Patrimonio cultural e historia regional

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Opinión de Ana Lilia Nieto Camacho Profesora- Investigadora de El Colegio de la Frontera Norte de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 11 de julio de 2013

En la actualidad el patrimonio cultural es un asunto de gran interés. En torno a la designación, conservación y gestión del patrimonio cultural se articulan intereses económicos y políticos que cada vez más se ven en la necesidad tomar en cuenta a la opinión de las comunidades que albergan o que han sido el origen de las prácticas y objetos que se consideran patrimonio. La práctica de la conservación de vestigios del pasado se desarrolló a la par de la consolidación de los Estados-nación en el siglo XIX y los museos constituyeron el medio a través del cual se narraba el pasado oficial de la nación, se definía la forma en que el presente debía reconocerlo y, sobre todo, qué debía recordarse y qué era mejor olivar. Si bien en México el Estado sigue siendo la instancia por excelencia que define lo que es o no es patrimonio cultural, la democratización de la sociedad implica que, más allá de la historia nacional, los grupos diversos que conforman la sociedad quieren contar y reconocer su historia a partir de la conservación de los vestigios de un pasado que les es propio.

Tradicionalmente se ha considerado patrimonio cultural los objetos, las construcciones y los espacios que se consideran antiguos, bellos o excepcionales a partir de cánones establecidos por las élites sociales y por las instituciones del Estado. El interés por ampliar lo que se considera como patrimonio cultural inició en la década de los años 60 del siglo XX y tuvo como consecuencia la firma de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial auspiciada por la UNESCO en 2003. Este documento define al patrimonio inmaterial como “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”. El patrimonio inmaterial se transmite de generación en generación y, al ser un proceso de comunicación, los miembros de la comunidad son los encargados no sólo de la conservación sino que la Convención los considera agentes fundamentales durante el proceso de designación y de gestión posterior.

Aunque la Convención sigue acentuando el criterio de excepcionalidad en la designación, en términos oficiales el concepto de patrimonio se amplió para incluir no sólo lo antiguo, lo monumental o lo bello sino también lo que ha sido históricamente significativo para una comunidad. La consideración de lo inmaterial como elemento patrimonial permitió que conceptualmente se comprendiera al patrimonio como una relación entre lo material y lo inmaterial en la que los objetos o los espacios adquieren significado sólo a partir de lo inmaterial, pues son los valores, las memorias y las prácticas los que se expresan a través de ellos. Esta conceptualización ha sido de suma importancia para dar cabida en la discusión a aquellos pasados que no forman parte de la gran narrativa nacional y que reclaman un espacio tanto en términos de reconocimiento de la memoria de una experiencia sociocultural específica como de inclusión al nivel más general de la identidad nacional.

Así, desde el patrimonio cultural la historia patria se encuentra y dialoga con la historia regional. Alguna vez escuché decir que el norte de México carecía de patrimonio cultural; en realidad, la afirmación se refería a que la arquitectura prehispánica monumental o las filigranas talladas en piedra que adornan las construcciones coloniales se encuentran en el centro y sur del país. Si consideramos que el patrimonio cultural no es un objeto aislado sino un proceso social en el que se crean valores y significados a partir de la memoria colectiva, el norte de México tiene mucho que aportar a las ideas e imágenes sobre un pasado común de la nación. Buen ejemplo de esto son los primeros proyectos por recuperar la tradición industrial del noreste y sus vestigios como parte de la memoria de la comunidad y patrimonio cultural. Esto se observa particularmente en el caso de las instalaciones relacionadas con la industria minera: en el noreste sobresale el caso del Horno 3 que se encuentra en el Parque Fundidora en Nuevo León que fue restaurado y convertido en museo.

En México se han comenzado a presentar proyectos de conservación que incluyen el concepto de “paisajes culturales” en los que los objetos considerados patrimonio que se observaban de forma aislada, se insertan en un contexto y se explican a partir de sus relaciones con la sociedad que les dio forma. Por ejemplo, la extracción del carbón o del hierro en Coahuila no sólo dejó los tiros de mina, chimeneas, hornos y vías de ferrocarril, sino que alrededor de la mina se establecieron una serie de relaciones sociales y se generó una cultura particular que dio sustento a la actividad que ahí se realizaba, pues los trabajadores habitaban en torno a la mina, educaban a sus familias y vivían los ritmos y las dificultades derivadas del trabajo. De este pasado quedaron viviendas, escuelas, iglesias, lugares de esparcimiento y, sobre todo, experiencias, saberes y memorias que se relatan y se recrean en cuando los mineros o sus descendientes transmiten lo que fue la dinámica social de la comunidad organizada en torno a la actividad industrial.

El patrimonio industrial sería un ejemplo en el que si bien los objetos pueden ser valiosos desde la perspectiva de la historia de la tecnología, desde una definición amplia de patrimonio cultural, son instrumentos en el proceso de transmisión de la memoria colectiva de aquellos que vivieron las formas de trabajo y la cultura generada por una actividad en particular. El paisaje y los objetos que quedaron forman parte de un pasado con el que una comunidad se siente relacionada, al que lleva su experiencia y con el que dialoga de manera directa. De esta manera, la preservación del patrimonio industrial implica la conservación de los objetos pero también facilitar la transmisión de memorias, historias de familia y experiencias laborales. El proceso de recordar y conmemorar es fundamental para generar un sentido de pertenencia con el patrimonio y que este se mantenga vivo, no sólo como una reliquia de un pasado cerrado. En estos casos, la sociedad deja de ser sólo observadora de aquello designado por el Estado y puede asumir una participación mayor en la interpretación, conservación y gestión en torno a los objetos y paisajes que son, en concepto de Pierre Nora, sus lugares de memoria.

La integración urbana del patrimonio industrial podría incidir en la forma en que una comunidad se relaciona con la historia y con el patrimonio no como elementos ajenos a su vida, que se valoran hasta el momento en que reciben la sanción oficial, sino como una experiencia cotidiana, pues es un patrimonio y una historia que se transita y se recrea. Aunque el proceso de vinculación presente/pasado es más evidente en el caso del patrimonio industrial porque se sustenta con las vivencias de los trabajadores, el vínculo no tiene que ser tan directo: ofrecer una interpretación del patrimonio que permita a los restos del pasado lejano adquirir nuevos significados está creando la relación indispensable para la valoración social del patrimonio.

Parte de la historia del norte de México se encuentra en la actividad industrial, recuperar ese pasado no sólo desde la monumentalidad de algunas de las instalaciones que se crearon a propósito de la minería sino desde las formas de vida que generaron y lo que significa para los habitantes al día de hoy, permitirá dar una mirada a la historia social de los trabajadores y orientar hacia el futuro la relación con un pasado que ha forjado a la región. Considerar los vestigios industriales como fragmentos materiales insertos en un conjunto de relaciones sociales pasadas y presentes ayudará a comprender la estrecha relación que existe entre la identificación de una comunidad con un lugar y con una historia.

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