Solalinde y los migrantes

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Opinión de Oscar Misael Hernández Hernández Profesor-Investigador del Colegio de la Frontera Norte de El Colegio de la Frontera Norte

martes 28 de mayo de 2013

Un hombre con sotana blanca, una cruz sencilla en el cuello y lentes; de mirada entre triste y piadosa, pero con voz y paso firme, una mezcla entre sentimiento y razón; justicia divina y terrenal; así podría describir al sacerdote Alejandro Solalinde, luchador de los derechos de los migrantes indocumentados, quien el pasado 8 de abril estuvo en la ciudad de Matamoros.

Solalinde habló sobre el tema en El Colegio de la Frontera Norte, donde se reunieron académicos, periodistas, amigos, y uno que otro u otra política que en el nombre de la distinción, de la fe religiosa o de los migrantes, se fue a tomar la fotografía; era la oportunidad de adquirir algo de capital mediático en tierra de migrantes en tránsito.

Solalinde también habló sobre el tema en el Museo Casamata, donde se reunieron fieles, infieles como yo, familiares, amigos y amigas, pero también funcionarios, y algunos medios de comunicación. En uno y otro espacio, Solalinde, con esa voz delicada pero a la vez enérgica, puso el dedo en la llaga: los derechos de los migrantes.

Compartió sus experiencias apoyando a migrantes, defendiendo sus derechos, jugándose la vida a pesar de amenazas del crimen organizado, ante la parsimonia de políticos y funcionarios, ante la ceguera o miedo de gran parte de la ciudadanía, ante todo. Y sin embargo, se mueve. “Es incansable”, dijeron algunos de sus colaboradores, “esto no es nada, a veces sigue y sigue”.

¿Cuál es el problema de fondo con los migrantes?, cuestionó el sacerdote al público. La mayoría, prestos, señalaron que los derechos humanos. En un país como México donde están de moda tanto en el discurso como en su quebranto, era la respuesta más obvia. Pero no, para Solalinde, el problema de fondo era la dignidad humana. Y enseguida, los silencios, el enmudecimiento ante una verdad ocultada.

De sur a norte, decía el sacerdote, van los migrantes. Se trata de un viaje que implica ponerse en peligro, en riesgo, ante una diversidad de personas e instituciones que, aprovechándose de la vulnerabilidad de los migrantes, por el solo hecho de ser tales y más si son mujeres o menores de edad, son agredidos en sus cuerpos, en sus almas y corazones, olvidando que son personas, nuestros prójimos. Eso era lo que remitía a la dignidad humana, la insensibilidad ante los otros, que existen.

¿Qué hacemos por ellos o ellas? Fue la pregunta no explícita que dejó Solalinde, fue la pregunta que, al menos por el momento, muchos como yo nos hicimos en una ciudad fronteriza, de paso o arraigo de migrantes, como yo, como muchos. ¿Qué hacemos? Los vemos cotidianamente, le dije a Solalinde, que se nos hacen tan normales, tan invisibles, que no hacemos nada o muy poco.

“Ya estás haciendo algo”, me dijo aquel hombre de sotana blanca que pasó por esta tierra dejando sus experiencias, un mensaje y, al menos en mí, sentimientos encontrados sobre mi trabajo académico y mi labor humana.