Algunas de las reglas no escritas del sistema político mexicano continúan quedando en desuso. Una fundamental establecía que una vez concluido su periodo, los presidentes se dedicaban a actividades privadas o de pocos reflectores, pero nunca opinando sobre cuestiones de la vida pública nacional. Miguel de la Madrid asumió la dirección del Fondo de Cultura Económica y su sucesor, Carlos Salinas de Gortari, intentó ocupar la titularidad de un organismo internacional, la OMC (Organización Mundial del Comercio), pero sus planes se frustraron en aquel aciago año de 1994 cuando crisis económica, asesinatos políticos y la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, dieron al traste con sus ansías de trascendencia. Por su parte Ernesto Zedillo Ponce de León, al concluir su mandato asumió un puesto en la Universidad de Yale y en diversos comités directivos y cuerpos de asesores de empresas internacionales. Eran los primeros atisbos de un cambio en la tradición del silencio político de los expresidentes.
Ciertamente, como diría Vicente Fox, el menos instruido de los ex presidentes, fundó el Centro de Estudios Fox y se dedicó a la consultoría y a dar conferencias, últimamente pregonando la legalización de las drogas y metiéndose en asuntos públicos. Chente decidió apoyar en un primer momento a la candidata de su partido, Josefina Vázquez Mota, y cuando vio que las encuestas no le favorecían, de plano hizo campaña a favor de Enrique Peña Nieto.
En el presente proceso electoral ha reaparecido Felipe Calderón, primero apoyando al candidato a la alcaldía de Mérida, Mauricio Vila Dosal y posteriormente en Monterrey, con el candidato panista a la gubernatura, Felipe de Jesús Cantú. Por cierto, durante un mitin comparó a Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, el candidato independiente que trae de cabeza a Nuevo León, con Hugo Chávez. El Bronco le reviró “que tal vez estaba todavía crudo o pedo”. Ni modo, el que se lleva se aguanta.
Pero más allá de los dimes y diretes, el papel del expresidente Calderón es algo novedoso ya que, a diferencia de su antecesor, Vicente Fox, hace proselitismo acompañando a sus candidatos. Por cierto, dos familiares directos también se encuentran en campaña: su esposa, Margarita Zavala, quien ya recorre el país buscando la presidencia de su partido y su hermana, Luisa María Calderón, conocida como Cocoa, quien es candidata a gobernadora de Michoacán. Pronto veremos los resultados de esta incursión política de Felipe Calderón. Sin duda, la apuesta es por la desmemoria, que los mexicanos se olviden de los saldos del gobierno calderonista y su decisión de declararle la guerra al narcotráfico: miles de muertos y desaparecidos. Si la historia reciente hiciera justicia, Calderón no podría ni siquiera permitirse pensar en intervenir en una campaña.
Pero el proselitismo de Calderón pudiera tener consecuencias directas para su partido. Estas se podrían manifestar en la profundización de la división más que evidente entre el grupo calderonista y el del presidente del PAN, Gustavo Madero. Si fracasa el PAN en Michoacán, Yucatán o Nuevo León, seguramente el grupo hegemónico actual trasladará la responsabilidad al expresidente y la oportunidad de su esposa de dirigir al PAN se desvanecerá. El fuego amigo es intenso al interior de los partidos. Hoy Calderón no cuenta con la mayoría de la militancia a su favor; todo lo contrario; no es
Es muy complicado para quien concentró el poder prácticamente sin limitaciones quedar marginado de la vida pública; el carácter de Calderón y el ansia por reconfigurar un grupo son más fuertes que su destino en solitario. Ya veremos los costos de tan arriesgado proceder.
-Dr. Víctor Alejandro Espinoza Valle, profesor-investigador del Departamento de Estudios de Administración Pública.