Desde su palacio se halló investido de un poder mayor al que hubiese ejercido cualquier caudillo nacional y desde ahí se dio a la tarea de atacar a la universidad y sus profesores como nunca en la historia del país, porque no querían ser pregoneros de su manera de pensar, que consistía en uniformizar las mentes y gobernar para el hombre común.
¿De qué sirven profesores y científicos buenos e inteligentes si no están al servicio del Estado?, se preguntaba el nuevo dictador. Para él, la ciencia que no apoyaba las directrices del gobierno era ociosa y más aún, era enemiga, ya que estaba en contra de su régimen.
Se rumora, decía el dictador, que la flor y nata de la intelectualidad se opone al régimen actual. Estaba dispuesto a poner a un renombrado filósofo, uno de los profesores más reacios a manifestarse a su favor como nuevo rector de la universidad, a cambio de apoyar públicamente al régimen. No es que el rector actual no lo apoyara, sino que éste daría mejor imagen a su gobierno, pues era admirado en el extranjero y siempre se había negado a darle su beneplácito desde que ascendió al poder. Con su apoyo, edificaría la nueva universidad, donde una gran y bella simplificación de los saberes sustituiría al maligno pasado degenerado.
Muchos profesores de la universidad estaban dispuestos a firmar un manifiesto a favor del dictador alabando sus medidas, querían que la universidad siguiera recibiendo recursos, que sus aulas y laboratorios abrieran, seguir con su vida académica, haciéndose de la vista gorda frente a las barbaridades cometidas por el dictador. Otros, más allá de la practicidad de dar un espaldarazo al gobierno, querían apoyarlo ya que tenían miedo de ser apresados. No se necesitaba ningún pretexto para ser perseguido y encarcelado, bastaba con una orden del dictador.
Hubo profesores universitarios que creyeron necesario huir del país, antes de que se les inventara algún delito y pararan en la peor cárcel de la nación, donde temían ser vejados y torturados. No serán capaces de tocarnos, las academias extranjeras protestarán, señalaban los profesores. Muchos no se fueron a tiempo y resultaron presos, sujetos al escarnio público y toda la fuerza del Estado.
Otro gran enemigo del dictador era la prensa, con sus llamativos titulares y perversas historias, que decía, confundían la mente del hombre corriente. Los periódicos nacionales y sobre todo los extranjeros eran acusados de ser empresas capitalistas, cuyos anunciantes influían en sus tendencias políticas. El dictador decidió aprobar una nueva constitución, donde la libertad de prensa estuviera asegurada, siempre y cuando fuera una prensa uniformizada, oficial y afín a su dictadura.
Este dictador se llamaba Paduk y gobernaba una nación imaginaria en la novela Bend Sinister de Vladimir Nabokov (1947), la primera escrita tras emigrar a Estados Unidos, tras salir huyendo de la revolución rusa y haber estado un tiempo en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Apodado el Sapo por sus compañeros de escuela, el gobernante estaba empecinado en controlar la principal universidad para que apoyara a su gobierno. Para ello, apresa a los amigos, colegas y parientes de Adam Krug, un prestigiado filosofo y profesor universitario, quien fuera compañero de clase del dictador y a quien quería imponer como el nuevo rector a cambio de que se manifestara públicamente a su favor. Ante su negativa, amenaza con fusilar a los presos, tortura y asesina cruelmente a su hijo.
La novela, tras ser editada en español en los años setentas por Plaza & Janes, ha sido reeditada de nueva cuenta en mayo del 2021 por el sello Anagrama e impresa en España, dándonos la oportunidad de leerla de nueva cuenta e imaginarnos desde México un país ficticio donde quien lo gobierna, desea controlar las universidades, persigue a los profesores, los denosta públicamente, atemoriza y obliga a manifestarse a favor de su régimen. Está ya disponible en nuestro país en librerías físicas y en línea.
Si bien la anterior es una obra de ficción, la realidad la supera. Entre 1975 y 1979, gobernó Camboya otro dictador, esta vez muy real, llamado Saloth Sar, conocido como Pol Pot, quien junto con los llamados Jemeres Rojos se calcula que cometió un genocidio contra un cuarto de la población de su país.
En su intento por instaurar un sistema comunista agrícola, desplazó de manera forzada a la población urbana al campo, donde académicos, intelectuales y burgueses fueron obligados a dejar las escuelas, universidades y sus negocios para sembrar arroz.
Los libros se quemaron, la gente que leía o si tan solo usaba lentes de aumento era acusada de burguesa y perseguida. Como todo dictador, le tenía miedo a las opiniones autónomas alejadas de la visión oficial del Estado. Profesores, científicos, políticos, miembros disidentes de su partido, mujeres y niños fueron asesinados en campos de concentración. A Pol Pot no le llegó el brazo de la justicia y murió plácidamente en 1998 en la selva, donde se ocultó por muchos años, tras la entrada del ejército de Vietnam a su país desde 1979.
Ni Paduk ni Pol Pot tenían personalidades violentas. Uno era un joven retraído y el otro dueño de una imagen carismática, cuyas entrevistas en los documentales de la televisión nos muestran a una persona con un discurso tranquilo, preguntando a sus interlocutores ¿les parezco violento?. Pero detrás de ellos se escondía un temor y odio a los intelectuales que no apoyaban su régimen y estaban dispuestos a aniquilarlos si fuese necesario. A mí en lo particular me parece más irreal Pol Pot que Paduk, pero la realidad a veces supera a la ficción.
Dr. Jesús Rubio Campos
El Colegio de la Frontera Norte