[:es]El sistema de representación política tradicional, basado en partidos políticos, es la base de la democracia representativa en oposición a la democracia directa. Los ciudadanos otorgan a los partidos políticos y a sus líderes, la capacidad de tomar decisiones a través de la constitución de los poderes públicos. Generalmente ese otorgamiento se da a través de elecciones recurrentes y vigiladas por organismos autónomos. Así funciona la democracia moderna.
Hoy sin embargo, la brecha entre ciudadanos, partidos y élites políticas ha crecido de manera exponencial. Las instituciones públicas que menor estima le merecen a la ciudadanía son los partidos políticos y representantes electos de todos los poderes y ámbitos políticos. Crece la idea de que una alternativa para remediar la corrupción gubernamental y partidista es la figura de candidatos independientes. La elección de este verano, pese a sólo haber arrojado el triunfo de seis de ellos (un candidato a gobernador, tres alcaldes y dos diputados –uno federal y otro local) se piensa que abrió los candados para dignificar la vida pública mexicana.
Al menos dos dilemas enfrenta el sistema de partidos en las democracias modernas y que ahondan la distancia con la ciudadanía. En primer lugar, los partidos políticos han perdido identidad con el fin de ganar elecciones. No hay más partidos que mantengan interpelaciones clasistas o a fuertes ideologías identitarias; si lo hicieran estarían condenados al fracaso. Así lo evidenció Adam Przeworski, en un texto clásico: “Los líderes de los partidos de clase se ven obligados a elegir entre un partido homogéneo en su atractivo de clase pero condenado a perpetuas derrotas electorales o un partido que lucha por la victoria electoral a costa de diluir su orientación de clase” (Capitalismo y socialdemocracia, Alianza Editorial, 1988, p. 121). Por eso cobra sentido el dicho popular: “Todos son lo mismo”, porque efectivamente todos los partidos se parecen; sus propuestas son muy similares. Todos se han corrido ideológicamente al centro.
El segundo de los dilemas es la prohibición del mandato imperativo como condición de la democracia representativa. Así lo escribe otro clásico, Norberto Bobbio: “(Puedo) precisar en qué acepción del término ‘representación’ se dice que un sistema es representativo y se habla normalmente de democracia representativa: las democracias representativas que nosotros conocemos son democracias en las que por representante se entiende una persona que tiene las siguientes características: a) en cuanto goza de la confianza del cuerpo electoral, una vez elegido ya no es responsable frente a sus electores y en consecuencia no es revocable; b) no es responsable directamente frente a sus electores, precisamente porque él está llamado a tutelar los intereses generales de la sociedad civil y no los intereses particulares de esta o aquellas profesión” (El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 121) . Es decir, el ciudadano elige a representantes, pero éstos se responsabilizan frente a la sociedad en general y no frente a electores particulares. Por ello, el mandato imperativo es contrario a la democracia representativa. Es un instrumento, materializado a través de la revocación de mandato, propio de la democracia directa.
Los partidos políticos viven con esas dos camisas de fuerza. Su objetivo es ganar el poder a través de elecciones, pero para lograrlo tienen que prescindir de una identidad clasista o gremial. Se tienen que correr al centro del espectro ideológico; al hacerlo los ciudadanos no distinguen a uno de otro: el veredicto es implacable: “Todos son lo mismo”. Pero además, cuando logran triunfar y acceder a un cargo en cualquiera de los poderes y ámbitos, actúan conforme al programa de su partido: obedecen a su mandato que a veces es contrario a los intereses de sus electores: son representantes de toda la sociedad y no de un gremio o sector social. Los ciudadanos se sienten muchas veces traicionados y piden la revocación de mandato. En la siguiente elección pierden el apoyo y el voto: con ello las elecciones. Son los dilemas cíclicos de los partidos políticos en las democracias modernas. En medio de esos dilemas la figura de las candidaturas independientes cobra auge.
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