A Lorenzo Fusaro
Imagine el lector, al manejar por el periférico de una ciudad del noreste, una narcomanta colgada de un puente. Seguramente se hará las preguntas que se hace este investigador: quién, qué, cómo, cuándo, por qué.
Pase a imaginar el lector a un par de policías municipales –en las ciudades del noreste donde se hayan hecho controles de confianza- llegando al puente de periférico. Retiran la manta, la despliegan y leen:
“Feliz aniversario, Rosalinda, te amamos”
Por error, han tomado la manta de al lado. Apoyan esta en la barandilla del puente–pronto caerá sobre un tráiler- y retiran, esta vez sí, la narcomanta:
“Ya llegamos, les vamos a partir en su madre, sigan ladrando, no hay perdón ni justicia jajajaja, tú eres el primero 94, sigues tú (Pánuco), atte. La Pulpa y El loko de COMANDO”
Horas antes, los marinos y los policías federales acordonaron el puente de periférico. Ellos se llevaron los tres cuerpos colgados que acompañaban a la narcomanta, cuerpos ya nunca en paz y para siempre torturados. Mientras los federales descolgaban los cadáveres, los municipales permanecían en la comisaría. Una cosa son los controles de confianza –metódicos, con la tendencia a la falacia de algunos silogismos- y otra la confianza –cercana y atestiguada con años-.
Continúe imaginando el lector que, días después, uno de esos policías municipales, a título personal, investiga el porqué de más narcomantas en su ciudad del noreste. Pregunta en su colonia a un buen amigo, un empresario que exporta droga en algunas cajas de fruta. Él conoce a algunos –llamémosle de la letra, rivales de los que pusieron la narcomanta en el puente- que utilizaron esa técnica en el violento 2011. Muchos de ellos están enmontados, sacando dinero a ganaderos de poblados, sobre todo con secuestros. El exportador descubre que la narcomanta de periférico es parte de una campaña contra una treintena de individuos que trabajaban distinto a lo acordado. Por dar otro matiz, morirán con todo el cuerpo. Destruir a la reina, terminar con la colmena.
Imagine el lector que la situación en esa ciudad del noreste se pone más violenta y a los policías municipales –si quieren entrar en el mando único- les exigen resultados contra más narcomantas, ya ventrílocuas de los muertos. Así que nuestro policía toma su carro y se presenta ante un primo lejano, un marino que desertó para cuidar a su papá y a su hacienda. Fallecido el papá, vende lácteos y ganado, además de aconsejar sobre seguridad a cualquiera que se lo pida, salvo a quien tenga que ver –real o imaginariamente- con la letra. De hecho, se dice que él ayuda a quienes buscan y matan a secuestradores de ganaderos. Si los hallan, los cadáveres no cuelgan de ningún puente de periférico, sino que alimentan la maleza parca de un olvidado, hasta la redundancia, lote baldío. El próximo cadáver será el del exportador.
En la plática, el primo se pone muy intenso y habla de… ¿PSYOPS? Imagine el lector que el primo estuvo en lugares pesados donde propaganda y contrainformación son como las hojas del calendario: marcan el tiempo sin que uno se dé cuenta. Su primo le dice que no investigue más, que es querer poner puertas al mar. “Es fácil hacer circular esos mensajes. Es como cuando en el centro analizábamos los narcocorridos: ¿A poco si los prohibimos renuncian a tararearlos? Déjate ya de narcomantas y desmadres. En ese mundo todo va a otra velocidad”, dice su primo.
Para acabar, imagine el lector que el policía no hace caso y sigue investigando por su cuenta, y sigue, y sigue…
Hasta que el policía, en vez del mensaje de la siguiente narcomanta, protagoniza un video aún peor.
Dr. Jesús Pérez Caballero.
El Colegio de la Frontera Norte.