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Opinión de Jesús Pérez Caballero Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

lunes 24 de febrero de 2020

En las pasadas navidades en Guadalajara mi compa Barcos Leal me contaba, satisfecho, que participaba en un grupo de WhatsApp de “vecinos vigilantes”. De regreso a Matamoros, me pregunté por qué quienes espían informalmente en avenidas estratégicas o desde sitios contra intuitivos (vulkas, yonkes, puestos de lavacarros) usan radios de frecuencia, en vez de los omnipresentes celulares. ¿Es resistencia obtusa hacia las nuevas tecnologías? Unas pláticas y la relectura de Gambetta (La mafia siciliana. El negocio de la protección privada, 2007), disiparon mi ingenuidad:

1. Autonomía. La radio no depende de líneas telefónicas, que pueden ser pinchadas o carecer de cobertura. También evita impagos. Imaginemos lo funesto de esta plática: “Ay patrón, me quedé sin cash, por eso no avisé, no tenía feria y me cortaron la línea”. Algunas radios duran un día sin necesidad de carga, mientras que la obsolescencia de la batería del celular es paulatina. Un walkie talkie tampoco tiene gastos añadidos, como subidas de tarifa, ni peticiones de actualizaciones. Eso sí, leo en Ángel (Animal Político, 7/3/15) una vía mixta: cómo se usó ilícitamente en Tamaulipas la aplicación Zello para convertir el celular en “walkie talkie virtual”.

2. Memoria. Los celulares conservan mucha información. Del pasado: Llamadas realizadas, audios, fotos y videos enviados, pautas de comportamiento, modus operandi. En el presente: Contactos almacenados, números favoritos, conversaciones iniciadas. Hacia el futuro: Pueden seguir recibiendo comunicaciones, aunque estén en manos incorrectas.

3. Tecnología. La línea divisoria es entre walkie estándar, semiprofesional (como los aparatos Kenwood incautados que leí en sentencias) y el profesional (con licencia). El Mtro. M.P. me ayudó a contactar a la empresa española Onedirect. En un folleto explican cómo los walkie talkies profesionales con licencia gozan de una frecuencia confidencial. Para obtenerla en España un ingeniero presenta un proyecto al ayuntamiento, y el ministerio de telecomunicaciones autoriza -previo pago anual- tal uso único. En los utilizados por cazadores, basta decir dónde se cazará para que la empresa lo dé preprogramado según lo exigido legalmente. ¿Cómo será en México?

4. Profesionalidad. El celular distrae (puede marcar mamá) o es riesgoso (puedes presumir al compa de algo inadecuado). Mientras, la radio separa placer de chamba. Es también un signo de mando. Permite actitudes marciales, un lenguaje críptico, jergas.

5. Atención al movimiento. La radio de frecuencia posibilita una mano libre y mejor vista al espacio circundante. Permite reacciones rápidas si vienen vehículos u otros sujetos por parajes abiertos, como en División del Norte en paralelo al bordo del río Bravo (preferible la frecuencia VHF), o en el entorno urbano imprevisible -por saturado de cotidianeidad- de una colonia popular, donde lo que vale es la UHF.

6. Homogeneidad. Las radios pueden comprarse al por mayor. Todos los empleados usarán la misma radio, sin las jerarquías de quiénes invierten más en sus celulares. Se sabrán de antemano los kilómetros de cobertura. Además, un único experto puede formar a multitud de usuarios.

7. Contrainteligencia. Los walkies pueden usar frecuencias como señuelos contra enemigos, o imitar la pose y el lenguaje de las instituciones oficiales, así como pinchar las frecuencias de éstas. Es más, los sistemas de radios se entretejen entre sí, ampliados en el espacio por postes, farolas, cerros, o por la misma movilidad de los portadores.

8. Inercia. Los celulares llegaron hace poco y aún es más reciente su uso para navegar en Internet. En cambio, las radios de frecuencia llevan más tiempo (recordemos los Nextel), beneficiándose de automatismos, mensurables en décadas. Incluso, si nos decantamos exclusivamente por las nuevas tecnologías, acabaremos desconociendo qué son aquellos aparatos. Eso los revalorizará: La ignorancia de verlos por primera vez podría invisibilizarlos.

Dr. Jesús Pérez Caballero

El Colegio de la Frontera Norte