Religión y política: dos realidades que hay que diferenciar

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Opinión de Cirila Quintero Ramírez Profesora- Investigadora de El Colegio de la Frontera Norte de El Colegio de la Frontera Norte

miércoles 10 de julio de 2013

En mayo pasado participé en una Reunión sobre la Democracia en América Latina realizada en Tegucigalpa, Honduras. Al evento asistimos más de 100 activistas, profesionales e individuos vinculados con el impulso a la Democracia en América Latina. De Honduras me impactó la pobreza y la inseguridad que se perciben en sus calles, más acentuadas de las que vivimos en México, que ya es mucho decir; pero lo que más me impactó fue que en el evento inaugural presidido por el presidente Porfirio Lobo se iniciase con la proclamación de un Salmo, situación que nos desconcertó a los centenares de asistentes, quienes a pesar de nuestras diferencias ideológicas estamos acostumbrados a la distinción, al menos en ceremonias cívicas, entre religión y política.

Otros eventos en Honduras me mostraron la importancia que la religión está asumiendo en toda la sociedad, lo que personalmente me preocupó, y no porque no crea que la religión no es importante, sino porque soy de la idea que la religión debe quedarse en el ámbito individual y la política en lo público. La historia ha mostrado que cuando ambas se mezclan, se contraponen por la lucha por el poder o se cae en el fanatismo, los resultados son desastrosos para los pueblos. Me preguntaba ¿cómo era posible que los políticos hondureños no distinguieran lo que eran las ceremonias cívicas, diplomáticas, de un evento religioso? Más bien, evidenciaba un retroceso social. Eventos recientes me han mostrado que la situación no es exclusiva de Honduras, sino que el entrecruce entre religión y política se está extendiendo a distintos países, nuestro país no es ajeno a esta situación.

Lo declarado por la alcaldesa de Monterrey o de otros políticos de distintas filiaciones que han hecho alusión a sus creencias religiosas mezclándolas con aspectos cívicos, como ofrecer ciudades a determinado personaje religioso, lleva a una preocupación, sobre todo porque México tiene una historia muy dolorosa –y por qué no decirlo, sangrienta– del enfrentamiento que ha acontecido cuando religión y política se han mezclado. La proclamación de las Leyes de Reforma por Benito Juárez en el siglo XIX fue un avance sustancial para definir los ámbitos de ambas instituciones, evitando con ello posibles guerras civiles por motivos de la religión. Me parece que volver a abrir o incentivar esta confusión entre política y religión sería un retroceso histórico y social, no sólo porque mezcla dos realidades distintas, sino porque abre la puerta a la intolerancia religiosa; la libertad de credos debe ser uno de los valores básicos del México actual.

En ese sentido, la supuesta reforma al artículo 24 que se pretende postular, según se ha mencionado por iniciativa presidencial, es algo que debería de revisarse con mucho cuidado a la luz de la experiencia histórica de México, dado que puede ser un factor que más que beneficiar al país, incentive aún más la intranquilidad social que vivimos.