Desde su nacimiento, el sistema político mexicano colocó en el centro del ejercicio del poder político al Ejecutivo. Pero, además, desde 1929 tuvo su soporte en un partido político hegemónico que duró hasta 1997, cuando se transformó en partido dominante. A la par, los poderes Legislativo y Judicial, se convirtieron en la práctica en satélites del presidente. Así funcionó el sistema político durante décadas, lo cual transformó la cultura política nacional donde se aceptó prácticamente como un designio.
Y esto último lo digo porque en una gira por todo el país, intelectuales de uno de los dos grupos privilegiados por el régimen, Jorge G. Castañeda y Héctor Aguilar Camín, afirmaban sin rubor alguno que el sistema presidencialista no podía cambiar porque “era parte de nuestro destino”. Una más de las elucubraciones y ocurrencias de los personajes que dominaron la escena cultural mexicana por décadas.
En razón de esa cultura política, el gobierno se convirtió en el árbitro supremo de toda disputa y en dispensador de favores y fortunas. Al término de la revolución mexicana, el Estado asumió la formación de clases sociales, sobre todo de la propietaria y de los trabajadores para esas empresas que surgían a partir de un rápido crecimiento económico. Es un fenómeno atípico en la formación de sociedades a nivel internacional. Un Estado formador de clases sociales. Es una dependencia gubernamental que va más allá del sistema presidencialista. En otros países se comparte el presidencialismo, pero no esa historia de paternalismo social.
En la cultura empresarial mexicana, está ausente ese espíritu filantrópico que si existe en otras clases propietarias a nivel internacional. En virtud de que se formaron y crecieron al amparo del gobierno, los empresarios mexicanos esperan todo del poder en turno. Subsidios, transferencias directas, creación de infraestructura vial, facilidades para su instalación y crecimiento, exención de impuestos y un largo etcétera.
A toda inversión esperan el doble de ganancia; no hay la idea de donación, de creación de fundaciones para realmente apoyar a quienes carecen de recursos. Si se atreven a donar, tiene que ser a cambio de exenciones de impuestos. Desde luego que hay excepciones; pero me refiero al grueso de los capitales privados. Así nacieron como empresarios, al amparo gubernamental y esperan todo de papá gobierno.
En el origen de los grandes capitales se encuentra la naturaleza de sus posicionamientos. Hoy, como clase, buscan no sólo continuar acumulando capital con privilegios sino hacerse del poder ganando la presidencia. La idea de que el poder presidencial debe estar a su servicio, procede de esa historia que he referido de que toda la riqueza, incluyendo los recursos naturales, debe estar a su entera disposición. La soberbia empresarial se nutre de esos valores particulares.
Para instrumentar la consecución del poder político, han decidido impulsar una alianza opositora denominada Va por México, integrada por los partidos políticos PRI, PAN y PRD. A partir de la discusión de la reforma eléctrica se ha sumado ya sin ningún tipo de reservas Movimiento Ciudadano (MC). Efectivamente, la negativa a aprobar la reforma desnudó a todos los integrantes de la alianza que privilegiaron la defensa de los intereses de las empresas sobre el interés nacional. Y resulta muy claro que su objetivo está puesto en la elección presidencial de 2024, cuyo propósito explícito es dar marcha atrás a las reformas y cambios impulsados por el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador.
Lo interesante que es una alianza que explícitamente reivindica los privilegios históricos de las clases propietarias, pero no propone cambios que beneficien al resto de los mexicanos. No hay otro proyecto que volver los ojos al origen sin ninguna visión de futuro. Son reaccionarios pues sólo se oponen al cambio. Lamentable visión empresarial que solo busca conservar sus privilegios.
Dr. Víctor Alejandro Espinoza Valle
El Colegio de la Frontera Norte