Reciclaje informal en Nuevo Laredo

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Opinión de Jesús Frausto Ortega Profesor-Investigador del Colegio de la Frontera Norte de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 5 de septiembre de 2013

En las líneas dedicadas a este espacio reflexionamos en forma general sobre el reciclaje informal en la localidad, considerando su importancia y beneficios sobre todo en el ámbito ambiental. Al final hacemos algunas breves sugerencias como parte de las ideas expuestas.

La actividad de reciclaje informal es común en las ciudades de los países pobres o en vías de desarrollo. La realizan personas de escasos recursos económicos, que carecen de un empleo formal y sobreviven con la venta del material recuperado de los residuos que genera la población. Son residuos porque han cumplido con la finalidad para la que fueron adquiridos o terminado su vida útil, y se han desechado. Esos materiales son adquiridos en los establecimientos que los compran para luego comercializarlos para su reciclaje. Los que no, entran en la cadena de recolección de residuos municipal o se disponen en forma inadecuada en lugares no autorizados.

En Nuevo Laredo es frecuente observar a los llamados cartoneros, carretoneros, fierreros o recicladores en las calles de la ciudad hurgando en los cestos o contenedores de basura localizados en la vía pública o en los frentes de las viviendas, en los basureros a cielo abierto, en los comercios de la localidad, entre otros lugares, en busca de los materiales que les producirá un ingreso económico para llevarlo a sus familias. Son fácilmente identificables por los instrumentos de trabajo: se transportan en triciclo, en carreta jalada por burros, o en vehículos automotores. En esos medios transportan los materiales recobrados: plásticos, cobre, fierro, aluminio, entre otros residuos. Incluso, es habitual verlos con aparatos eléctricos, electrónicos, electrodomésticos, etcétera, los que probablemente tendrán una segunda utilidad para ellos o les proveerá de los componentes que puedan vender.

La jornada laboral de un reciclador puede ser ardua y pesada. Al empezar el día –todavía a oscuras- es común escuchar los ladridos de los perros o el sonar de los cestos de basura dispuestos en las aceras de las residencias; inicia la tarea de recolección, pues hay que “ganarle” al camión recolector de la basura; el trajinar debe continuar durante el día y si hay suficiente material por recuperar, es seguro por la tarde de un día cualquiera el reciclador lleve lo obtenido al sitio de venta y obtenga a cambio algunos pesos; tal vez encuentre alguna televisión que dejó en la acera de la calle algún vecino –todavía con algunas horas extras de utilidad- la cual formará parte de los muebles de la vivienda del reciclador; o si no funciona, es posible que la desarme y separe de ella partes para reusarlas o venderlas. Aunque puede ser cualquier otro aparato: un abanico, un radio, unas videocasetera o DVD. Puede incluso, armar otro aparato con las partes obtenidas y ofertarlo en las denominadas “pulgas” (sitio en donde se venden productos de segunda mano generalmente procedentes de Estados Unidos y que han sido desechados en ese país. Una característica de la frontera). Ese puede ser un recorrido diario. La oferta de residuos también puede ser variada, si consideramos que en la ciudad se generan alrededor de 450 toneladas de basura diarias, en donde se puede encontrar cartón, vidrio, metales, entre otros desechos. En algunos tiraderos clandestinos también se podrá hallar otro tipo de accesorios  y residuos que no tendrán un valor para el reciclador: llantas usadas, material de construcción, aparatos varios y hasta muebles inservibles. Sólo como dato general, las autoridades ambientales habían reconocido en 2008 la existencia de por lo menos 38 basureros. La recurrencia de este tipo de problemas muestra el poco interés gubernamental –y social- para solucionarlos y en ese sentido ubicaríamos ese tipo de fenómenos en un término que podemos denominar como “indolencia ambiental”.

