Transiciones: 20 pesos

Regresar a Columnas de opinión

Opinión de Victor Alejandro Espinoza Valle Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

miércoles 21 de junio de 2017

Nuestros padres vivieron una etapa histórica cuando la educación pública era la mejor y casi única forma de movilidad social que tenían los mexicanos pobres. Como sabemos, la herencia, la cuna, es la vía para diferenciar a las clases sociales. Para ser rico en este país, se requiere nacer en familia pudiente. La otra vía es el dinero sucio o la corrupción. Eso de la cultura del esfuerzo no deja de ser retórica. La herencia es la palanca que genera la mayor desigualdad social.

Lo que sí es cierto es que hubo otros tiempos, cuando la educación era una vía de ascenso de las clases desposeídas hacia las clases medias. Estudiar una licenciatura permitía acceder a un empleo bien remunerado. Ser trabajador al servicio del Estado era una garantía de una mejora social insuperable por otras vías legales. Fueron los años cuando nuestro país crecía a tasas del 7% anual. Todo eso terminó hacia mitad de la década de los setenta.
Sin embargo, acceder a la educación pública no era tarea fácil. Muy pocos lo lograban. Quizás eso no ha cambiado tanto como pensamos. Pero en los años cuarenta era una odisea terminar la instrucción básica y salir de las comunidades alejadas e irse a estudiar a un pueblo, a una ciudad. El crecimiento de la infraestructura educativa fue del centro a la periferia. Los niños que lograban concluir la primaria se iban a estudiar muchas veces a los internados que había en algunas ciudades. Era tiempos muy difíciles para los jóvenes de aquellos años. Mi padre, Víctor Manuel Espinosa Velueta, fue uno de aquellos niños migrantes. Nació el 12 de junio de 1931 en el municipio de Palizada, Campeche, en el Sureste mexicano. Su sueño era estudiar medicina, terminó construyendo instituciones educativas.

Cuenta que después de estudiar en la Escuela Primaria Federal “Gregorio Torres Quintero”, en su natal Palizada, obtuvo una beca para estudiar la secundaria en el internado militarizado de la ciudad de Mérida, Yucatán. Al concluir sus estudios en el internado intentó entrar a estudiar medicina en el Instituto Politécnico Nacional en la capital del país. Aprobó el examen y terminaría la preparatoria para seguir la carrera de medicina. El gran problema que le impidió lograr sus sueños fue que no tuvo los 20 pesos que le permitirían pagar la inscripción.

Ese situación cambió su vida por completo, su única opción fue la de inscribirse en la Escuela Nacional de Maestros en el primer grupo vespertino que se creó en enero de 1949. A partir de ahí, inició una larga carrera como profesor de matemáticas, donde innovó el método de enseñanza y se convirtió en un referente nacional. En enero de 1952, junto con otro joven profesor se aventuró a cruzar la geografía nacional. Tras cinco días en ferrocarril arribaron a la ciudad de Mexicali para de ahí trasladarse a Tecate donde se incorporó a la Escuela Primaria Federal Padre Kino.

Tecate era un pueblo de 4 mil 500 personas, casi todos inmigrantes como la mayor parte de sus escasos profesionistas. Junto con otros profesores fundó la Escuela Preparatoria Tecate, dependiente de la Universidad Autónoma de Baja California, en septiembre de 1961, siendo su director por tres décadas. Pero la tarea no fue fácil, me cuenta que algunos habitantes se oponían a la creación de la preparatoria; que incluso algún sacerdote en su homilía dominical repudiaba la creación de la nueva institución educativa y azuzaba a los feligreses a manifestarse en contra. Finalmente se tranquilizaron las aguas.

También fue el director fundador de la Escuela Secundaria Nocturna para Trabajadores “Lázaro Cárdenas”. La fortuna lo llevó a estudiar matemáticas y a emprender un largo viaje desde su natal Palizada a Tecate, donde fundó instituciones que nos dieron la posibilidad a muchos de estudiar hasta la educación media superior. Luego en el país se impuso un nuevo modelo de desarrollo donde la educación pública dejó de ser prioridad para los gobiernos, salvo en el discurso. Pero esos guerreros del desierto merecen el reconocimiento social, y la mejor herencia es seguir luchando por una educación pública de calidad y para todos.

Víctor Alejandro Espinoza
El Colegio de la Frontera Norte