Memorias de la desembocadura del río Soto la Marina

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Opinión de Óscar Misael Hernández Hernández Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 6 de noviembre de 2025

Una desembocadura es un paraje donde un rio, o cualquier corriente de agua, literalmente desemboca en otra, en el mar o en un lago. Como metáfora, una desembocadura se refiere a un punto final, a algo que termina. Obviamente, se trata de definiciones, porque observar o vivir una desembocadura es más complejo que eso. Lo afirmo porque recientemente pasé por las dos condiciones. Observé la desembocadura del río Soto la Marina, en la faja costera del estado de Tamaulipas. Y también viví la desembocadura de un cúmulo de emociones al estar, precisamente, mirando el delta del río, donde sus aguas dulces desembocan en el agua salada de la Laguna Madre, el cuerpo donde se fusiona, que más adelante da al Golfo de México.

¿Podemos pensar en memorias de la desembocadura de un rio como este? El médico y escritor japonés Masaru Emoto, y el virólogo e investigador francés Luc Montagnier, decían que sí. Ambos afirmaron que el agua podía registrar vibraciones de emociones y pensamientos. Incluso, señalaron que la energía derivada de palabras, o la música, podía incidir en la formación de cristales cuando el agua se congela. ¿Cómo sabían eso? Precisamente fotografiaron cristales de agua y los expusieron a diferentes estímulos: palabras bonitas y feas, música ruidosa y tranquila. Concluyeron que lo primero producía cristales bellos, complejos, pero lo segundo cristales feos, amorfos. A pesar de ello, fueron criticados y su experimento tachado de pseudo-ciencia. 

Quizás la desembocadura de un río –como podría ser cualquier otro cuerpo de agua en movimiento- no tiene memorias y mucho menos registra emociones o pensamientos, pero las personas que la observan y la viven de forma intensa, sí. Tal vez debamos empezar por preguntarnos: ¿qué son las memorias? La socióloga argentina, Elizabeth Jelin, decía que las memorias no sólo son recuerdos del pasado, de hecho, que no se inscriben en una visión lineal del tiempo donde hay un pasado, un presente y un futuro; sino más bien las memorias implican comprimir todo lo anterior, en un escenario del presente. Son archivos de recuerdos –incluso de olvidos- que dotamos de sentido desde el presente para repensar el pasado o, incluso, un futuro anhelado o eludido.

Para reforzar el argumento, intentaré hacer una lectura del paisaje de la desembocadura del río Soto la Marina. Se trata de un río que se extiende sobre 416 km, con una cuenca que abarca 21.183 km2. Su desembocadura es un área en constante cambio, de hecho, es una zona de delta con dos ensenadas principales. Hoy en día, sus aguas impresionan, la flora compuesta por manglares y la fauna por peces y pelícanos, deslumbran. Aunque los atardeceres, como el que presencié y sentí al visitar la desembocadura del río, es lo que más marca una inscripción en las memorias: los trazados de un cielo roji-azul que se refleja en el agua no sólo emanan del ocaso, de un sol que se pierde en el horizonte; también de la sensación de paz, de armonía de quien lo presencia en compañía de otras y otros. Esa es una memoria individual, de recuerdos únicos para mí, aunque nutridos por el paisaje y la compañía.

El atardecer en la desembocadura del río Soto la Marina, me gustó hasta para casarme. ¿Te casarías conmigo?, le pregunté a mi pareja, quien me acompañaba. Sólo sonrió. De hecho, se sonrojó. “De una vez dos por uno”, expresó un querido amigo, nuestro anfitrión, quien estaba con su pareja, nuestra anfitriona también. En broma, hasta pensamos quien podría ser el oficiante de la boda. En el momento, el ocaso marcó una sensación común que se volvió una experiencia colectiva, socioafectiva, que posteriormente se convirtió en un recuerdo del pasado inmediato, interpretado desde nuestro presente. Esa fue una memoria colectiva, no por la suma del recuerdo entre las personas, sino por el sentimiento compartido, inscrito en el pensamiento, los cuerpos. Casarse, a final de cuentas, es como una desembocadura: un cuerpo que se une a otro y se hace uno.

Sin embargo, la desembocadura del río Soto la Marina no sólo suscita memorias individuales y colectivas: también memorias históricas. El politólogo y sociólogo francés, Maurice Halbwachs, decía que la memoria histórica es una memoria muerta; es decir, una representación del pasado que ya no es vivido o recordado por un grupo. Yo pienso todo lo contrario. No soy el único, pues al menos entre historiadores y arqueólogos de Tamaulipas, se sabe que el naturalista y botánico, también francés, Jean Louis Berlandier, exploró esta zona costera y la desembocadura del río, en la primera mitad del siglo XIX. Incluso, en sus escritos, Berlandier rememora que antes de él, en 1523, Francisco de Garay, quiso establecer una colonia en este lugar. Berlandier no sólo dejó sus diarios como recuerdos, sino también mapas, que hoy en día conforman una memoria del pasado remoto.

Los lugareños del río Soto la Marina quizás no saben de Berlandier, no tienen esa memoria histórica, pero han tejido otras memorias –individuales y colectivas- al transmitir oralmente experiencias, sucesos, eventos: “Hace tiempo se andaban ahogando dos chavos, porque la corriente del rio los jaló para la laguna”, decía Juan. “Allá está un nicho y los lancheros hacen caravana el día de la Virgen del Carmen”, agregó. Incluso, Juan recordó que llegó hace años a este lugar, a trabajar, y se quedó porque se enamoró. Nótense los marcos sociales de la memoria: el “hace tiempo”, el “allá está”, el “hace años” y quedarse por amor. Las memorias de la desembocadura también están en la cultura material: el nicho de la virgen rememorado cada año, la escollera que narra una historia de construcción, los trozos de madera vieja que el oleaje saca y la gente imagina su viaje, etc.

La desembocadura del río Soto la Marina, como se aprecia, no tiene memorias, pero las suscita entre las personas que la observan o la viven, ya sea en el pasado o en el presente. Se trata de memorias individuales, colectivas, históricas; de recuerdos y quizás de olvidos, o tal vez de recuerdos y olvidos reinterpretados a la distancia espacial y temporal. Mi amigo, nuestro anfitrión, me decía: Quiero escribir un libro, aquí a orillas de la desembocadura del río. Posiblemente pensaba en sus memorias. En dejar registro de sus recuerdos en un paisaje donde desemboca agua, pero también donde pueden desembocar pensamientos y sentimientos. “Anímate a venirte para acá, deja la academia”, me decía. Lo dudé por un momento, porque el presente laboral me ancla, aunque siempre pienso en mis pasados e imagino un futuro distinto: memento mori.

Óscar Misael Hernández Hernández
El Colegio de la Frontera Norte, Unidad Matamoros


Las opiniones expresadas son responsabilidad de quien las emite y no reflejan necesariamente una postura institucional de El Colegio de la Frontera Norte.

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