Hay políticos que por fin invierten en la cultura y el deporte de sus comunidades porque hacerlo, afirman, promueve la seguridad pública. Invierten en las actividades deportivas y culturales para que la población, en particular los jóvenes, “no anden de ociosos”, y por aburrimiento, los recluten grupos criminales. También la presencia de familias y amigos en las calles redunda, dicen, en la promoción de un clima de tranquilidad y de confianza entre la población. Ante los ojos del mundo todo está en paz porque se han recuperado los espacios públicos.
Hay además políticos que se interesan en procurar la paz y la seguridad pública porque lo consideran el medio para promover la economía. La seguridad pública redunda, dicen, en establecer las condiciones para el desarrollo económico de sus ciudades.
Sucede, sin embargo, que hay políticos que si ven que florecen los pesos y centavos no les preocupa nada más. Hace todavía un año se le ponía a Brasil como ejemplo de éxito por sus cifras macroeconómicas, no obstante sus índices de violencia muy superiores a México. Hoy, para no pocos políticos lo importante sigue siendo que todo vaya bien en la economía, aunque la paz y la cultura se deterioren. Convirtiendo la frase de Clinton en refrito, nuestros líderes nacionales hacen mantra suyo lo de “es la economía, estúpidos”.
Mi propósito aquí no es negar la importancia de la economía. Pregúntenle a mis hijos cómo me porto cuando me piden la mesada. Sin embargo, sí es mi propósito el recordar que la economía no es un fin en sí, sino un medio para alcanzar metas superiores: el desarrollo humano.
Promover la participación activa en las artes y los deportes debe ser, pues, un fin en sí mismo y no mera muleta para simular la paz y el desarrollo económico. Sucede que quienes practicamos las artes y los deportes no sólo nos apartamos del crimen, no sólo promovemos un mejor clima para el desarrollo económico. Quienes practicamos las artes y los deportes alcanzamos por ello mismo un mejor desarrollo humano. Conseguimos un fin que no requiere para justificarse de metas ulteriores.
Soy de Matamoros, Tamaulipas. Que a pesar de la violencia el desarrollo económico no se haya detenido allí es menos importante que el que su alegría tampoco. La mayoría de los muchachos no sólo aprenden actividades deportivas y artísticas con sus amigos, en las escuelas y en las iglesias, también las practican y desarrollan en muchos espacios públicos y en contextos que fortalecen sus comunidades y familias. La cultura y el deporte son entonces menos espectáculo o consumo que creatividad, convivencia y gozarse unos y otros. Destaca, entre las instituciones locales, El Colegio de San Juan, donde muchos aprenden música culta por el puro gusto de hacerlo. Matamoros es así una ciudad de seres humanos más plenos y felices. Y muchas otras ciudades del país podrían lograrlo de priorizar el desarrollo humano.Hay políticos que por fin invierten en la cultura y el deporte de sus comunidades porque hacerlo, afirman, promueve la seguridad pública. Invierten en las actividades deportivas y culturales para que la población, en particular los jóvenes, “no anden de ociosos”, y por aburrimiento, los recluten grupos criminales. También la presencia de familias y amigos en las calles redunda, dicen, en la promoción de un clima de tranquilidad y de confianza entre la población. Ante los ojos del mundo todo está en paz porque se han recuperado los espacios públicos.
Hay además políticos que se interesan en procurar la paz y la seguridad pública porque lo consideran el medio para promover la economía. La seguridad pública redunda, dicen, en establecer las condiciones para el desarrollo económico de sus ciudades.
Sucede, sin embargo, que hay políticos que si ven que florecen los pesos y centavos no les preocupa nada más. Hace todavía un año se le ponía a Brasil como ejemplo de éxito por sus cifras macroeconómicas, no obstante sus índices de violencia muy superiores a México. Hoy, para no pocos políticos lo importante sigue siendo que todo vaya bien en la economía, aunque la paz y la cultura se deterioren. Convirtiendo la frase de Clinton en refrito, nuestros líderes nacionales hacen mantra suyo lo de “es la economía, estúpidos”.
Mi propósito aquí no es negar la importancia de la economía. Pregúntenle a mis hijos cómo me porto cuando me piden la mesada. Sin embargo, sí es mi propósito el recordar que la economía no es un fin en sí, sino un medio para alcanzar metas superiores: el desarrollo humano.
Promover la participación activa en las artes y los deportes debe ser, pues, un fin en sí mismo y no mera muleta para simular la paz y el desarrollo económico. Sucede que quienes practicamos las artes y los deportes no sólo nos apartamos del crimen, no sólo promovemos un mejor clima para el desarrollo económico. Quienes practicamos las artes y los deportes alcanzamos por ello mismo un mejor desarrollo humano. Conseguimos un fin que no requiere para justificarse de metas ulteriores.
Soy de Matamoros, Tamaulipas. Que a pesar de la violencia el desarrollo económico no se haya detenido allí es menos importante que el que su alegría tampoco. La mayoría de los muchachos no sólo aprenden actividades deportivas y artísticas con sus amigos, en las escuelas y en las iglesias, también las practican y desarrollan en muchos espacios públicos y en contextos que fortalecen sus comunidades y familias. La cultura y el deporte son entonces menos espectáculo o consumo que creatividad, convivencia y gozarse unos y otros. Destaca, entre las instituciones locales, El Colegio de San Juan, donde muchos aprenden música culta por el puro gusto de hacerlo. Matamoros es así una ciudad de seres humanos más plenos y felices. Y muchas otras ciudades del país podrían lograrlo de priorizar el desarrollo humano.