Nosotras somos las que buscamos

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Opinión de Artemisa López León Investigadora de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 16 de junio de 2022

Hace unos años leí Los huérfanos del narco de Javier Valdez Cárdenas; en ese libro, el autor dedicó un espacio a las Rastreadoras del Fuerte y de Guasave, a quienes definió como grupos de sabuesos que “siguen las huellas de los ríos y arroyos, las llamadas anónimas que los alertan de cadáveres que nadie ve ni quiere encontrar, solo ellos, sus dedos”.

Esa frase, de golpe, me hizo consciente de que había mujeres dedicando muchas horas de su vida a buscar, en los parajes rurales, a sus seres queridos desaparecidos porque, como lo dicen las propias Rastreadoras del Fuerte en su cuenta de Twitter: “Nacimos un 14 de Julio de 2014 tras sufrir la pérdida de un ser querido, que no cuenta ni entre vivos, ni muertos”.

En 2017, en el foro Hablemos de las heridas que organizaron Médicos Sin Fronteras, el Instituto Nacional de Psiquiatría y otras instituciones, se intensificó mi golpe de consciencia inicial, al escuchar a Graciela Pérez Rodríguez, fundadora y presidenta de Milynali Red, narrar su experiencia de búsqueda en el sur de Tamaulipas, pues en ese lugar tuvo la última señal de vida de su hija y otros de sus familiares que desaparecieron cuando volvían a la Huasteca potosina, después de un viaje por carretera a los Estados Unidos.

Pero Graciela Pérez no ha recorrido sola las brechas de la sierra tamaulipeca; en el camino de buscar, encontró a otras personas como ella, la mayoría mujeres; y es que como dice Carolina Robledo en su análisis de la actividad de búsqueda, como un trabajo no remunerado, “la lucha de los familiares de personas desaparecidas sabemos bien que la mayoría son mujeres quienes se organizan y movilizan”.

Graciela se organizó, se movilizó y adquirió nuevas habilidades y conocimientos. Hoy en día, Graciela ya no solo restringe su búsqueda a la zona serrana del sur de Tamaulipas ni a la localización de sus seres queridos: Graciela se volvió una buscadora en todo el estado de Tamaulipas, tratando de encontrar indicios de los seres queridos de más de 300 familias que se le han unido, como ella misma lo explicó, a los estudiantes de Criminología de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, en una charla que impartió hace unos meses.

En estos años, el lenguaje de Graciela Pérez también ha cambiado, se ha vuelto preciso. Para Graciela, la búsqueda de indicios de la desaparición de personas no se hace en narco-fosas ni narco-cocinas, ella prefiere llamarles sitios de exterminio porque, como ella dice, se trata de lugares empleados por la delincuencia organizada para desaparecer cuerpos y evitar la identificación forense; porque en esos sitios, a los seres queridos desaparecidos “no solo los quisieron desaparecer, sino que los han querido exterminar”.

En esta década que Graciela ha buscado a su hija y a sus familiares desaparecidos, cientos de mujeres mexicanas y decenas de extranjeras se han sumado a la búsqueda, conformándose cada más en colectivos porque la problemática de la desaparición forzada en México ha empezado a visibilizarse, a volverse un asunto público pero aún está lejos de resolverse.

Basta revisar las cifras. Hace unas semanas, fue noticia nacional que México había llegado a las 100 mil personas desaparecidas  y las cifras históricas del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) contabilizan casi 250 mil personas que, en algún momento, no se supo de su paradero; algunas personas fueron localizadas, otras dejaron de ser parte del registro de la desaparición forzada porque se encontraron sus cuerpos, o partes de ellos, y se volvieron seres humanos incluidos en la estadística de muertes en México.

Pero en Tamaulipas la búsqueda no solo es emprendida por personas como Graciela Pérez que salen de sus lugares de origen siguiendo un rastro, también hay buscadores locales, sobre todo madres y hermanas de personas que desaparecieron en su propia tierra. Los hijos de 13 y 14 años de la señora Beatriz, por ejemplo, fueron un lunes temprano al centro de la ciudad a pagar la cuota del celular en una conocida tienda, y nadie supo más de ellos.

Erika, un jueves, salió temprano a trabajar y cuando volvió, por la tarde, no encontró en casa a su hermano de 15 años; después de buscarlo toda la noche hizo el reporte de su desaparición y, desde entonces, solo sabe que fue visto en su colonia ese jueves.

El hijo de 22 años de Andrea le llamó para decirle que, después de trabajar, se iría a pasar la noche con su abuela; ni Andrea ni la abuela volvieron a saber de él y en el lugar de trabajo de su hijo, solo les dijeron que él salió de su turno, en su vehículo particular, como cada noche.

En la búsqueda, las mujeres que se encuentran aprenden a acompañarse, a sumarse, a darse ánimos, a crear comunidad. En algunos colectivos de las ciudades fronterizas de Tamaulipas, por ejemplo, las reuniones mensuales informativas se han vuelto un espacio de convivencia; mientras las lideresas dan el parte del mes, degustan algún pollo asado o alguna otra vianda llevada por algún integrante del colectivo para ese domingo; porque los domingos son los días que la mayoría tiene tiempo de reunirse.

Los integrantes de otros colectivos pasan varios fines de semana en la búsqueda en vida, tratando de visitar reclusorios y hospitales psiquiátricos para ver fotos de quienes están ahí y, con suerte, reconocer a uno de ellos como su ser querido desaparecido.

Otros colectivos, cada tanto, recorren las calles que habitan los indigentes de la ciudad para retratarlos y subir esas fotos a redes sociales anhelando que sean reconocidos por algún familiar o amigo.

Pero sin duda, una de las experiencias más difíciles es la búsqueda en sitios de exterminio, porque es doloroso cribar la tierra con la esperanza de encontrar algún hueso que contenga ADN útil para el reconocimiento de personas.

La actividad en redes sociales también ha sido fundamental para las buscadoras porque se crean grupos que no solo difunden y reciben información, esos grupos también brindan un acompañamiento solidario que las buscadoras no siempre encuentran en sus familiares porque, como me decía una señora: “Esta lucha la llevamos solas, no, ellos no se meten, no me quitan la intención pero ellos no, cada quien con sus compromisos, su vida, así es lamentablemente esto, nosotras somos las que buscamos, nosotras somos las que luchamos”.

Afortunadamente, las que buscan, las que luchan, las que se organizan y se movilizan son muchas y se han ido encontrando, reconociendo y acompañando en el andar.

Dra. Artemisa López León

El Colegio de la Frontera Norte

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