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Durante mucho tiempo tendremos presente las tragedias que sufrieron miles de familias debido a los dos terremotos ocurridos en un espacio de pocos días; las pérdidas en vidas humanas, pequeñas viviendas, edificios, escuelas, iglesias y hospitales principalmente en los estados de Chiapas, Oaxaca, Morelos, Puebla, estado de México y Ciudad de México. Asociados a las tragedias personales y familiares se generaron también fenómenos contradictorios. Por una parte, vimos surgir la solidaridad espontánea de miles de personas que acudieron a ayudar a recoger escombros o aportar materiales, herramientas, agua y alimentos para las labores de rescate. Por otro lado, aparecieron manifiestas señales de desigualdad y desconfianza.
Las consecuencias del desastre del primer terremoto que afectó principalmente a los estados de Chiapas y Oaxaca el 7 de septiembre fueron subestimadas. Puede decirse que no se dimensionó la tragedia, pero también que hubo indiferencia no sólo del gobierno sino también del resto del país. La magnitud de la desgracia puede intuirse con algunos datos. En Oaxaca y Chiapas se determinaron más de 1,600 localidades dispersas en desastre; mas de 120 mil viviendas dañadas. Más de diez días después del sismo no hay un número determinado de personas muertas. En esos lugares, principalmente rurales, dispersos e incomunicados, las casas de materiales como adobe fueron derruidas y sus habitantes continúan viviendo prácticamente a la intemperie. El apoyo para las comunidades lejanas comenzó a llegar más de 10 días después del terremoto.
El segundo terremoto ocurrido el 19 de septiembre lo sufrieron los habitantes de los estados de Morelos, Puebla, estado de México y Ciudad de México. Se registran 268 pérdidas de vidas humanas. En Axiochiapan, Morelos más de 300 viviendas fueron dañadas; en Jojutla, Morelos al menos 69 personas murieron. En la Sierra mixteca de Puebla, son los mismos habitantes quienes realizan las labores de apoyo. Poca atención hubo en esos lugares por los distintos niveles de gobierno y los medios. En la Ciudad de México, se registró la caída de 38 edificios, más de tres mil edificios dañados y la muerte de 148 personas; las acciones de apoyo de la Marina, ejército y policía federal fueron casi inmediatas y los medios transmitieron en tiempo real los trabajos de rescate. Se llegó al extremo de coberturas que fueron catalogadas como reality shows, como el edificio de la escuela Rébsamen y el mito de la niña Frida Sofía. Horas después de transmitir las labores del aparente rescate, éstas fueron suspendidas por completo y se dijo que nunca existió la evidencia de una niña viva. Ese manejo de la información es un detonante de la desconfianza en gobierno y medios. En contraste, en la misma Ciudad de México una fábrica textil en Álvaro Obregón y cientos de viviendas y decenas de escuelas en la delegación Iztapalapa, no recibieron la atención de la Marina o el ejército hasta horas después. La desigualdad en el trato a ciudadanos que sufrieron la misma tragedia es evidente.
Otro fenómeno que apareció fue una desconfianza generalizada hacia actores sociales como gobierno, políticos, empresas, fundaciones e incluso Organizaciones Civiles. En las redes se recomienda marcar las donaciones en especie para que no se vendan o utilicen para otro propósito y asegurarse de la confiabilidad de las cuentas para depositar dinero. Lamentablemente, la solidaridad espontánea de los ciudadanos se ve contrarrestada por la presencia de las desigualdades regionales, el oportunismo mediático y la falta de confianza en las vías de apoyo. Esto no debería un pretexto para no mantener la ayuda dirigida a los lugares que no han sido atendidos durante el tiempo que sea necesario.
Ismael Aguilar Benítez
El Colegio de la Frontera Norte[:]