Opinión de Víctor Alejandro Espinoza Valle Investigador del Departamento de Estudios de Administración Pública de El Colegio de la Frontera Norte de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 27 de septiembre de 2012

Este jueves y el día de mañana, un grupo de investigadores de todo el país hemos sido convocados a la ciudad de Puebla al III Coloquio Internacional de Estudios Mexicanos, bajo el tema “¿Por qué el PRI nunca muere?” Se trata de un verdadero desafío intelectual tratar de establecer al menos hipótesis plausibles que nos permitan conocer uno de los fenómenos más difíciles de desentrañar: ¿cómo es posible que tras más de 70 años de un sistema de partido hegemónico, el PRI pierda el poder en 2000 y después de dos sexenios panistas regrese tan campante y gane las recientes elecciones?

Más bien se trata de uno de los misterios más intrincados de la cultura política nacional. Lo cierto es que los investigadores descuidamos el estudio de tan singular organización política. Después de los trabajos de Arnaldo Córdova y de Luis Javier Garrido, supusimos que si el PRI llegaba a perder la presidencia de la República se desmoronaría, al cortarse su cordón umbilical.

Quienes se dedicaban al estudio de los partidos políticos trasladaron su vista al Partido Acción Nacional, pues se trataba de la organización emergente que había comenzado a cosechar triunfos en el norte del país y se iba acercando a la fortaleza central. El triunfo de Ernesto Ruffo en 1989 y la serie de gubernaturas que fue conquistando auguraban un triunfo en la elección presidencial de 2000. Por ello ya no tenía ningún caso estudiar a un cadáver: el PRI. Ya se había decretado su enfermedad terminal, era cuestión de tiempo.

Sin embargo, al menos pudiera haber dos grandes ámbitos de explicación a manera de hipótesis: la cultura política y lo que han hecho y dejado de hacer sus adversarios y enemigos que le permitió mantenerse durante el periodo crítico y luego emerger de las cenizas para conquistar la presidencia de la República.

Una de las mesas del coloquio se titula: ¿Es el PRI parte de la cultura mexicana? Sin duda, es la respuesta correcta. Más de 7 décadas en el poder en condiciones de un sistema de partido hegemónico, con una oposición leal o marginada, sin oportunidad de contar con representación formal en los ámbitos municipal, estatal y en el Congreso; aunado a un crecimiento sostenido de la economía que permitió un sistema corporativo de intercambio de apoyos políticos por bienestar laboral y familiar, produjeron una ciudadanía de muy baja intensidad o prácticamente inexistente. A cambio de ello, una actitud dependiente frente a un Estado paternalista y no sólo benefactor. El Estado mexicano no sólo no es producto de las clases sociales a la manera clásica, sino que creo a las mismas: propietarias y obreros, trabajadores del terciario incluidos. Eso explica por qué hasta los empresarios son timoratos en la inversión si no hay un gobierno detrás que les garantice  las ganancias.

El Estado paternalista es una añoranza máxime cuando se vive una crisis económica y de inseguridad como la que padecemos.

La otra responsabilidad en el retorno priista la deben asumir sus adversarios: la corrupción extendida bajos los gobiernos panistas, la cultura de la administración pública como botín además de la colonización de la misma, diría Soledad Loaeza; una estrategia frente a la inseguridad que ha dejado miles de muertos, la pobreza creciente; todo ello caló hondo en la sociedad mexicana. Pero desde el flanco izquierdo las cosas han sido también una suma de errores y políticas fallidas. La división de la misma es evidente, como los escándalos que han acompañado a sus administraciones. Ello aunado a una sociedad que recela de posturas radicales.

Quizás esas y otras hipótesis nos ayuden  a entender por qué ha vuelto el PRI al poder. Quizás otra respuesta más sencilla y sin tantos rodeos sea: porque nunca se fue.