En los últimos días he estado recorriendo algunas colonias de la periferia de Tijuana como parte de los trabajos de “examinación” de los lugares donde se instalarán casillas para la elección del 1 de julio. Se trata de un recorrido por la realidad de este país. He publicado fotos en las redes sociales y las respuestas han sido encontradas: los defensores de que las cosas sigan igual comentaron que la pobreza es una situación que se reproduce en todos los países, que de alguna manera es inevitable pero que no es para escandalizarse. La mayoría de quienes opinan, por fortuna, les indigna la situación de miseria en la que viven muchos de los mexicanos. Yo soy parte de este conglomerado que piensa que de ninguna manera se justifican las condiciones en que vive gran parte de nuestra sociedad.
Mientras realizo los recorridos pienso en lo que les dicen los mensajes de los candidatos a quienes viven en esas deplorables condiciones. Debe ser hasta ofensivo escuchar los discursos que prometen llevar a México a la modernidad, a ser potencia mundial o a quienes proponen gobernar mediante programas cibernéticos que ayudarán a los jóvenes a emprender un negocio: aquí en estas colonias donde los candidatos vienen a tomarse la foto, claro a los mejores espacios seleccionados por sus asesores, graduados en las mejores universidades privadas de México y del extranjero. Debe ser indignante escuchar cada tres o seis años los mismos discursos y las mismas promesas y ellos ver que sus hijos no tienen para comer o que los jóvenes se pierden en las drogas y otras adicciones.
La desafección de la clase política alcanza una explicación lógica en estos parajes alejados de la mano de dios. Ya ni siquiera la promesa de que la educación los sacará de la miseria; la movilidad social por la vía educativa se agotó en nuestro país hace ya dos décadas. No hay futuro, así como no hay presente para miles de pobres que habitan en los márgenes de la modernización fallida.
Me pregunto si los candidatos se han tomado la molestia de visitar estas colonias, de esta ciudad o de tantas ciudades de este México dolido. Algo debe cambiar en su forma de plantear o idear soluciones en el contacto con la realidad y no con aquella que les describen sus asesores. ¿Se habrán ensuciado los zapatos? A decir verdad, considero que la mayoría no lo han hecho. No saldrían tan prendiditos en sus fotos para las redes sociales. Al menos se percatarían que la realidad es más compleja y que las recetas de moda no sirven para encarar los problemas de pobreza que padecen la mayoría de los mexicanos (66 millones, según estimaciones oficiales). Veo algunos perfiles de candidatos (desde luego que incluyo a las candidatas) que es la primera ocasión que salen a “pueblear”, pero que sus guaruras nos les permiten llegar al centro de esta tierra de desolación y tristeza. De lejecitos se ven los toros, dirán, no vaya a ser que les toque una cornada. Y luego se preguntan por qué los ciudadanos no quieren saber nada de ellos, por qué van a votar como lo van a hacer.
En mis recorridos percibo la enorme presencia de grupos religiosos sobre todo de norteamericanos que reparten ropa y otros enseres. Largas filas en espera de obtener algo para su sobrevivencia. Desde luego es el contexto apropiado para incrementar sus membresías. Para los pobres de la ciudad, es tal vez la única esperanza de paliar sus carencias, pero también la promesa de un futuro mejor en el cielo: al menos algún asidero para seguir sobreviviendo; la promesa de una redención y una igualación social en el reino de dios, porque aquí en la tierra no hay esperanza.
Cuando escucho a los candidatos prometiendo que pronto se solucionarán los problemas terrenales y me pongo en los zapatos de estos miserables, entiendo su frustración y el coraje. Yo no soportaría que un candidato viniera a pedirme el voto sabiendo que mis hijos se mueren de hambre. No sé a qué estaría dispuesto para terminar con esta pesadilla. La demagogia es una terrible bofetada para esta sociedad agraviada.
Dr. Víctor Alejandro Espinoza
El Colegio de la Frontera Norte