Acaban de pasar tres años de la masacre de San Fernando, uno de los episodios más tristes de la historia contemporánea de México y una muestra del estado de extrema vulnerabilidad de los migrantes que atraviesan nuestro país.
Se habla de cifras, cruces y peligros de estos migrantes, pero pocas veces nos hemos preguntado sobre los riesgos de aquellos que prestan ayudan a estas personas, en este caso, los grupos u organizaciones que a través de las denominadas Casas de Migrantes les brindan apoyo.
Se trata de sitios que operan con pocos recursos, casi todos, al amparo de organizaciones religiosas que, en algunos casos, han conseguido presupuesto de los gobiernos locales, pero en la mayoría de las ocasiones funcionan con base en donativos y el trabajo voluntario de las personas de la comunidad. Básicamente ofrecen techo y comida por algunos días y siempre están rebasados en sus capacidades por la gran afluencia de personas.
Naturalmente, estos lugares tienen un costo de operación: las instalaciones, los servicios, la comida y en algunos casos asistencia médica. Estos albergues también son supervisados por los gobiernos locales y deben cumplir con ciertas normas de protección civil y de elaboración higiénica de los alimentos con el peligro de sufrir sanciones por incumplimiento.
También deben contar con personal que muchas veces es voluntario, pero ante la gran demanda se ven en la necesidad de contratar empleados y, por lo tanto, deben buscar la manera de que éstos tengan las prestaciones mínimas de ley. Otra situación que deben sortear es la oposición a su operación por parte de la ciudadanía: todo mundo está de acuerdo en que los migrantes deben ser protegidos, pero nadie quiere vivir al lado de un albergue.
El peligro más grande que enfrentan es la presión e infiltración del crimen organizado, basta un ejemplo: en diciembre del 2011, en el albergue de migrantes de la ciudad de Matamoros un comando arribó y se introdujo en el sitio, una vez dentro levantaron a 15 personas y se los llevaron, sin que se sepa, hasta el momento, nada de ellos. Otra forma de operar es infiltrarse en la casa en forma más discreta para reclutar a personas o, en el menor de los casos, para ofrecer los servicios de coyotaje.
A pesar de estos conflictos las casas operan, dirigidas por héroes anónimos algunas y otras por personalidades más visibles, que viven en constante amenaza debido a su actividad. A ellos y ellas, ¿quién los protege?, ¿quién les brinda recursos y vigila su integridad física y mental?
La migración es un asunto que atañe al nivel federal y debido a las actuales circunstancias que atraviesa nuestro país, se ha convertido en un tema de seguridad nacional, pero las Casas de Migrantes se sostienen casi todas con base en la buena voluntad y operan siempre con precariedad, como afirma el encargado de uno de estos sitios: Ya Dios proveerá.