Resulta paradójico que una vez que el PRI regresó a la Presidencia de la República después de dos sexenios de gobiernos panistas, el PRI bajacaliforniano se encuentre en una complicada situación, agravada por el proceso de sucesión de su dirigencia estatal que amenaza en convertirse en una crisis. No ha sido fácil para el priismo local rehacerse y mantener una fuerza constante y alternativa al PAN local; son una serie de factores lo que explican la paradójica situación.
En primer lugar, el que el PRI haya ganado la Presidencia no significa que el desplazamiento del poder local en manos del PAN desde hace ya un cuarto de siglo sea automático. Son procesos largos que dependerán en mucho de la continuidad al frente del Ejecutivo federal. El PAN ha generado una estructura clientelar a lo largo de la geografía estatal. Sería difícil pensar que no lo haría; en eso radica gran parte de su continuidad como gobierno. Eso lo han hecho todos los partidos; en gran medida porque son más los beneficios que las sanciones en un sistema proclive a la impunidad.
El PAN ha gobernado la entidad por 24 años y al terminar la actual administración encabezada por Kiko Vega llegará a 30; se trata del gobierno más longevo de un solo partido a nivel estatal. Esto tiene diversos apoyos; entre otros, insisto, una estructura de control y poder que se reproduce a lo largo de la geografía y de las instituciones públicas. Es muy difícil para cualquier partido disputarle la gubernatura.
Para ganarle, se necesitan partidos fuertes y cohesionados. Esos brillan por su ausencia. Las divisiones y la polarización se han ensañado con el PRI; la reciente derrota electoral lo demuestra fehacientemente. En un escenario de triunfo, la división no se habría exteriorizado: la disciplina proviene de los recursos de que se disponga. La derrota en las urnas del pasado mes de julio avivó las diferencias entre los dos principales grupos: el liderado por Jorge Hank y el identificado con el embajador Fernando Castro Trenti.
En esas condiciones el PRI se apresta a renovar su dirigencia; una tarea sumamente compleja por la polarización que impera: unos y otros se sienten traicionados; unos y otros piensan que la derrota no provino del exterior sino de la negociación con el enemigo. No veo posibilidades de reconciliación; debería surgir un líder local no identificado con ninguno de los dos grupos que evitara el choque de trenes que parece avecinarse. El problema es quién puede ser ese personaje con capacidad de negociación y que ambos grupos lo vean como investido de prestigio y de pleno respeto como para buscar una salida que no debilite más a su partido.
Considero que de continuar la polarización y la falta de diálogo entre corrientes, podría venir una solución del centro. Un delegado especial que se haga cargo de la dirección del partido hasta que no se calmen las aguas. El problema es que también los partidos se encuentran contra reloj. En muy pocos meses habrá elección de diputados federales. El PRI de Baja California deberá designar a 8 candidatos, uno para cada distrito. Si el PRI llega dividido será una catástrofe, como le pasó al PAN en las elecciones locales de 2010.
Mientras en la casa azul se frotan las manos. Saben que la división les favorece y que el incremento del IVA en la frontera es un activo sumamente atractivo para quedarse con todo. El tiempo corre a su favor: todavía el gobierno azul goza del beneficio de la duda de la ciudadanía; las políticas federales han impactado en el bolsillo de los bajacalifornianos y los probables beneficios de las reformas no se avizoran en el corto plazo. Después de un cuarto de siglo en el poder local, los astros se alinearon a su favor; cierto, las promesas de campaña del gobernador cobrarán factura para la siguiente elección local de 2018: las que cumpla o las imposibles de realizar, por ejemplo, la erradicación de la pobreza. Ya veremos, lo cierto es que hoy el PRI la tiene cuesta arriba. Vaya paradoja: el PRI ganó la presidencia de la República pero a nivel local está muy cerca de una nueva derrota.
Ver artículo anterior: La otra guerra