Mi amiga la mañosilla

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Opinión de Óscar Misael Hernández Hernández Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 9 de junio de 2022

“Ya sabes, tú nomás dime cuando se te ofrezca algo”, le dijo una mujer a una amiga mía. Después mi amiga me contó: era un secreto a voces que en donde ella trabaja había un hombre adulto, que no iba pero cada quincena se presentaba a cobrar su sueldo. Nadie decía nada. Se rumoraba que este hombre trabajaba para la maña. Para mi amiga era un tipo muy agradable que incluso hacía favores a la gente. Una quincena llegó pero acompañado de una mujer joven, también muy agradable, que al parecer lo asistía.

Por alguna razón la mujer hizo clic con mi amiga. Platicaron un buen rato y antes de despedirse, le confesó que ella trabajaba para la maña. Fue así que le ofreció su apoyo si llegaba a necesitarlo. “Entonces ahora yo digo: ¡Tengo a mi amiga la mañosilla, eh!”, expresó mi amiga en un tono que mezclaba el orgullo de tener contacto con alguien que laboraba en o para el mundo de lo ilícito, con el temor de pedir algo sin saber cuál sería el costo. ¿Y alguna vez le pedirías apoyo? Le pregunté para conocer su reacción. “No, para nada, no quiero deberle nada”.

No es un secreto la existencia de la maña. En México tiene una historia de poco más de una década y, en ciudades de la frontera norte, es más que conocida. En el 2010, por ejemplo, cuando yo viví en Ciudad Victoria, la capital de Tamaulipas, comenzó a escucharse de la maña en dos dimensiones articuladas entre sí: como entidad criminal parasitaria que lucraba a costa de los negocios de otros, y como entidad criminal que resolvía con violencia problemas de la gente, que las instituciones del Estado no podían o no querían, pero a cambio de favores o costos absurdos.

En el año 2011 la maña se hizo pública con un artículo que la periodista Sanjuana Martínez[1] publicó. Ella afirmó que: “En el reino del cártel del Golfo todo pasa por sus manos”. Después señalaba que: “La maña, como se conoce aquí al cartel fundado por Juan Nepomuceno Guerra […] no sólo es un sistema económico que controla la entidad, sino una forma de vida, una expresión del tejido social”. Para Martínez, ello se hacía visible en una identidad caracterizada por: 1) el uso de sombrero texano, 2) cabello muy corto, 3) conducir camionetas último modelo, 4) tener residencias ostentosas, 5) vestirse con ropa de marca y 6) estar rodeado de mujeres guapas.

Más allá del estereotipo sobre los narcos que la periodista reprodujo, parecía evidente que la maña y el cártel eran la misma cosa (yo tengo mis reservas). Lo cierto es que actualmente, quienes trabajan en o para la maña, son conocidos como los mañosos: hombres con una división social del trabajo (hay niveles, como en todo). Por eso, cuando mi amiga me habló de “su amiga la mañosilla”, me puse a reflexionar en la incursión de algunas mujeres en la maña y en los posibles trabajos o actividades que realizan en un contexto de peligros y hegemonías masculinas.

Por supuesto, como hace tiempo afirmó Elsa Ivette Jiménez Valdez,[2] la incursión de las mujeres en el narcomundo no es reciente: data de inicios del siglo XX y se hizo visible con la participación de algunas en el tráfico de drogas en la frontera. Sin embargo, como la misma analista señaló, con “la reconfiguración del narcotráfico en los último años, se han modificado algunos patrones que excluían a las mujeres de algunas actividades”, insertándose en “los cuerpos de ejecución, secuestro, organización y a las labores financieras de los cárteles”.

Esto último ha sido evidente con la emergencia de un sujeto antropológico como son las sicarias. Un ejemplo es la conformación del “Cártel de las Flacas”: un grupo de mujeres que se distinguieron por ser jóvenes, delgadas, atractivas, dedicadas al asesinato por encargo para diferentes grupos criminales.[3] Sin duda, en este punto, estamos hablando de una reconfiguración de la maña al contratar a mujeres especialistas en ejecución, pero también de una reconfiguración de género en la maña al incluir en sus filas a estas y a otras mujeres en actividades más diversas, que implican mayor poder y violencia.

            Claro que, como hace un lustro advirtió Silvia Ruiz Tresgallo,[4] hay que tener cuidado con la supuesta emancipación y movilidad de las mujeres en el narcomundo, porque más bien parece que siguen inmersas en hegemonías de género dentro de las cuales, para verse (o sentirse) liberadas y legitimar su poder, a veces recurren a performance y prácticas de hipermasculinidad. Lo cierto es que, como también señaló Jiménez Valdez, “ante el panorama de crisis que están enfrentando los cárteles, apenas se comienza a ampliar y aceptar su colaboración [de mujeres]”.

            Tiempo después, según me contó mi amiga, se volvió a encontrar con “su amiga la mañosilla”. Nuevamente platicaron y esta vez mi amiga le dijo que traía problemas con una expareja. No sé si lo hizo como un acto de reciprocidad cultural (se sentía obligada a compartirle un tema que era sensible, como ella al inicio) o para poner a prueba su propuesta de apoyo. “Ya te dije, yo te ayudo –le dijo su amiga-. Si quieres te mando al chetos y al papas fritas para que le den una calentadita”. Sin duda no se trataba de frituras que solucionaban problemas personales. Mi amiga le dijo: “No, gracias”. Más allá de la crítica del sensacionalismo académico o de los trazos etnográficos posmodernos, este caso en parte ilustra la inserción de algunas mujeres en la maña, la movilidad en posiciones de poder (ella mandaba a dos golpeadores), pero también la subordinación en jerarquías masculinas (ella asistía a un hombre). Después de todo, como han afirmado Guillermo Núñez Noriega y Claudia Esthela Espinoza Cid,[5] el crimen organizado es un dispositivo de poder sexogenérico. El caso también ilustra un tipo de sororidad en la frontera, que emerge de manera fortuita, esporádica y que se comparte con sigilo con algunos hombres como yo, pero este tema será para después.

Dr. ´Óscar Misael Hernández Hernández

El Colegio de la Frontera Norte


[1] Martínez, Sanjuana (2011). “El cártel del Golfo, junto con sus nuevos socios, es dueño de todo en Matamoros”. Recuperado de https://www.jornada.com.mx/2011/05/08/politica/012n1pol

[2] Jiménez Valdez, Elsa Ivette (2014). “Mujeres, narco y violencia: resultados de una guerra fallida”. Región y Sociedad. Vol 26, No. 4, pp. 101-128.

[3] Hernández-Hernández, Oscar Misael (2021). “Las Flacas. Aproximación al sicariato femenino en México”. Analéctica, Vol. 7. No. 47, pp. 70-86.

[4] Ruiz Tresgallo, Silvia (2017). “Jefa de jefes: Construcciones hegemónicas del género y el narcotráfico en el narcocorrido “La Reina del Sur” de los Tigres del Norte”. Religación. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, II (8), pp. 153-168.

[5] Núñez Noriega, Guillermo y Espinoza Cid, Claudia (2017). “El narcotráfico como dispositivo de poder sexo-genérico: crimen organizado, masculinidad y teoría queer”. Revista interdisciplinaria de Estudios de Género, Vol. 3, No. 5, pp. 90-128.