es que el flanco internacional no contaba con elementos de contrapeso que hicieran frente al gobierno de Donald Trump, que ha encontrado al sur de su frontera los argumentos para construir a los enemigos que necesita para convertirlos en votos para su proyecto electoral y de ratificación. La errática política migratoria mexicana contribuyó enormemente para darle argumentos a sus intenciones manipuladoras.
Efectivamente, al inicio del nuevo gobierno, tanto la Secretaría de Gobernación como el Instituto Nacional de Migración anunciaron un política de puertas abiertas para recibir y apoyar en su tránsito hacia Estados Unidos a las caravanas de centroamericanos. Se prometía la regularización de todos y la garantía de trabajo a quien quisiera quedarse. Pero ellos miraban hacia el norte. Rápidamente la llegada de migrantes aumentó y Trump puso el grito en el cielo: “Nos invaden”, sostuvo.
Nunca se habían mezclado en las relaciones bilaterales comercio y migración. Hoy eso hizo Donald Trump desde una posición de fuerza. México se compromete a sellar la frontera sur y a garantizar la estancia de miles de centroamericanos en espera de la resolución a su petición de asilo. A cambio, Estados Unidos establece una tregua de 45 días para evaluar si México contuvo la migración. Como es prácticamente imposible cumplir, lo que tenemos es una postergación temporal de las sanciones arancelarias.
La pregunta es si había otras alternativas. Me parece que fue la menos mala dada la coyuntura. Lo que urge es definir una política migratoria para el corto y mediano plazos. La inversión millonaria en Centroamérica es positiva pero sus efectos son a largo plazo, además que gran parte del fenómeno se debe a cuestiones de violencia política e inseguridad. La apuesta por poner al frente de las decisiones a quienes desconocen los temas migratorios es muy costosa para nuestro país.
Dr. Víctor Alejandro Espinoza
El Colegio de la Frontera Norte