Opinión de Armisa López León Investigadora de El Colegio de la Frontera Norte

miércoles 9 de octubre de 2019

Sin duda, el 2 de octubre no se olvida y a mí es difícil que se me olvide no solo por el reconocimiento que merecen quienes ejercen el derecho a la libertad de expresión y manifestación, también porque, de nueva cuenta, es mi turno para colaborar en este Corredor Fronterizo, justamente en la semana en que se recuerda la masacre de Tlatelolco, perpetrada por la fuerza pública, aquel año de 1968.

Hace cuatro años, más o menos por estas fechas, en este mismo espacio comentaba que el famoso lema “2 de octubre no se olvida” se había convertido en un estandarte de la lucha urbana y rural y, especialmente, del activismo político de los jóvenes.

Con el paso del tiempo, la experiencia adquirida, el cambio de mentalidad, los recursos de movilización y las coyunturas políticas han ido cambiando las formas de lucha y sus objetivos, pero sin duda, los jóvenes siguen siendo un eje fundamental para la transformación de un país.

En aquel escrito de hace cuatro años traje a colación lo que era una nueva herida que sigue doliendo: Ayotzinapa, pues los estudiantes heridos, muertos, desollados, calcinados y desaparecidos por el Estado ese 26 de septiembre de 2014 nos hizo caer en cuenta de golpe que la alternancia política también traía consigo viejas prácticas y esas prácticas, cuando no hay consecuencias para quien las ejerce, retornan transformadas, corregidas y aumentadas. Ayotzinapa es claro ejemplo de ello.

Afortunadamente, en los cinco años que han pasado desde aquel crimen del Estado hacia los normalistas de Ayotzinapa, no ha habido otros asesinatos masivos de jóvenes estudiantes, aunque eso no significa de ninguna manera que los jóvenes gocen de protección. No. Sigue siendo un grupo poblacional vulnerable que se ha convertido en carne de cañón del crimen organizado.

Prácticamente en todo el país, los jóvenes son reclutados por grupos delincuenciales y, lamentablemente, ha incrementado la integración de niños menores, lo que los vuelve muy vulnerables, pues el reclutamiento trae aparejada la posibilidad de perder la vida de manera muy cruel, en cualquier momento.

La protección de los jóvenes y los niños, en general, y en particular ante el crimen organizado, sigue siendo uno de los grandes temas pendientes a resolver. Ojalá las estrategias que implementa la llamada Cuarta Transformación rindan frutos, pues no es ningún cliché que los jóvenes son el futuro de un país, es la ley de vida, sin más.

Este año como era previsible, el 2 de octubre no se ha olvidado y los jóvenes universitarios se encargaron con sus manifestaciones masivas de recordar esta fecha, pero sí hubo un cambio sustantivo: la participación del Estado.

En la Ciudad de México, el Estado no buscó reprimir a los jóvenes que se manifestaban, por el contrario, intentó protegerlos con la colaboración de servidores públicos, en el llamado Cinturón de Paz.

En Nuevo León, la bancada del Partido del Trabajo en el Congreso del Estado propuso que el 2 de octubre se declarara día de luto estatal y que edificios, avenidas y calles que llevaran el nombre del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz fueran sustituidos por el nombre 2 de Octubre.

Después de 51 años que el Estado masacró a los jóvenes estudiantes, empezamos a percibir cambios sustantivos no solo en la Ciudad de México, sino en los estados del norte del país. Aún hay camino por recorrer, pero esas muestras de empatía brindan esperanza y hacen menos doloroso recordar aquel 2 de octubre de 1968.

Dra. Armisa López León

El Colegio de la Frontera Norte