Transiciones: Abstencionismo. Retos del proceso electoral 2015-2016

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Opinión de Víctor Alejandro Espinoza Profesor-Investigador del Departamento de Estudios de Administración Pública de El Colef de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 24 de septiembre de 2015

Una realidad en el panorama electoral de Baja California es sin duda el desafecto de los ciudadanos al “llamado de las urnas”. Los promedios de participación son los más bajos del país, tanto en elecciones locales como en federales. Paradójicamente este fenómeno se viene acentuando en la entidad que alguna vez fue ejemplo nacional porque en ella se registró la primera alternancia en una gubernatura en aquél lejano año de 1989.
Sabemos que el fenómeno del abstencionismo es multicausal; hay quienes insisten en justificar las altas cifras que reporta la entidad por la variable migración. Pero esa hipótesis no se sostiene; hay otras entidades con altas tasas de movilidad demográfica y no registran tan altos porcentajes de abstención. Quizás podríamos atribuir a este factor entre el 12 y el 15 por ciento, pero el porcentaje de ausencia en las urnas sigue siendo muy alto.
En los pocos estudios serios que existen sobre el fenómeno abstencionista en Baja California (por ejemplo la tesis doctoral de Ana Claudia Coutigno, presentada en el CIESAS en 2012, titulada “…Los sueños democráticos no entran en las urnas. La abstención electoral en el municipio de Tijuana, Baja California 1989-2010”), se demuestra que el principal factor de desafecto es el hartazgo a las prácticas de corrupción e impunidad, así como la falta de credibilidad de las élites políticas. Para la mayoría de los ciudadanos “todos los políticos son lo mismo” y por ende los partidos políticos y sus gobiernos. La nuestra es una sociedad agraviada e incrédula.
Ese es el escenario ideal para el surgimiento de redentores sociales. Las candidaturas independientes hoy se venden como la panacea a todos los males que nos aquejan: muchos “Broncos” se aprestan a entrar al ruedo electoral que arrancó el pasado 13 de septiembre.
El fenómeno abstencionista ha tenido lugar en un contexto bipartidista. El PRI, aunque perdió la gubernatura en 1989 y no ha podido recuperarla, nunca dejó de ser la segunda fuerza; incluso en elecciones como la de 2010, prácticamente ganó “carro completo”: la mayoría absoluta en el Congreso y las cinco alcaldías. PAN y PRI históricamente se han repartido en promedio el 85 por ciento de los votos; terceros partidos en elecciones locales apenas aparecen; es el caso del PRD.
Si tomamos la elección intermedia de 2010, que es la comparable con la que tendrá lugar el 5 de junio de 2016, podemos tener idea de la dimensión del problema. En aquél año, la cifra de participación apenas alcanzó el 31.9 por ciento; o si se quiere, la abstención registró el 68.1 por ciento. Si tomamos una serie mayor, las elecciones intermedias de 1998 y 2004, comprobamos esa tenencia de poca participación: en el primer caso quienes acudieron a las urnas fueron el 44.1 por ciento, mientras que el abstencionismo se situó en 55.0 por ciento. Sin embargo, ya para 2004 las cifras fueron de 33.4 por ciento de participación contra el 66.6 por ciento de ausentismo.
Si las elecciones intermedias (cuando están en juego las diputaciones y alcaldías) no concitan la atención ciudadana, se esperaría que cuando se encuentra en juego la gubernatura, la afluencia a las urnas se incrementaría significativamente. De nuevo si tomamos las tres últimas elecciones (al igual que la serie anterior, me baso en los resultados de la elección de alcaldes) nos arroja los datos siguientes: En 2001, la participación fue del 36.4 por ciento, mientras que la abstención se situó en 63.6 por ciento. Seis años después, sube la participación a un 41.9 por ciento y la abstención alcanza el 58.1 por ciento. En 2013, la elección más competida de la historia (la diferencia entre los candidatos a gobernador de las alianzas encabezadas por el PAN y el PRI apenas fue de 2.83 por ciento), el porcentaje de participación fue de 40.98; es decir, una abstencionismo de 59.02 por ciento. En suma, fue en 1998 cuando se tuvo el mayor porcentaje de participación (44.1 por ciento) o si se quiere la menor abstención con el 55.9 por ciento. Si añadimos los datos de elecciones federales, tenemos que en los últimos 18 años (desde 1997), la población bajacaliforniana mayor de edad acude escasamente a las urnas a ejercer uno de los principales derechos políticos como lo es el de votar.
Ese será uno de los mayores desafíos del nuevo órgano electoral local quien de manera conjunta con el INE deberá organizar el proceso electoral: tratar de incentivar a los ciudadanos para que acudan a las urnas. Tarea nada fácil; pero si su comportamiento es ejemplar y aplican la ley sin distingos es posible comenzar a construir la confianza en las instituciones electorales locales, que es imprescindible para que los ciudadanos revaloren el sentido del sufragio.