Hemos vivido días intensos, esperanzadores, con la sensación de contribuir desde nuestras modestas trincheras a lograr los cambios que le urgen a nuestro maltrecho país. En un sistema presidencialista como el nuestro, cada seis años soñamos con la posibilidad de que gane el candidato o candidata que desde nuestro punto de vista reúne las condiciones para impulsar las transformaciones deseadas. No importan las decepciones cíclicas, ahí estamos de nuevo soñando en que en esta ocasión todo será distinto. Una amiga me dice: “Creo que como mi padre, me voy a morir sin ver ganar a mi candidato favorito. Nunca he ganado”; pero siempre participa. Y de seguro, si seguimos construyendo nuestra democracia, algún día tendrá la oportunidad de salir triunfante. Así debe ser la democracia: saber que se pierde y se gana. Que hay tiempos de reflexión y otros de celebración. Debemos seguir luchando para que quien gane, no lo gane todo y quien pierda, no lo pierda todo. Así queremos nuestra democracia: que exista siempre la oportunidad para renovar la esperanza.
Le apostamos tanto a la elección presidencial por la excesiva concentración del poder que deviene del cargo. Pese al acotamiento, la Presidencia sigue conservando el poder fundamental. Me gustaría que no fuera así; pero en el nombre lleva todas las virtudes y defectos de una forma de gobierno en retirada a nivel internacional. Sobre todo por su íntima relación con el autoritarismo. Me he pronunciado por un sistema de tipo semipresidencial donde haya un poder bicéfalo entre un jefe de Estado y uno de gobierno, cuyo ejemplo es Francia. En México hay una creencia extendida de que el presidencialismo es parte de nuestra naturaleza. Ha sido más cómodo aceptar acríticamente ese especie de designio divino, que tratar de imaginar nuevas formas de gobierno más democráticas. Desgraciadamente para las discusiones importantes nunca tenemos tiempo. No forma parte de nuestra agenda pública.
He insistido también que no resolvimos un dilema que tiene que ver con un diseño institucional que permita disipar los conflictos postelectorales. Con los resultados de las últimas dos elecciones presidenciales, donde se ha incrementado la competencia, es imperativo resolver la suerte de vacío que acompaña a quien obtiene el segundo lugar. Es absurdo que quien ha llegado a obtener 15 millones de votos por elección, no tenga asegurado un asiento en el Congreso. Como sucede en otros países democráticos, mi propuesta es que pase a convertirse en el líder de la oposición en el Senado. Sería una vía institucional para garantizar la vigencia de los verdaderos liderazgos y los necesarios contrapesos que todo poder centralizado como el nuestro requiere. En México a los segundos lugares los condenamos a la marginalidad. Es además inconcebible que haya senadores o diputados que sin haber hecho campaña lleguen al Congreso y ellos sí se erijan en los líderes de sus bancadas.
Este domingo 1 de julio tuvimos noticias de una ciudadanía que quiere que se le respete. Un total de 49 millones, 87 mil 446 ciudadanos acudieron a las 143 mil 437 urnas instaladas a lo largo del país. Se trató del 63.14% del total del listado nominal. Una diferencia de casi 5% respecto a la anterior elección presidencial (58.55%). En Baja California también tuvimos un aumento en la participación, respecto a 2006. Pasamos del 46.97% a un 53.56%, para un total de 6.59% de incremento. Pero si lo comparamos con la inmediata anterior cobra mayor importancia: en la elección intermedia de 2009, apenas tuvimos un 30.57% (el promedio nacional fue de 55.32%), esto es, 22.99% de aumento.
Escribo estas notas cuando aún se están realizando los cómputos distritales. Tenemos la obligación de despejar todas las dudas que pudieran desvanecer la legitimidad del ejercicio cívico electoral. Estoy cierto que la mayoría de las dudas y la desconfianza que existe en torno a los procesos electorales provienen del contexto en el que se desarrollan los comicios. En esta ocasión el papel de los medios electrónicos y las encuestas contratadas por los mismos explican en mucho la percepción negativa del proceso. Debemos reconocer que la democracia de calidad exige pluralidad en los medios de comunicación y esta condición no se cumple en México. Es otra gran asignatura pendiente.