A inicios de 1960 al barrio de Tepito le tocó vivir una de sus etapas de gloria. Su fecunda actividad comercial, en especial la venta de zapatos, los cientos de talleres artesanales, las decenas de vecindades y su vida barrial harían de esta actividad un lugar muy singular. Los triunfos pugilísticos del Ratón Macías y José «Huitlacoche» Medel servirían de ejemplo del potencial deportivo de esa zona, localizada a sólo dos kilómetros del Zócalo capitalino. El gimnasio Gloria se convertiría en parte de esa fama, al lado de entrenadores boxísticos que formarían a nuevos triunfadores.
Posterior a la Revolución cubana, Fidel Castro prohibió la realización de peleas profesionales de box, lo que orilló a varios jóvenes boxeadores cubanos a emigrar a México. Entre 1960 y 1962 llegaron a Tepito, y al gimnasio Gloria, Kid Rapidez, Ultiminio Ramos y José Ángel «Mantequilla» Nápoles. Una modesta vivienda en la Calle de Aztecas 49 se convertiría en la Embajada no oficial de los cubanos en México. Artistas, músicos y boxeadores disfrutarían de la generosidad y hospitalidad de una familia integrada por Chato y Cholita, Chato chico y Pilarica. Esta última, había llegado en 1959 de La Habana y contraería matrimonio con Chato chico. La boda fue realizada en el amplio patio de la vecindad de Aztecas 47, fiesta amenizada por Acerina y su Danzonera, alternando con Mariano Mercerón.
Kid Rapidez, Ultiminio Ramos y Mantequilla Nápoles dejarían un grato recuerdo entre los tepiteños. A ellos se les solía ver a la entrada del gimnasio Gloria o caminando por las calles del barrio. Mis recuerdos de estos tres personajes fueron a la edad de 10 años, debido a que la vecindad en donde yo vivía tenía dos salidas, Aztecas 49 y Florida 54. Ese era un paso obligado de todos los cubanos que visitaban esta modesta vecindad. 60 viviendas y talleres de zapatos y bolsas, y un montón de niños en sus patios, daban la bienvenida a estos jóvenes boxeadores.
Sin duda, el más carismático de ellos era Mantequilla Nápoles, lo mismo se le veía ayudando a cargar la canasta del mandado, que sonriendo y saludando a todo aquel que se le cruzaba en el camino. Su excelente condición física, sus perfectos dientes blancos y su modesta forma de vestir, lo hacían un personaje singular y carismático en el barrio.
Su vida en Santiago de Cuba había quedado atrás y pronto se hizo un verdadero experto en la Ciudad de México. Vivió durante algún tiempo en la colonia Martín Carrera, casi a espaldas de la Basílica de Guadalupe, la gente vieja de ese lugar lo recuerda por el apoyo que brindó para que niños y jóvenes practicaran algún deporte o entrenaran box. También algunas otras personas comentan que era residente permanente del Hotel Virreyes que estaba cerca de Salto del Agua.
El rápido ascenso de Ultiminio Ramos y Mantequilla Nápoles como boxeadores de gran talla cada vez se hizo más visible. De la mano de Kid Rapidez conquistaron varios triunfos. Sus peleas eran seguidas en todo el país y cada una de ellas era un símbolo de orgullo para todos los tepiteños, que veían en estos triunfos una prueba al apelativo de Barrio Bravo. Mantequilla se hizo campeón mundial de peso wélter de la Asociación Mundial de Boxeo y del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) en 1969, lo que lo convirtió en una figura indiscutible de su estilo y resistencia.
Tras la pelea por el campeonato mundial con el argentino Carlos Monzón, y su terrible derrota, Mantequilla comenzó una etapa de descontrol en su vida. Su último combate profesional lo realizó ante John H. Stracey, quien le despojó de su título el 6 de diciembre de 1975 en la Monumental Plaza de Toros México. Después de esa derrota pugilística con Monzón, su vida cambió radicalmente. Sin embargo, su trayectoria como boxeador se hizo inmortal a través de la novela Último Round de Julio Cortázar publicada en 1969.