Para gran parte de la población de la ciudad, incluso para las autoridades, tal actividad pasará desapercibida o tendrá poco interés. Por ejemplo, en esta ciudad no hay políticas públicas enfocadas a esa actividad y sobre quien la ejerce. En el mejor de los casos, tal vez, el reciclador podrá obtener un permiso del Departamento del Comercio Informal local, para seguir en esa condición: la informalidad. De esa manera la propia autoridad reproduce y fomenta esta práctica. En ese tenor, por ejemplo, no es extraño y parece ser ya aceptado como normal por la población local que un especio público como la Plaza de los Insurgentes, ubicada frente a la Clínica del ISSSTE y del Hospital General, esté prácticamente “obstruida” por el comercio informal de venta de comida, afectando a la imagen urbana del lugar o puede generar problemas de salud pública y de tránsito vehicular y peatonal. Este tipo de hechos se puede encontrar en otros espacios públicos de la ciudad.

Si bien la actividad del reciclaje informal se realiza por motivos principalmente económicos con beneficios monetarios para los recicladores y sus familias, cumple la función ambiental de minimizar la contaminación al aire, agua o suelo al evitar que esos desechos se dispongan en forma inadecuada en diversos sitios de la ciudad. Sobre todo si, como se observó, la existencia de basureros a cielo abierto en solares baldíos de la localidad o en los sitios alejados de la mancha urbana es hasta cierto punto común. Este tipo de espacios sintetiza las prácticas inapropiadas de la población al no disponer sus residuos en el sistema formal de recolección de la basura municipal y la falta de mecanismos de supervisión eficientes de las autoridades municipales correspondientes y/o de programas locales de concientización sobre el manejo adecuado de los residuos.

Además, al recuperarse ese tipo de materiales y otros, se libera presión al relleno sanitario de la localidad contribuyendo con ello a alargar su vida útil, ya que se minimiza la cantidad y tipo de residuos que pueden llegar al sitio. Asimismo, ayuda a mejorar la imagen urbana de la ciudad. Por ejemplo, hoy no necesariamente se observan botellas de plástico, botes de aluminio, o material de fierro dispuestos en la vía pública. También se ha disminuido el tirar residuos como: baterías usadas, plomo, láminas, vidrio, que los adquieren los comercios de compra-venta de material reciclable. Hay que señalarlo, en ese beneficio han contribuido algunos programas locales como el de acopio de residuos electrónicos. En donde la población local tiene esa posibilidad para llevar ese tipo de residuos y otros  peligrosos para que las autoridades los manejen en forma sustentable.

La otra cara de la moneda. Algunos aspectos negativos de esa actividad son: a) la falta de capacitación de los recuperadores para el manejo de sustancias peligrosas contenidas en algunos de los residuos; b) con relación a lo anterior, el manejo inapropiado de esas sustancias. Por ejemplo las contenidas por los aparatos electrónicos y eléctricos. Entre otras, el plomo y el mercurio. Al hacer un mal manejo de esos aparatos y disponer esos componentes peligrosos en los sitios inapropiados a cielo abierto, en barrancas u otros lugares, se convierten en focos de contaminación ambiental, incluso con perjuicios para la salud de los recicladores y en general para la población.

En otros espacios hemos hecho algunas preguntas alusivas a la temática que siguen siendo pertinentes para dar cuenta del fenómeno del reciclaje informal local: ¿Quiénes participan de esa actividad y qué recuperan? ¿A dónde van a dar esos materiales? Y en general, ¿Cuál es el papel del reciclaje informal en Nuevo Laredo? En la medida en que demos cuenta de ese tipo de cuestionamientos podremos contribuir en plantear políticas locales para mejorar el entorno ambiental de la ciudad.

Tal vez la respuesta a ese tipo de preguntas pueda llevarnos a crear programas que conduzcan a la formalización de dicha actividad y a la organización de los recicladores, de tal manera que las labores que realicen tengan un mayor reconocimiento y un mejor impacto en el ambiente y en los ingresos de los recuperadores para beneficio de sus familias. Bueno, se deberían formalizar todas las actividades informales, no fomentarlas. De esa manera se daría certidumbre social y económica. Comenzar por reconocer la actividad del reciclaje informal y sus beneficios ambientales puede ser un punto de partida. En ello debemos coincidir población y gobierno. Adoptando prácticas ambientales y generando política pública en pro de un mejor entorno urbano para beneficio de la población de Nuevo Laredo.