A mediados de los setentas, Mantequilla abandonó su condición de boxeador profesional y vivó su espíritu musical con la formación de un grupo al que bautizaron “Mantequilla y sus Guapachosos”. Él era el vocalista y se presentaban en bares y cantinas de la república mexicana. La banda, como se autonombraban, tenía aceptación por la gran fama de Mantequilla Nápoles, pero el mal manejo financiero hizo que el grupo musical se viniera abajo. La vida bohemia y de amigos casuales pronto lo atraparon, por lo que el dinero acumulado como boxeador se consumió en un abrir y cerrar de ojos.
Mantequilla Nápoles tenía un hermano en la Colonia Obrera de la Ciudad de México, pero éste, lejos de poder ayudarlo, se convirtió en una carga económica. Algunos vecinos de esta Colonia lo recuerdan cuando iba a visitarlo en su época de bonanza, narrando que algunas veces llamaba al muchacho que vendía globos, se los compraba todos y empezaba a repartir uno por uno a todos los niños que jugaban en la calle, a las señoras que barrían su banqueta y a las personas que pasaban por ahí, siempre con una gran sonrisa pero mirada profunda y nostálgica. Otras veces, convivía con la gente como si fuera del barrio, charlaba con ellos de sus vidas cotidianas y bromeaba con los jóvenes y niños. Vestía con mucha sencillez, aunque resaltaba una gran esclava y medalla de oro que siempre llevaba consigo.
Nápoles, llegó al desamparo económico y a la quiebra financiera. La búsqueda de nuevos proyectos lo llevó a Lázaro Cárdenas, Michoacán y después a Guadalajara, Jalisco. Pronto su condición socioeconómica se hizo difícil. En 1994 Mantequilla Nápoles recibió una oferta para trasladarse a Ciudad Juárez, Chihuahua, donde le ofrecieron ser entrenador de un joven boxeador. Al llegar a esa ciudad fronteriza se encontró con la sorpresa que el pugilista al que iba a entrenar no lo quiso aceptar. Aquí comenzó una nueva etapa de su vida. Montó ahí un pequeño gimnasio para niños y jóvenes de escasos recursos.
Mantequilla Nápoles continúo viviendo en Juárez poco más de 25 años. Siempre soñó con volver a su tierra natal en Cuba. Se refugió en una pequeña casa ubicada en un barrio popular. Debido a que contrajo la enfermedad de Parkinson, sus capacidades intelectuales y de movilidad se vieron reducidas.
En mayo de 2014 decidí ir a buscarlo. Los recuerdos de mi infancia continuamente lo evocaban. Con sus ojos negros brillantes, su cabellera blanca y vestido con un pantalón deportivo azul y una playera roja, se sentó en la mesa pero se mantuvo ausente de mi conversación debido a su enfermedad. Le llevé de regalo una caja de puros, al salir de su hogar pidió que le encendiera uno de ellos y lo fumó con gran alegría. Se tomó unas fotos conmigo con guardia de boxeador. Esta sería la última vez que lo miraría.
Hace unos días me enteré de su fallecimiento en la Ciudad de México. Sin embargo su trayectoria boxística y su personalidad sensible y cálida, lo convirtieron en un personaje que causaba una profunda admiración y afecto entre las personas que tuvimos la fortuna de conocerlo.
Gracias a la historia de vida de un cubano que llegó a Tepito, y que junto con Ultimio Ramos, tocaban las percusiones en los rituales santeros del barrio, es que aprendimos a cantarle a Changó y a Yemayá. Su trayecto de la Ciudad de México a la frontera de Ciudad Juárez, y su posterior regreso, dejó a su paso muchas enseñanzas para niños y jóvenes quienes lo recordarán como una persona bondadosa y un singular campeón.
Dr. Alberto Hernández H.
El Colegio de la Frontera Norte